Admiración produce el acto multitudinario que se produjo en la capital belga, el pasado jueves 7 de diciembre. También una cierta dosis de incredulidad. Y definitivamente: estupor, incertidumbre, desasosiego…
La admiración es aquella que produce el hecho de ver a través de los medios, el que 45.000 personas (se supone que de naturaleza catalana) se manifiesten a favor de una Catalunya lliure.
Incredulidad porque somos conscientes del valor, tanto económico como inmaterial, que supone poner en vehículos de todo tipo, a estos “turistas accidentales” recorrer los casi mil quinientos kilómetros que separan Cataluña de Bélgica.
Estupor, porque lejos de dejar a un lado el “independentismo”, nuestros paisanos catalanes abogan con su presencia masiva en las calles, por una increíble utilización de los hechos históricos en detrimento de lo que es una realidad apabullante: “nada está cambiando en las cuatro provincias, todo continúa igual, la independencia nos hará libres”. Estos eslóganes que ya comienzan a escucharse en los mítines de la campaña electoral enmascaran, en la realidad, lo que verdaderamente está sucediendo.
Y sucede que continúan las empresas, afincadas en el antiguo Condado, huyendo hacia la tranquilidad de otras regiones ajenas al escándalo que supone las continuas manifestaciones. Al ir y venir de políticos buscadores de votos que menosprecian las más elementales reglas del buen juicio. Y sobre todo al encono de unos y otros en arrojar todas las miserias inimaginables en pro de algo que además de ser una quimera está convirtiéndose en una auténtica lucha de personas que habitan, conviven y medran, a veces, bajo el mismo techo.
Digamos también que la manifestación del día 7 ha sido y es, un paso medido hacia la clase media catalana, que ha sido la que mayormente ha respondido a la llamada independentista. Para muchos ha sido una forma de disfrutar de días vacacionales en Bélgica. Para ello ha habido facilidades de todo tipo. Desde descuentos en los vuelos chárter, hasta ventajas a la hora de solicitar pernoctación hotelera. Se ha ido, en suma, a realizar turismo, a disfrutar del frio y a degustar las clásicas patatas fritas con mejillones (el plato nacional belga), los deliciosos bombones y la excelente cerveza. Sin olvidar que cerca de Bruselas hay ciudades de reconocido prestigio que deben figurar en el recorrido: Brujas, Lovaina, Gante, Amberes…
No nos engañemos, la burguesía catalana, la clase media acomodada, auténticos motores del “procés”, han sido en realidad quienes se han manifestado en contra de la indivisibilidad del Estado español. Esta actitud va a tener un costo, y éste se traducirá en: un desempleo mayor; pérdida de poder adquisitivo tanto de las familias como de las pymes; descenso apreciable en el turismo; pérdida de competitividad de las empresas; deterioro de la paz social; actitudes negativas del consumidor español a la hora de comprar productos producidos en Cataluña y finalmente un final no determinado que puede ir a peor si el bloque denominado constitucionalista, no aprueba la revalida del día 21 de diciembre.
Cataluña, parte indiscutible del erario español, se debate entre cacofonías sentimentales sin pensar que la fuerza de la razón permitirá que todo vuelva a estar igual. Y que esos cantos de sirena se conviertan en auténticos motores de una estabilidad y convivencia, ahora alejada de una realidad, empecinada en menospreciar a una España que les dio y les da, lo mejor de sí misma.
José Luis Cañamero
Miembro de FAPE y Unió de Periodistes