Mi primer cuento. Una bicicleta llamada Libertad.

Este fue el primer cuento que escribí, en 1981. Fue como el pistoletazo de salida que me sirvió para seguir escribiendo más cuentos y otras historias. Ahora, cuarenta años más tarde, volviéndolo a leer me doy cuenta de que algo de futurista tenía, como los augurios sobre el trabajo y el individualismo. Lo presenté a los Juegos Florales de las Fiestas de Buñol de aquel año y me dieron un premio. Pero esto son otras historias, lo que importa es el cuento. Si lo queréis escuchar de viva voz  y con música de fondo, buscad en Youtube: “Una bicicleta llamada Libertad”. Venanci Ferrer. (aquí tenéis el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=6h5CRMKDjeY). Si así lo hacéis os recomiendo verlo en pantalla grande, con auriculares, o altavoz. Aunque lo hayáis leído previamente, merece la pena. Os lo aseguro.

¿Te has parado a pensar qué nos podría decir una bicicleta si hablara?

Era ya un poco tarde. Al nuevo día se le adivinaba su deseo de imponerse a la noche, que iba accediendo benévolamente. El silencio de ese momento era bastante intenso, y sólo se veía interrumpido, a veces, por alguna suave queja anónima. La bicicleta y yo nos deslizábamos casi sin destino por aquel camino. De pronto oí una voz que sonaba metálica:

–¡Hola!

Giré mi cabeza, como queriendo buscar la procedencia de la voz. No había nadie, y me pareció que se repetía otra vez, y muy cerca de mí. No daba crédito a lo que estaba viendo: me estaba hablando la bicicleta. Cuando me empecé a pellizcar tratando de despertar, me dijo otra vez:

–¡Hola! No pasa nada, soy yo que te estoy hablando.

–Pero, tú no puedes…

–Sí, sí puedo. Aunque os creáis que tenéis ciertas exclusivas como hablar, sentir, pensar…, estáis equivocados, nosotras también las tenemos. Es nuestra vida. 

Pensé que la ocasión bien merecía dialogar, comunicarme, adentrarse en ese mundo de unos seres que yo creía inanimados.

–Oye, ¿y cómo es vuestra vida, cómo lo pasáis, qué hacéis?

–En realidad nuestra vida es parecida a la vuestra, aunque existen algunas grandes diferencias que vosotros os habéis impuesto en vuestra contra. Por ejemplo: nosotras vamos desnudas, bueno, a veces nos ponen algún timbre, espejos, cestas o algo similar, pero que no tiene mucha importancia, pero generalmente vamos desnudas. De la manera más natural posible, ¿no crees?

–Sí, tienes razón. En ese aspecto nosotros estamos atrasados un montón de años, quizá siglos. No quiero decir que ahora haya que ir todos desnudos pero sí es muy significativo que muchas personas se escandalicen ante un desnudo.

–Otra característica nuestra es la sencillez de nuestros actos. Nuestras funciones vitales son muy simples e inofensivas, no tenemos rencores, odios, enfados ni nada por el estilo, en cambio vosotros no pensáis más que en destruiros a vosotros mismos, fraguáis vuestro suicidio colectivo e individual, no amáis a la Naturaleza, de la que sois parte, y en fin, un montón de errores más que se harían interminables.

–Tienes mucha razón, entre las personas las leyes de convivencia se han transformado en leyes de supervivencia: todos contra todos. Todos tienen más prisa para producir más; se está perdiendo la sensibilidad a grandes pasos. No se quiere tener tiempo para la contemplación de cosas bellas, como un amanecer, una puesta de Sol, un hermoso paisaje, el canto de un pájaro, una fina lluvia… a este paso vamos a la automatización total, ya no hará falta ni pensar, lo harán las máquinas por nosotros.

Mientras seguíamos paseando la bicicleta y yo, mi estado mental se encontraba un tanto aturdido por la insólita situación, y a la vez admirado por el hecho de esos diálogos y reflexiones que ella me había ofrecido. Tras llegar casa comencé a encadenar la bicicleta a un punto fijo, cuando ella de pronto me preguntó:

–¿Por qué me encadenas si no me voy a marchar?

–Pues porque el peligro no está en ti, sino en que otra persona se te lleve –le contesté un poco desconcertado y tras unos pequeños balbuceos.

–Nunca comprenderé a las personas. Nosotras las cadenas las utilizamos para andar, correr, movernos de un lado para otro, en cambio vosotros las utilizáis para todo lo contrario, para autolimitaros, para oprimiros unos a otros.

Ya una vez en casa pensé mucho en lo que me había dicho sobre las cadenas. Esta reflexión de ella superaba, desbordaba muchas de las mías. Al final logré reflexionar la siguiente idea: la he encadenado por inseguridad. Si no tuviera la necesidad de hacerlo, ¿no estaría mucho más seguro de que no me la robarían?

Al despertar, y tras cumplir las mínimas reglas de higiene y nutrición, me dispuse a coger de nuevo la bicicleta para trasladarme a un cierto sitio. Así, durante sucesivos días, paseábamos, charlábamos, reímos, pudimos ver la cara de mala uva de algunos conductores aferrados al volante cuando su difícil atasco era fácilmente superado por nosotros. Hubo momentos de alegría, de tristeza, de gozo… y discutíamos de lo más variado: sociedad, cine, naturaleza, música, aficiones, etc.

Cierto día emprendimos una excursión a un bello paraje que se encontraba al final de una fuerte subida. Una vez ya arriba y durante nuestra reposición de fuerzas comenzamos una charla y ella me preguntó qué llegaría a hacer yo por ella en un caso extremo. Yo le contesté que lo que hiciera falta. A pesar de la variedad de charla, no sé por qué yo me quedé con esta pregunta sobre lo que ella significaba para mí.

Tras un descanso decidimos emprender la bajada a buen ritmo, con velocidad, con un cierto riesgo. En un momento dado, cuando intenté frenar, vi que los cables de freno no respondían a la fuerza de mis manos, y la velocidad iba en aumento. Tratamos de buscar el sitio donde acabar, aunque fuera forzosamente, nuestra alocada bajada sin encontrarlo. Ella misma me indicó varias veces que saltara, pero yo no quería dejarla sola. Me había dado mucho.

Cuando el tortazo ya se perfilaba cerca, en un pequeño bache, el tubo que unía el sillín con el cuadro de la bicicleta se rompió. Yo caí y rodé unos metros por tierra hasta que me recuperé y me fui hacia ella. Saliéndose en una curva había chocado contra un muro y era un montón de hierro arrugado. Al llegar junto a ella, una de las ruedas daba sus últimas vueltas cada vez más lentamente hasta que se detuvo del todo. Al unísono de pararse se me escaparon unas lágrimas de impotencia y de pesadumbre, porque una bicicleta me había salvado rompiendo un tubo y un hombre no podía hacer nada por ella.

Hoy, cuando recuerdo mis vivencias con la bicicleta, recuerdo con mucha nostalgia que fue un estilo de vida, un estilo de sentirse más libre. ¡Gracias bicicleta!

Venanci Ferrer Tarín
Ex-quiosquero del barrio Gila

Share This Post

Post Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.