
Era noviembre de 1995 cuando las persianas de La Dorada se levantaron por primera vez en una de las calles del corazón de Buñol, Cid 1. Detrás del mostrador estaban Esteban y Encarna, los padres de Amparo Clemente, que inauguraban con ilusión una pequeña tienda de alimentación y pescadería. Por entonces, Herminio Martínez, más conocido por todos como «Laguna», era un muchacho de diecinueve años que vivía en Silla y acababa de empezar a salir con Amparo.
«Mis suegros iban a montar una tienda en Buñol y Amparo me dijo: ‘¿Quieres que les diga que necesitan un dependiente?’ Yo le dije que sí, casi sin pensarlo, como una aventura». Así fue como «Laguna» entró por primera vez en La Dorada, sin imaginar que aquel gesto impulsivo marcaría su vida para siempre.
Al principio, la tienda era sobre todo pescadería y charcutería, y el nombre La Dorada no fue casual: a Encarna y Amparo les gustaba por su sonoridad y por aquel barco de Chanquete en «Verano Azul» que simbolizaba sencillez, amistad y mar. Era un nombre luminoso, que hablaba de frescura y cercanía.
Durante los primeros años, Amparo aún trabajaba en El Corte Inglés y «Laguna» se encargaba de despachar en el comercio junto a su suegra. Dos años más tarde, en 1997, la pareja se casó y decidió dar el paso de quedarse con el negocio. «Pasé de ser dependiente a ser autónomo», dice «Laguna» con una sonrisa que mezcla orgullo y asombro. Aquel año, La Dorada pasó definitivamente a sus manos, y comenzó la etapa de Herminio y Amparo como propietarios.
Poco a poco, el local fue transformándose. A la pescadería y la charcutería se sumó la frutería, un cambio que nació casi de la propia clientela: «La gente nos decía: ‘Oye, ¿y por qué no ponéis fruta?’, y pensamos, pues ¿por qué no?». Así, con naturalidad y sin miedo, fueron adaptándose al ritmo del pueblo y a las necesidades de sus vecinos.
Durante catorce años convivieron las tres secciones —pescado, fruta y charcutería— hasta que en 2006, con el nacimiento de su hija Mar, llegó un nuevo cambio. La vida familiar pedía equilibrio, y el pescado, con su faena y sus madrugones, exigía más de lo que podían dar. Decidieron entonces dejar atrás la pescadería y centrarse en la fruta, la verdura y los productos de calidad, que con el tiempo se convirtieron en la seña de identidad de La Dorada.
Desde entonces, el comercio ha sabido mantener su esencia sin dejar de evolucionar. «Laguna» y Amparo apostaron por la calidad y el servicio cercano: fruta fresca cuatro días a la semana, productos seleccionados y un reparto a domicilio gratuito que ofrecían ya en 1997, mucho antes de que el término «servicio a domicilio» estuviera de moda. «Nunca quisimos competir con nadie —dice Laguna—, solo diferenciarnos ofreciendo lo mejor y tratándolo con cariño.»
A lo largo de tres décadas, La Dorada ha crecido junto a Buñol. Han visto cómo el barrio cambiaba, cómo algunos negocios cerraban y otros nacían. «Laguna» y Amparo, sin embargo, siempre han seguido su propio compás, con los pies firmes en el suelo y el corazón en el mostrador.
Hoy, quienes entran en La Dorada no solo compran fruta o charcutería; compran confianza. Muchos de los clientes que conocieron a «Laguna» con veinte años siguen yendo cada semana, y ahora lo hacen acompañados de sus hijos. «Eso es lo más bonito —dice él—, ver a los chiquillos que venían con su madre y ahora vienen con sus propios críos. Es como ver pasar la vida».
Arriba de la tienda está su casa. Allí han vivido siempre, en el mismo edificio donde comenzaron su aventura. «Llegamos con diecinueve y dieciocho años, unos chiquillos. Y el pueblo nos acogió como si fuéramos de aquí. Yo ya me siento uno más de Buñol».
Treinta años después, La Dorada sigue siendo un punto de encuentro, un lugar con alma donde el tiempo parece tener otro ritmo. Y aunque el futuro se construye día a día, «Laguna» y Amparo lo afrontan con la serenidad de quien sabe que el verdadero secreto está en el trabajo constante, el cariño por lo que se hace y la cercanía con la gente.
«Nosotros vamos año a año, como dice el Cholo Simeone: partido a partido. Si llegamos a la jubilación aquí, será un privilegio. Pero mientras tanto, que nos quiten lo vivido».
Treinta años después, La Dorada no es solo una tienda: es una historia de amor, de esfuerzo y de Buñol.
Luis Vallés Cusí
Periodista