Dedicado a la biblioteca municipal ubicada en el castillo de Buñol, antigua iglesia de El Salvador, ahora museo.
Este artículo es una llamada, una voz perdida, un aliento de vida, para denunciar, para recuperar, esos viejos lugares de antaño, porque ahora ya no sé si se siguen construyendo, sí, para tratar de recuperar nuestras amadas bibliotecas. Lugares de siempre que servían para buscar, descubrir novelas nuevas, autores exóticos o aventuras impensables. Ahora está todo en la Red. Es difícil ver jóvenes si no es para alejarse del bullicio o de las redes sociales, las cuales lo invaden todo sin cesar.
Antes, en mi infancia y mocedad, se utilizaban también para quedar con la novia, o los amigos, pero con tanto amor y discreción hacia esos libros ordenados y llenos de saber que no se movía nadie sin ser llamado al orden. El silencio de sus recintos, el olor a libros e imprenta, las caras de circunstancias de los estudiantes, el porte enigmático del bibliotecario, la dulzura de la bibliotecaria, el saber que habías entrado pero que no habías salido igual.
Recuerdo, un día, en mi adolescencia, cuando descubrí, en una fría tarde de noviembre, ya anocheciendo, la biblioteca de mi pueblo, que se lo crean o no, estaba en el recinto de una fortaleza. Allí la llamamos el Castillo, no de Kafka, un castillo o fortaleza árabe, digno de visitar.Después de subir las empinadas cuestas de acceso hacia el Castillo, entré a la biblioteca, la cual antes era una antigua mezquita árabe y después una ermita cristiana. Desde allí se podía divisar toda la villa, los estorninos pululaban entre las torres. Estábamos solos el bibliotecario y yo. Sí, en aquella tarde de noviembre, entre las viejas estanterías, descubrí un libro de tamaño medio color verde. Se llamaba Rimas y Leyendas, de Bécquer. Ese libro ya no se separaría de mí nunca. Con esto quiero indicar que cada uno de nosotros habremos sentido esta punzada, al entrar en nuestras jóvenes vidas un autor o un libro, que nos han marcado para siempre, sea de novela, literatura, ficción o economía… y, como digo, todo ocurría en estos viejos recintos llenos de libros y emociones, encuentros y poesía. Recuerdo al gran poeta Luis Cernuda cuando decía… “ ya se ha acabado el curso en esta magnífica universidad sevillana, ya se han ido todos, pero quedan sus voces, sus latidos y vivencias, desde aquí, desde la vieja biblioteca llegará el verano y la soledad lo invadirá todo, solo los pájaros del jardín se escucharán y yo que en la vieja y amada biblioteca seguiré…”
Como en Santo Domingo de Silos, aquella mañana también de noviembre, pude visitar después de maitines la histórica biblioteca, y la sensación fue la siguiente. El monje benedictino me dejó en la puerta de entrada de la biblioteca y, petrificado por el peso del tiempo y de la historia, me impedían dar un paso adelante. El sudor frío invadía todo mi ser, y ante tan magnífica colección de libros que nunca podría leer, una gran ansiedad se apoderó de mí y salí corriendo hacia el campo exterior dejando tras de mí un halo de misterio y angustia… y bajo los chopos que bordeaban el río Arlanza, mis manos se entrelazaban y lloraba sin cesar por no poder abarcar quizás como un ángel lo puede hacer, todo el saber no vivido, toda la cultura no almacenable en mi cuerpo. Lloré por no poder haber estado en aquella mañana de julio del año 1.924 junto al poeta Gerardo Diego, y escribir el famoso poema El Ciprés de Silos… y visitar junto a él su biblioteca, como lo hizo él con sus compañeros de viaje.
Bibliotecas de España, yo os visito con mi alma perdida, planeo sobre vosotras como halcón peregrino y entro en cada una de vuestras estancias y estantería ocultas como visitante nocturno protegiendo cada instante y no se pierda vuestra memoria y vuestra labor vital, y junto a los bibliotecarios yo estoy detrás cada día repartiendo y cogiendo vuestros libros, vuestros tesoros, como yo aquel día lo hice con Rimas y Leyendas.
Desde la ventana de mi habitación veo la vieja biblioteca, y como siempre, a la misma hora, sale el mismo hombre del abrigo beige con el mismo libro, día tras día, año tras año. Quizá, me pregunto, sea el espíritu de la biblioteca, el ser que no cesa, el libro que nunca muere.
Rafael Ferrús Iranzo
Buñol histórico