A mi gran amor, in memoriam, en el primer aniversario de su partida.
<<Casi la piso. Salió de entre mis pies moviendo majestuosamente sus delicadas y sutiles alas color púrpura. La observé largo rato en su danza. A ella se unieron más mariposas; unas grandes, otras pequeñas, de colores claros y oscuros, todos ellos hermosos. Sin embargo, mi mirada sólo se fijaba en ella. Mi corazón quería saber por qué vuelan las mariposas y se lo pregunté. Gentilmente se aproximó a mi oído y en un susurro me dijo que, tras haber vivido una vida penosa de oruga, y después de un breve período de recogimiento e interiorización en su capullo, por fin había despertado a su auténtica naturaleza, y ahora volaba feliz de regreso a casa>>.
<<La vida en sí misma, con sus gozos y sus sombras, es el camino que nos lleva de retorno a casa, a nuestro auténtico hogar, al hogar del Padre-Madre, al origen del origen>>.
De mi libro de microrrelatos “Dayal, Miradas al Interior”, 2ª edición, Bubok.
Desde que comencé a escribir estos artículos mensuales de opinión “Nueva Consciencia” –publicados, desde 2004, en diversos medios de comunicación, entre ellos el que ahora tienes delante–, cada vez que se acercaba el momento de escribir el correspondiente al mes de noviembre, en el que siguiendo la tradición de nuestro acervo cultural se viene celebrando el día de “Todos los Santos” y el día de “Todos los Difuntos”, he escrito –si he sido consciente en esos momentos– sobre la trascendencia del ser humano, sobre su paso, tras lo que llamamos “muerte” o cesación de la vida, a otros planos de consciencia más elevados.
Por citar algunos títulos mencionaré “Vida después de la vida”; “La impermanencia”… y el último y más reciente del año pasado: “El viaje del alma”, un hermoso y esperanzador artículo a mi entender, al cual no pude darle la difusión que se merecía en su momento por tener que afrontar, precisamente el mismo día 1 de noviembre, día de “Todos los Santos”, la despedida súbita y forzosa del gran amor de mi vida. Despedida que me hizo ver lo integrado que tenía en mí todo lo que escribo y predico.
Ha habido aceptación plena, entendimiento, y me he quedado con todo lo positivo: tuvo una vida intensa y feliz, con mucho amor, y se ha despedido de la manera que tanto él deseaba: súbitamente y sin sufrimiento. ¡Ojalá que yo tenga la misma suerte que él cuando llegue mi momento de partida!
Hemos dicho muchas veces que la vida no es sólo una mezcla de moléculas al azar. La vida es mucho más que eso. La muerte es una idea falsa. Y ya no sólo contemplada desde el mundo espiritual y metafísico sino ahora también en nuestro tiempo de grandes avances científicos, y más concretamente en el mundo cuántico.
Aunque es una cuestión evolutiva personal de cada ser humano, debemos ser conscientes y educarnos, desde nuestros primeros años de vida, a que nada, absolutamente nada, es permanente, nada es para siempre. Formamos parte de un Universo en continua evolución: todo nace, crece y muere o mejor digamos se transforma en otra cosa. Sufrimos y sentimos dolor ante la despedida de un ser querido cuando no entendemos que todo es impermanente, y que lo importante es vivir intensamente cada uno de los días que estemos aquí, en este plano material de consciencia, que nos ofrece cientos o miles o millones de motivos para ser feliz, para amar, para admirar toda la belleza que nos rodea, toda la Creación, a pesar de no tener a nuestros seres queridos físicamente con nosotros.
Con Amor, a todas las almas que han partido y a sus familias. Y con el deseo de que la tristeza y el sufrimiento sean transformadas en aceptación y entendimiento.
¡Feliz mes de diciembre!
Emi Zanón Simón
Escritora