Este relato es ficticio, lo único que he querido de él al escribirlo es que no se olviden lugares y edificios con historia, leyendas y vidas, que en este caso son ficciones. Pero siempre recordaré, cuando iba hacia el Roquillo, aquel chalet sobre la ladera del monte, ahora escombrera, de estilo modernista y bello, muy bello, sobre el paisaje buñolense…
Me llamo Louis Vallant y soy de la región norteña de Normandia (Francia). Soy el principal biógrafo del gran literato y escritor prolífico de origen inglés James Cromwell, afincado desde hace muchos años en estos lares del Reyno de Valencia, en concreto en esta villa de Buñol, donde me he instalado para conocer y estudiar mejor sus libros y, en fin, su vida.
Vivo cerca de donde él pasó sus últimos quince años junto a su hermana, Rebeca Cromwell, en concreto en la avenida de la Santisima Trinidad, al lado de unas huertas que dan a una zona llamada El Roquillo. Esta población, de pocos habitantes pero incipiente en industria, sobre todo su cementera recién inaugurada y sus fábricas de papel, hacen una población moderna y progresista. Corre el año 1.921 y este país se mueve entre cuarteles y monarquías, muy atrasado comparado con mi nación, y lejos de la gran guerra que asoló Europa se mueve entre caciques y labradores, entre obreros y una industria con largo recorrido.
Yo vine hace unos meses, como dije antes, a estudiar a este autor, pues soy historiador y colaboro con importantes periódicos de mi país. A continuación relataré lo que me sucedió en casa de el autor de célebres libros como: “Historia de un pueblo obscuro”, basado en leyendas de esta población y con fragmentos poéticos muy importantes, “Noche en la ciénaga”, donde describe la relación de habitantes con su medio natural y cuando este último se hace terrorífico y cruel, también con pasajes de estas tierras.
Fue en el otoño de 1.920 cuando, tras un largo viaje en tren desde mi república amada, llegué a una fría y pequeña estación de esta villa. Todavía recuerdo la enorme fábrica de cementos con la que me encontré nada más llegar.
En esa misma semana, en un ocaso de difuntos, pues era principios de noviembre, me encaminé con mi caballo, el cual conseguí sin problemas en este pueblo, hacia el chalet de la ladera, pues era allí donde James vivía. Las huertas y, a lo lejos, un puente de ferrocarril que apodaban el Puente Roquillo, a la derecha la ladera y el chalet de estilo modernista me esperaban. Con un pequeño pero veloz trote de mi caballo, llegamos por un angosto camino a la puerta de la casa.
Tres arcos con estilo árabe y de finas columnas separaban el jardín de la puerta. Arriba, como una torre, se encontraba la otra planta con ventanas de estilo gótico, que daban un estilo moderno y a la vez arcaico. El color ocre claro de sus paredes y la aridez del paisaje junto a la gran mole de la fábrica que estaba detrás, me recordaba a ciertos paisajes de los Estados Unidos de América, en concreto de Carolina.
Un frío viento movió los arboles otoñales y emitió un quejido gutural y agudo. Me volví y allí, bajo uno de los olmos, estaba James, mirándome fijamente, mientras el aire se le llevaba el sombrero y movía sus blancos cabellos.
–Le estaba esperando, me dijeron que vendría esta tarde.
–Buenas tardes. Sí, soy Louis Vallant, he venido de lejos para conocerle a usted y su obra.
Sin decir nada y con paso rápido entró a la casa. Su aspecto era desordenado y lánguido, como si estuviese enfermo. Le seguí al interior, pero allí no había nadie. Me acomodé en una estancia fría y sin luz. Apenas una ventana daba al exterior, dejando pasar por sus cristales unos tenues rayos que hacían el lugar más inquietante todavía. La puerta de la calle, que seguía abierta, dejaba entrar un viento del norte sin control que elevaba los altos cortinajes y tapices dando al lugar un aspecto vivo y terrorífico.
–¡James! –grité–, ¡James! –Pero nadie contestó.
Un poco inquieto y a la vez molesto por haberme dejado allí, crucé un pasillo que daba a unas habitaciones cerradas. –¿Hay alguien ahí…? –Insistí. Pero el silencio era total, solo el ulular del viento se cernía sobre mis oídos. Ante tal desarrollo de aquella extraña visita decidí dar la vuelta y marcharme, mientras un espeso aroma de flores se apoderó de aquel salón de estilo neogótico y espectral. En ese instante en el cual me iba se cerró la puerta de la calle, y una figura de mujer, esbelta y como enlutada, se apareció ante mí como por arte de magia.
–Disculpe, no le había oído entrar. ¿Es usted Louis, el biógrafo de mi hermano?
Una hermosa mujer enlutada y alta, con su rostro casi invisible y difuminado por la falta de luz, estaba ante mí. El aroma a flores desapareció y casi sin poder respirar acerté a decirle:
–Sí, soy Louis Vallant y he venido desde Francia para escribir sobre su hermano. Le he visto antes pero, ¿dónde está ahora?
