Cuando llegan estas fechas algo empieza a moverse en las calles: técnicos instalando luces, gente en los casales, las primeras piezas del monumento fallero por la ciudad… esa ciudad que, poco a poco, se va transformando.
En la vida del fallero también suceden cambios. En las casas se empiezan a sacar y planchar trajes, blusones, se empiezan a encerar y trenzar mallas con las que, con mucha paciencia, arte y gracia, en unos días nos harán un tradicional peinado de valenciana.
De nuestra indumentaria destacan las telas, la compostura, mantillas, manteletas… pero hoy quiero destacar la artesanía de nuestro peinado, el peinado de valenciana, uno de los más elaborados que encontramos en distintas indumentarias tradicionales.
Si echamos la vista atrás descubrimos que era habitual que la mujer valenciana llevara el cabello muy largo, por lo que se hacía necesario recogerlo, unas veces por comodidad, a la hora de trabajar, por ejemplo, otras por coquetería y elegancia.
Ya en el siglo XVIII el pelo se recogía en una coleta y se separaba en varios fragmentos que permitieran hacer dos trenzas y un moño en forma de ocho. Utilizaban una aguja horizontal alrededor de la cual hacían el moño en forma de ocho y después, con las trenzas, se rodeaba el ocho central. Para terminar, se le añadía una peineta.
Es en el siglo XIX cuando se añade la tradicional raya en medio de la cabeza y otra perpendicular, lo que permitía separar el pelo en tres partes, lo que conocemos como las tres rayas. Es en este siglo cuando aparecen los conocidos rodetes.
Una vez ubicados en cuando nace cada peinado de valenciana, quiero contaros que durante los días de fallas el horario de las falleras gira un poco en torno a ese momento, al momento de peinarse, porque no es lo mismo que te peinen a las seis de la mañana que a las nueve, creedme.
Una vez tu madre ya ha repartido los turnos, organizas el resto de horarios. Principalmente decides cuanto alargas la fiesta esa noche, teniendo en cuenta dejar algunas horas para el descanso aunque, ahora que pienso, más de una vez he subido a casa con el desayuno para tomarlo junto a todas las mujeres que allí había peinando, esperando o simplemente parte del “comboi” del ritual de la mañana, esperando a que empiece a haber chicas peinadas para vestirlas, y os digo yo que a esas horas un chocolate con buñuelos viene bien a cualquiera.
Con el paso de los años el peinado se ha facilitado, apareciendo los moños cosidos, que son muy recurridos en un momento dado y permiten, por ejemplo, unos rodetes perfectos. No obstante, en mi opinión, sigue siendo una obra de artesanía de principio a fin, desde que se sacan y se arreglan las mallas para que estén perfectamente listas y enceradas, esa destreza para hacer unas ondas perfectas, ese mimo al empezar a hacer el moño tratando, además, de que ninguna horquilla nos duela, ese arte para que el resultado final sea armonioso, para conseguir que no se mueva ni un pelito y que vayas lo más cómoda posible.
Desde pequeña he estado en esas reuniones que se producían en torno al momento de peinarse de valenciana, donde se enseñaban trucos, se contaban chismes, había algún grito que otro por algún tirón de pelo, se tomaba chocolate con buñuelos, café para espabilarse, e incluso algún almuerzo. Como os decía, todo dependía de la hora. Pero, sobre todo, se hacía piña, se hacía familia, amistad.
Nunca estaré suficientemente agradecida a mi madre por tanto esfuerzo y dedicación, por tanto ímpetu en que estuviéramos siempre perfectas… ¡y a tiempo!
Por muchos años.
Tere Alandi Font
Fallera de nacimiento