Fiesta Mayor

Ya se anunciaban a bombo y platillo las fiestas del pueblo, caminaba el aguacil por las calles atronando con su trompetilla a los vecinos, y cantando la maravilla de divertimentos que se preparaban para homenajear al Patron del lugar, con cabalgatas, payasos, bailes, toros… Bueno lo de los toros era un eufemismo, puesto que toros solo habia uno (y un torero), las arcas municipales no daban para más florituras y jolgorios, dijo el alcalde. Tampoco había una plaza de toros. Así pues, el alcalde, hombre de recursos, firmó unilateralmente y sin consentimieno ajeno un edicto en el que por orden del señor alcalde se reclutaba a todos los mozos del lugar, para que, a la mayor brevedad, acudieran a la plaza, donde se les darían las instrucciones pertinentes y el material necesario para que montaran con tablones, atados unos con otros, un coso taurino, donde se habría de celebrar la tan anunciada corrida de toros. Por razones de seguridad, se prohibió el acceso al recinto acotado de los menores y los mayores. “Que se queden fuera”, dijo el alcalde. Y fuera nos quedamos, claro. escuchando los “olés”, los “vivas”, los pitos, las flautas, los clarines y el requinto. Una vez terminada la corrida el toro difunto fue sacado de la plaza y se dejó tal cual, en la calle, a la espera de que vineran a retirarlo los servicios del ayuntamiento (el aguacil y el municipal). Entonces, toda la parroquia taurina que no había sido invitada a ver la corrida, nos colocamos alrededor del toro inerte, mirando y admirando al morlaco, como si fuera una aparición, puesto que algunos no habíamos visto un toro de verdad en la vida. En ello estábamos tan ricamente en pleno éxtasis contemplativo cuando el toro, de pronto y sin avisar, tuvo la genial ocurrencia de estirar la pata, tal cual. El susto morrocotudo que nos llevamos toda la concurrencia y la desbandada posterior fue épico, salimos todos a la desesperada, en un ¡¡sálvesé quien pueda!!, tropezando unos con otros y corriendo calle abajo, convencidos de que llevábamos al toro difunto detrás de nosotros echando bufidos sobre nuestros talones y cortándonos la respiración sin atrevernos a volver la vista atrás, no fuera a ser cierta la presencia del toro “corredor“, como temíamos.

Lo cuento tal cual fue, yo era una de las mironas, y no me he llevado mayor soponcio en mi vida. Lo que se experimenta a los ocho años, si es impactante, no se olvida. Lo acontecido con el toro fue totalmente cierto; lo demás, no sé, ¿una licencica literaria?

Microrelato

Volaban los abejorros por encima de los árboles, la carretera iba cambiando de color… y todo se fue a negro. Mientras, una rueda de moto sola y loca, salía a la desperada cuesta abajo, hacia no se sabía dónde.

Microrelato

Hay miradas que hablan y silencios que gritan.

Angelines Sánchez Planas
Aficionada a escribir relatos cortos

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