El amor no entiende de capacidades

Qué bonito cuando te quieren bien, mucho y de verdad. Y qué suerte, porque ser una persona con discapacidad es todo un reto en esto de encontrar a tu media naranja.

No hace falta echar la vista muy atrás para darse cuenta de que las personas con discapacidad han estado totalmente privadas de amar. 

Directamente es algo que durante mucho tiempo ni siquiera se planteaba como una posibilidad. Se ha infantilizado tanto al colectivo que se ha visto totalmente reprimido ante algo completamente humano y natural. ¿Quién no ha sentido mariposas en el estómago alguna vez? 

No nos queda muy lejana esta realidad, pues el estigma social perdura y todavía no está tan normalizado. Un cuerpo de pasarela, un pelo precioso, una cara bonita y que no le «falte» nada, ni física ni mentalmente. Nos han dicho que eso es la perfección y que eso es lo que vale. Todo lo demás no es atractivo y no está bien visto. Y lo peor es que nos lo hemos creído.

Yo he aprendido a ir en contra de esa idea, supongo que en parte lo hice por miedo a ser yo la que se sienta rechazada y, por otro lado, por esa empatía que me invade al vivir en primera persona el ser diferente. 

Aprendí a querer a las personas tal y como son, a querer por lo que ve el corazón. Aprendí a mirar con unos ojos capaces de captar la belleza en muchos aspectos, a no quedarme en lo que vemos por fuera y a apreciar cada detalle del otro. 

Porque el amor no entiende de capacidades. No cuestiona lo que puedes o no puedes hacer, ni las limitaciones, las barreras, las diferencias o las dificultades. No distingue entre lo que es normal y lo que no, ni jerarquiza nuestras competencias.

El amor convierte en virtud lo que muchos ven como un defecto. Y es precisamente eso lo que la sociedad tiene que entender. El amor ve más allá.

Y si no es así, no es amor.

Siempre hablo de que la discapacidad no es sólo aquella que se ve, que hay muchas discapacidades invisibles que no se determinan con un certificado. No hay un perjuicio más grande que el de pensar que tú, por no ser una persona con discapacidad, eres más válido que otra persona. Es el gran egoísmo del ser humano ante el pasamiento de «eso a mí no me pasa». Hablamos, actuamos y pensamos desde un privilegio que nos hemos otorgado sin ningún tipo de certeza. Creemos que nuestro estatus es otro, uno más digno y menos pobre. ¡Nos han engañado pero bien!

Tenemos una labor como sociedad y es abrazar las diferencias, pues todos las tenemos. Respetarnos y aceptarnos para lograr un mundo en igualdad de oportunidades. Borrar los estigmas y los tabúes educación afectivo-sexual dirigida a todas las personas y que incluya a todos los colectivos. Permitir que la discapacidad ocupe espacios de televisión donde te buscan a la pareja ideal, series románticas o libros de romance. Eso de lo que nos alimentamos tiene que mostrarnos todas las realidades que nos rodean. 

En definitiva, destruir las miradas capacitistas que discriminan y aportar un cambio igualitario. 

Por diferentes que seamos, todas las personas nos enamoramos, sentimos, deseamos y amamos. Aunque lo expresemos de una forma u otra, no lo podemos cambiar. Y así como puedes enamorarte de un hombre o de una mujer, morena o rubia, más alto o más bajo, lo puedes hacer de alguien con o sin discapacidad. 

No lo es todo, sólo es algo más.

Regina Martínez Álvarez
Creadora de «Ni más ni mano»

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