29-0, un año después ¿hemos aprendido la lección?

Todo empezó con un mensaje. Coincidiendo con el aniversario de la DANA del 29-O, mis pensamientos iban y venían, pero no encontraba el momento para sentarme a escribir. Entonces llegó un audio de Luis. Me proponía, justo un año después, escribir para la revista sobre lo ocurrido aquel 29 de octubre de 2024 y cómo está la situación en la actualidad. Ese mensaje fue el empujón que necesitaba para dar forma a algo que llevaba mucho tiempo rondándome la cabeza.

Qué rápido pasa el tiempo, cuantos más años uno cumple, más rápido parece pasar. Miro por la ventana y no para de llover. La dana «Alice» nos afecta de lleno. Mi mente no puede evitar retroceder a aquella otra dana, de hace un año (entonces, no se les daba nombre), que nos dejó paralizados, incomunicados, sin electricidad, sin teléfono… Recuerdo a la gente caminando por las carreteras, buscando cobertura para los móviles, los «ríos de gente» que iban a ver los puentes destruidos, todavía sin tener una idea clara del alcance de la catástrofe que acababa de ocurrir.  

Desde el punto de vista meteorológico, lo que ocurrió aquel 29O está bien definido. Sin embargo, cosa distinta es que la ciencia sea capaz de predecir con exactitud cuándo y dónde se producirán los fenómenos más extremos. No todas las danas muestran su potencial. La palabra «DANA» es, en realidad, un acrónimo: «Depresión Aislada en Niveles Altos» de la atmósfera. Se trata de una bolsa de aire frío que queda separada de la circulación general y cuya trayectoria es muy difícil de prever. Puede desplazarse hacia el este, hacia el oeste, o incluso quedarse estática durante horas o días. Pero ese aire frío en altura (a unos 5.000 msnm), por sí solo, no basta para provocar precipitaciones intensas. Es necesario que, en niveles medios y bajos, haya un flujo húmedo y cálido del Mediterráneo que ascienda, se enfríe, se condense y forme enormes nubes cargadas de agua. En resumen: una dana es condición necesaria, pero no suficiente, para producir precipitaciones intensas. Danas hay muchas cada año, pero solo unas pocas muestran todo su potencial para producir fenómenos extremos.

Durante años, lo que hoy conocemos como dana, era denominaba comúnmente «gota fría». Sin embargo, tras la «pantaná» de Tous en 1982, la población acabó asociando el término «gota fría» con inundaciones catastróficas. Por ello, se optó por sustituirlo por el término «dana» (en el ámbito científico), con la intención de romper ese vínculo automático.  No obstante, con el paso del tiempo, el término «dana» ha acabado generando el mismo efecto en la población, que lo asocia directamente con lluvias intensas e inundaciones. Para evitar esta confusión y mejorar la comunicación con la ciudadanía, AEMET ha decidido nombrar únicamente aquellas danas que presenten un alto potencial para generar fenómenos extremos. Así, a la primera dana nombrada este año y que nos está afectando estos días se le ha llamado «Alice».

Si meteorológicamente tenemos claro lo que pasó, la gestión de la dana en los días previos, durante y posteriores es otra cosa.

En los días previos al fatídico martes 29 de octubre, los modelos meteorológicos ya indicaban la formación de una situación de fuerte inestabilidad atmosférica, con posibilidad de precipitaciones intensas. Lo que no se podía prever con certeza era que las lluvias más copiosas se concentrarían sobre gran parte de nuestra comarca y comarcas vecinas, manteniéndose de forma persistente durante toda la jornada. 

AEMET activó un aviso naranja la tarde del lunes, y un aviso rojo a primera hora del martes. Este tipo de avisos se refieren a umbrales de lluvia previstos, como por ejemplo 180 litros por metro cuadrado en 12 horas. Como supimos después, esos umbrales fueron ampliamente superados.

Transcurre el martes 29 y las precipitaciones no cesan en toda la comarca, el caudal de ríos y barrancos no para de aumentar.  Estas precipitaciones continuas e intensas alimentaron, por un lado, barrancos y ramblas que vierten sus aguas a barrancos: Poyo, la Saleta…, y por otro, a ríos como el Buñol y el Magro, que desembocan, aguas abajo, en el río Júcar. Desde primeras horas del día se suceden las llamadas al 112 informando de desbordamientos, inundaciones, cortes de carreteras…, pero no fue hasta las 20:11 de la tarde cuando emergencias envía un mensaje (Es-Alert). Pero ya era tarde. «La gente ya estaba con el agua al cuello», lamentablemente, es una frase que reflejaba de forma literal la situación, de muchas personas, en ese momento.