Un silencio de segundos que parecieron siglos se apoderó de aquel lúgrube pasillo. Las cortinas se movían y formaban extraños monstruos, o así me lo parecía a mí. Predominaba el rojo oscuro y barnices marrones. Los muebles de estilo isabelino parecían escucharnos y a veces crujían. Alguna estatua al fondo formaba una sombra humana que parecía tener vida propia y que, mientras hablábamos, se iba acercando.
–Mi hermano falleció el mes pasado, ¿no recibió mi carta? –dijo ella.
Un escalofrío como eléctrico me atravesó la espalda, y no sabía como reaccionar. Al fin, dije: –Pero si lo he visto fuera, bajo los árboles…
Ella me invitó a sentarme, y empezó a hablar:
–Mi hermano, como usted sabe, escribió varios relatos y obras, pero siempre le inquietaba algo y el último año lo pasó muy mal, pues siempre iba buscando algo que no parecía encontrar.
Era esta ciudad, sus paisajes, lo que le hizo escribir hermosos relatos y poemas, pero por otra parte le atormentaban. Ya sabe que llegamos aquí hace muchos años, cuando aun eramos jóvenes. En un día de excursión visitando estos parajes y montañas decidió quedarse aquí mientras iba a Valencia a menudo a dar clases o conferencias.
Fue una noche como la de hoy, víspera de ánimas, que le ví salir con su caballo a toda prisa hacia el pueblo. Sin más, se perdió en el horizonte desde mi ventana. Estuvo sin volver dos días y dos noches. Cuando vino, ya no era él mismo, no acertaba más que a hablar de su… hallazgo, de lo que había encontrado, de su secreto. Pero nunca pude sacarle qué había encontrado para estar así de… loco. Sí, estaba loco, como poseído.
Una tarde, cuando el crepúsculo rojizo lo invadía todo, acuérdese de su obra “El circulo del crepúsculo y otros relatos”, lo ví sentado mirando por la ventana, pálido y con sus cabellos grises erizados. Temblaba mientras miraba algo tras la lejanía.
Al asomarme, mi corazón dio un vuelco. Ya anocheciendo pude ver, tras el cristal, una fila de personas. Más que personas eran sombras, como fantasmas enlutados que subían hacia el chalet. Una tras otra, como ordenadas y emitiendo un sonido hueco y metálico, iban ascendiendo. Yo le insistía a mi hermano sobre quienes eran, si estaba relacionado con su secreto, pero él, fuera de sí, decía una y otra vez:
–Han venido, era verdad, han venido… a por mí.
Y así fue, se lo llevaron. Y lo dimos por desaparecido y después por fallecido. Nadie preguntó nada, todo fue muy simple, como si lo supiesen de antemano. Preparamos su féretro y lo enterramos.
Yo, asombrado y perplejo ante aquella historia, le pregunté:
–¿Pero quienes eran aquellos seres? ¿Por qué se lo llevaron? ¿Por qué no le buscaron?
–Él abrió puertas que no tenía que haber abierto –dijo ella tajantemente.
Me entregó amablemente algunos manuscritos y me despedí de ella. Antes de salir dijo:
–Tenga cuidado con lo que lee de mi hermano, no investigue más de la cuenta, deje los crepúsculos en paz. Él fue demasiado lejos.
Y, mareado y confuso, salí afuera y cogí de la cuerda de mi caballo para ir caminando, pues no estaba en condiciones de montar. En ese momento, cuando iba por la senda, noté un crujido enorme tras de mí.
Un grieta en zigzag atravesaba la casa. En la oscuridad y en la espectral pared, tras la ventana gótica y ahora rota, pude ver a Rebeca mirándome.
James Cromwell fue uno de los grandes poetas ingleses, descubridor de las relaciones poéticas hechas materia entre crepúsculos y seres que lo habitan. Pero llegó demasiado lejos y le costó la vida. Trató de enlazar la palabra con la materia, el ser con el espíritu, la vida con la muerte y su nexo era el crepúsculo de cada día.
Antes de marchar a mi querido país, y con los manuscritos en mi poder aún sin leer, pasé una noche cerca del chalet de la ladera. Quise despedirme de Rebeca, pero no pude. El melancólico paisaje, el jardín ahora descuidado, la terrible grieta en la casa atravesando toda la fachada, el ambiente lúgrube, en general, me hizo desistir de entrar, y aún así, de lejos, pude ver extrañas luces que cubrían toda la ladera.
“Y la tarde al caer dejó un halo fatuo sobre la extraña construcción a la cual me disponía a entrar, en ese instante algo se abrió con un sonido estremecedor que hizo tambalear todos los pilares y columnas… estaba naciendo otro crepúsculo en aquella ciudad.” De James Cromwell y su Libro “La verdad de los crepúsculos”, del año 1.920.
Louis Vallant, escritor, biógrafo de J. Cromwell,
en España, Buñol, a 1921.
Rafael Ferrús Iranzo
Buñol histórico