Día de Reyes

–Toma Juan. Lee la carta que Manu ha escrito a los Reyes Magos.

Rosa puso la carta en manos de su marido y Juan empezó a leerla en voz alta.

–«Queridos Reyes Magos, sobre todo a Baltasar, que es mi favorito: Mis padres dicen que con esto de la pandemia igual no podéis pasar por aquí como otros años, pero yo no opino igual. Por algo sois magos ¿no? Por eso os voy a pedir mis regalos y los de mi hermano, que él no cree que podáis pasar por aquí este año. Para mi hermano Pepe podíais traerle una mochila nueva para ir al cole, que la que tiene se le está rompiendo por varios sitios, y también un cuaderno de dibujo y lápices de colores, que le gusta mucho dibujar y no quiere pedírselos a nuestros padres porque dice que estamos mal de economía. Y para mí quiero esa caja con dinosaurios que hay en la juguetería de la esquina. Ah, y una pizza de pollo a la barbacoa de la pizzería de Tono, que las hace muy buenas y se la pido a mis padres y nada, que no me la compran. Debe de ser por los problemas económicos esos que dice mi hermano que tienen. Bueno, espero que estéis buenos y me traigáis lo que os pido.

Os quiere mucho: Manu.»

Juan acabó de leer la carta con voz quebradiza y los ojos húmedos de lágrimas.

–¿Qué vamos a hacer, Rosa? ¿De dónde vamos a sacar el dinero para lo que pide Manu?

–¿Tan mal estamos? –Rosa hasta entonces había dejado la responsabilidad de la economía familiar en manos de su marido, experto contable, y sabía que las cosas no andaban bien, pero no hasta qué punto.

Juan se mesó el pelo. En su cara demudada se podía leer su contestación.

–Se me ha acabado el paro y ahora, en estas circunstancias, es muy difícil encontrar empleo. Por otro lado, me has dicho que Inma va a cerrar la tienda en la que trabajas de dependienta por la tarde. Y aunque no fuese así, con tu escaso salario apenas podemos cubrir los gastos. Esto se nos ha puesto muy feo, Rosa. Ni siquiera tenemos para que te atiendan la muela esa que no te deja dormir por la noche.

Eso era verdad. A Rosa le estaba doliendo mucho una muela.

–No levantes tanto la voz Juan, que nos pueden oír los vecinos.

–¿Que vecinos? La única que nos puede oír es Merche y a estas horas está trabajando en la clínica dental.

Pero ahí se equivocaba Juan. Su vecina Merche, en ese momento, estaba en su balcón oyéndolo todo. Pedro, el jefe de Merche, había cerrado por ese día su pequeña clínica dental debido a un problema familiar y ella había salido al balcón a regar sus preciosas plantas cuando comenzó a oír a sus vecinos. En un primer momento pensó en retirarse de allí para preservar la intimidad del matrimonio, pero algo instintivo la hizo quedarse quieta. La carta del pequeño Manu, de apenas seis años, le había llegado al corazón. Y no sabía que sus queridos vecinos lo estuviesen pasando tan mal. Algo tendría que hacer ella. Y lo hizo, llamó a sus dos mejores amigas y más tarde se reunieron las tres en el piso de Merche, donde esta les explicó el problema que tenían sus vecinos. Merche no era cotilla y en otro caso no hubiese revelado el problema que tenían sus vecinos, pero aquí era importante ayudar.

–Yo puedo concertar una cita urgente para Rosa y hacerme cargo del gasto en la clínica –dijo la emprendedora Merche.

–Precisamente en la tienda de mi cuñado donde sabéis que trabajo como secretaria, se ha marchado un dependiente y a Luis le vendrá bien que le proponga a Juan, pues le conoce personalmente y sabe lo responsable que es. Se lo diré y no creo que haya ningún problema en darle ese puesto y se tendría que incorporar enseguida –ofreció Gema.

–Pues yo hablaré con Baltasar para que le traiga a Manu todo lo que ha pedido –dijo Belén.

Día de Reyes. Manu corre al balcón y en su carita se ve reflejada la desilusión cuando en él solo están las gastadas zapatillas de él su hermano. Rosa y su marido se miran con tristeza mientras Pepe, más responsable con sus ocho años, abraza por los hombros a su hermano pequeño. En eso, suena el timbre de la puerta con insistencia y cuando abre Juan abre se encuentra con su vecina Merche cargada de paquetes.

–Es que los Reyes Magos se han equivocado de balcón y lo han dejado en el mío. 

Juan y Rosa la miran aturdidos mientras ella avanza para dejar los paquetes sobre la mesa, a la que acude Manu entusiasmado y Pepe un poco confuso pero esperanzado.

Merche, después de dejar los bultos sobre la mesa, se vuelve hacia Rosa y le entrega un sobre con la consulta pagada del dentista, Rosa lo lee y la abraza.

–Gracias –dice Rosa.

Juan, que acaba de leer el sobre que le ha pasado Merche en el que le dicen que puede entrar a trabajar al día siguiente, no puede reprimir un pequeño grito de alegría. Pepe está alucinando con su preciosa mochila nueva y su kit completo de dibujo que tanta ilusión le hacía.

Por su parte Manu, está encantado con su caja de preciosos dinosaurios, pero de pronto frunce el ceño.

–Pues yo estoy un poco enfadado con los Reyes Magos –Todos lo miraron desconcertados. ¿Qué le pasaba a Manu? Se suponía que tenía que estar contento–. Se les ha olvidado la pizza.

Menos el despagado Manu, todos rompieron a reír.

Karmen Mas Cervera
Aficionada a escribir relatos

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