Y es aquí donde, inevitablemente, tengo que entrar en el terreno político. La gestión política posterior a la emergencia me dejó una profunda sensación de frustración, rabia y decepción. Más allá del signo político, primó la confrontación y el intento de culpabilizar al adversario antes que la autocrítica o la búsqueda de soluciones. Las comisiones de investigación resultan meros espectáculos mediáticos, sin que nadie asuma responsabilidades.  El Molt Honorable President de la Generalitat, Sr. Mazón, no estuvo a la altura de la gravedad de la situación. No supo calibrar el alcance del desastre y continuó con su agenda, llegando tarde a la reunión del Cecopi. Probablemente hoy actuaría de otra manera, pero tras ver la magnitud de la tragedia debería haber reconocido su error y asumido responsabilidades. Tampoco el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, mostró la sensibilidad ni la firmeza necesarias. Su frase «Si necesitan más recursos, que los pidan» resultó desafortunada y reflejó una desconexión con el drama que vivían miles de personas atrapadas, sin alimentos ni refugio. Tampoco asumió responsabilidades. Durante este último año, cada partido político y cada medio ha ido construyendo su propio relato, dirigido a un público que rara vez invierte tiempo en comprobar si esa versión es la única o la verdadera. Los políticos son plenamente conscientes de ello, y por eso mienten cada vez con más descaro. Saben que su audiencia no va a cuestionar el mensaje, sino que lo aceptará como verdad, simplemente porque encaja con sus ideas. Así, el mensaje llega justo a quien se espera, y sin resistencia alguna.

Llegados a este punto, no puedo evitar recordar mi atrevimiento al darle un consejo a un amigo de AEMET: «Ten cuidado. Los políticos que hoy os aplauden (a Aemet) no lo hacen para apoyaros, os utilizan para atacar a los rivales políticos.» Lo cierto es que los políticos suelen sacrificar a los «peones», a los «eslabones más débiles», con un único objetivo: salvarse ellos y no asumir responsabilidades. Podría seguir comentando casos de otros políticos y cargos públicos, pero prefiero dejar la política a un lado. No quiero quemarme. Las injusticias me consumen. Y, sinceramente, no creo que añadir más nombres aportara mucho a lo que ya he contado. Quien haya llegado hasta aquí, seguramente agradecerá este cambio de tema.

Vuelvo a mirar por la ventana. Sigue lloviendo. Ahora cae con más fuerza. Sonrío. Me gusta escuchar el golpeteo de las gotas de lluvia sobre el tejado de mi casa. La lluvia me relaja. Estoy listo para seguir escribiendo, y abordar lo que ocurrió aquel 29 de octubre. Comprender qué falló ese día, no solo es un ejercicio de memoria, sino una necesidad urgente si queremos mejorar la respuesta de las instituciones ante fenómenos similares:

La alerta roja que se envió el martes 29 por la tarde a la población llegó demasiado tarde y no cumplió su cometido: avisar del peligro con suficiente antelación para salvar vidas y reducir los daños que pudieran producirse. 

• Hubo falta de coordinación entre la Generalitat y los Servicios de Emergencia. El centro de mando (Cecopi) se convocó a las 17 h cuando desde primeras horas ya había señales claras de que se trataba de una situación de extrema gravedad. Mi estación a las 9h de la mañana ya marcaba 100 l/m2 y el río Buñol bajaba muy crecido. 

• Se subestimo el riesgo: la magnitud del desastre superó ampliamente las previsiones en muchas zonas, desbordando barrancos y ríos en tiempo récord. En Buñol llegué a medir 539 l/m².

Son muchas las lecciones que deberían haberse aprendido tras lo ocurrido el 29 de octubre de 2024:

1. Es importante saber diferenciar entre avisos y alertas. Los avisos meteorológicos son emitidos por AEMET y, a partir de ellos, el Centro de Coordinación de Emergencias establece las alertas dirigidas a la población. Cabe destacar que un aviso de AEMET tiene un horario de inicio y de finalización, que puede modificarse para alargar o acortar su duración, e incluso cambiar de color, según cómo evolucione la situación meteorológica (parece que ese día no todos lo tenían claro).

2. Una buena previsión meteorológica no es suficiente si no va acompañada de una adecuada coordinación con los servicios de emergencia. Así, resulta incomprensible que AEMET emitiera un aviso rojo meteorológico a primera hora del martes 29-O y Emergencias no emitiese una alerta hasta las 20:11h de la tarde, cuando ya estaba todo inundado y no podía cumplir su función de salvar vidas y minimizar daños. 

3. Aunque ya ha pasado tiempo (desde 2013), la decisión de AEMET de suprimir el «Grupo de Predicción y Vigilancia» de Valencia me sigue pareciendo un error. Era un referente a nivel nacional. Los modelos pueden ser un 50% de la previsión, pero el otro 50% son los predictores. La experiencia de sus predictores, unida al conocimiento del entorno y al análisis directo de cada situación, aporta matices que los modelos por sí solos no pueden dar. La eliminación del GPV, sin duda, fue un paso atrás.

4. Hay que mejorar la comunicación de ese riesgo a la población. Los ciudadanos deben saber interpretar una alerta, el riesgo que conlleva y las medidas a tomar para evitar ese riesgo. 

5. Se debe mejorar el acceso de la población a la información en tiempo real. Muchas veces una imagen vale más que mil palabras. Instalando cámaras en ríos o barrancos, y facilitando el acceso de la población a las mismas, permitiría a la ciudadanía anticiparse. y tomar las medidas adecuadas para cuando la riada llegue aguas abajo. 

6. La magnitud del fenómeno fue subestimada. Aunque los modelos meteorológicos, días antes, venían avisando de lluvias intensas, no llegaron a modelizar exactamente las cantidades enormes de lluvia que cayeron finalmente (539 l/m2 en Buñol, más de 700 en Turís), evidenciando los limites tecnológicos que todavía existen. 

7. Seguimos construyendo infraestructuras que no están preparadas para episodios extremos como el vivido el 29-O. Hay que restaurar los ríos, mantener los terrenos cultivados en zonas rurales, dejar zonas en las que el río pueda desbordar, evitando impermeabilizar todo el terreno. Un ejemplo preocupante es la ampliación del polígono de Loriguilla. Cuando esté construido y en funcionamiento, serán muchos miles de m2 de hormigón, asfalto… que en situaciones de lluvias intensas mandaran millones de litros de agua al barranco del Pozalet-la Saleta, cuando antes, parte de esa agua era retenida, absorbida por el terreno natural. 

8. Con el cambio climático, el mar Mediterráneo acumula mucha más energía, lo que se traduce, si se dan las condiciones adecuadas, en un aumento de las posibilidades de que se produzcan episodios de precipitaciones extremas en breves periodos de tiempo.

9. La coordinación entre la administración central y la autonómica es muy mejorable. Debe existir un protocolo que diga, sin lugar a equivoco, quién y cómo debe actuar cada administración. La falta de coordinación entre administración autonómica y estatal genera desconfianza entre ellas y con los ciudadanos.

10. La gestión de la información posterior a la dana ha sido poco transparente. Las administraciones han proporcionado vídeos, actas y documentos de forma parcial y escalonada, en muchos casos solo cuando se vieron obligadas a hacerlo (por ejemplo, a requerimiento de la jueza de Catarroja).

11. Se debería preparar a la población ante situaciones extremas como la vivida el 29-O, adoptando medidas educativas, implementando la cultura de la autoprotección, señalando las infraestructuras vulnerables y zonas de riesgo… 

Llegados aquí, comentar rápidamente, algunas de las medidas que se han tomado o se están valorando tras el 29-O: ayudas económicas a colectivos vulnerables, la recuperación de márgenes y lechos de los ríos, la reconstrucción de infraestructuras dañadas y la actualización de protocolos de emergencia. Sin embargo, muchas de las obras hidráulicas prometidas siguen pendientes, y persisten carencias tanto en la gestión de la información como en la coordinación entre administraciones.

Mientras escribo estas líneas, vivimos una situación que pone de manifiesto cómo las medidas adoptadas en el último año evidencian que los protocolos de toma de decisiones son muy mejorables. Se toman decisiones, muchas veces por el recuerdo de lo que paso el 29-O y no tanto por la peligrosidad de la situación en sí misma. Situaciones que antes se resolvían con sentido común, ahora se deja en manos de ayuntamientos la decisión de paralizar actividades escolares, deportivas o sociales. Esta sobreactuación provoca confusión y desigualdad de criterios. Así, hoy lunes 13 de octubre, se da la paradoja de que en algunos municipios ante una misma alerta naranja se mantiene la actividad escolar, mientras que en otros municipios cercanos se ha optado por suspender las clases. Otro ejemplo fue el envío de un mensaje Es-Alert la tarde del domingo para avisar de una situación peligrosa el lunes, cuando la misión de este mensaje es alertar sobre un peligro inminente. Lo correcto habría sido enviarlo el lunes por la mañana, en el momento en que el fenómeno extremo comenzaba a producirse o estaba a punto de hacerlo.

Y, justo al terminar de escribir, levanto la mirada. Me giro hacia la ventana y veo, entre las nubes, un pequeño trocito de cielo azul, recordándome que todo pasa. «Alice» ya es historia.

Manuel Cervera Más
Secretario Asoc. Valenciana Meteorología

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