Buñol es misterio: El Forastero 3, el final.

Nunca debemos olvidar a nuestros muertos, me comentó el hombre que sacó aquella fría mañana de noviembre un saco de su maletero, en el cual iba yo atado, quemado, olvidado, pero curado y deforme, porque ese ser era miserablemente, el Hombre de Cera. Nunca debemos olvidar a nuestros muertos, repetía sin cesar mientras me lanzaba al río. Nunca debemos olvidar a nuestros muertos….

Caí sobre unas cañas. El río hace tiempo que le llaman río pero es un cauce seco, invadido por aliagas y plantas mediterráneas, perdido en el paisaje valenciano, como mi propia triste figura quemada de… Hombre de Cera. Porque eso era lo que parecía, al no tener piel. Al tenue color crema de mi rostro se le sumaba un cuerpo chamuscado y dos orificios que formaban los ojos, los cuales salvé de milagro. Pero esa es otra historia, repleta de aventuras y desasosiegos, que otro día relataré. Ahora lo que importa es otro tema, que ya habréis adivinado, el Desfile que hace el Forastero, y este tema es el que voy a contaros. No hay que decir más, aquí desde esta inmensa fortaleza del Castillo de Garci Muñoz os saludo y nos veremos pronto entre las calles de vuestra querida villa, en el famoso Desfile. Ya dije en el anterior capítulo que mi venganza sobre los cuatro sería realizada, mas quiero daros una sorpresa, yo, el Hombre de Cera. Acordaos porque seré vuestra pesadilla… y la mía, pero no gracias a mí, sino a otra.

EL PRIMERO O EL NÚMERO 1

Su famélica cara recordaba a sus ancestros y sus rituales. De tez morena y ojos de rata, su pelo oscuro como la noche y largo le daban un aspecto de indiano, quizás cubano, pero no, era de la villa. No diré nombres ni más datos, pues mi venganza fue estudiada al milímetro, y así la contaré.  

El número 1 siempre llevaba la mano sobre su cinturón, como dejando entrever que era un tipo peligroso, y estaba en guardia. Cuidado, decían sus ojos de rata. Llevaba una navaja demasiado grande, que le rozaba la ingle y le causaba rojeces, pero él lo quería así. Qué más daba si cuando caminaba solo por las calles del pueblo no dejaba de mirar hacia atrás, sería su última vuelta, su última visión de la calle  que le llevaba a su vieja casa del Castillo, allí caería en mis cerosas y quemadas manos una tarde de brumario.

Sí, debo decir que se defendió como un Curro Jiménez, con su navaja cortando el viento y rasgando mi vieja capa negra, incluso me rajó el sombrero de ala ancha que siempre llevaba, mas le empujé acertadamente cerca de las últimas casas, en la muralla, y le atravesé con mi lanza desplegable que, como un paraguas, llevaba siempre encima. Cayó, desplomándose primero y después agarrándose a mí. No hacia falta que me quitase la fina máscara que me cubría el rostro, sabía quién era yo. Como dije, le empujé y su cuerpo se perdió en las calles de abajo, rozando toda la pared rocosa de la muralla con su sangre. No tuve piedad ni nada por el estilo, el número 1 era ya historia, y faltaban tres. Al mismo tiempo el frío castellano me rozó la ropa, que, como una bandera al viento, y allí entre viejas ruinas, se enarbolaba al céfiro mientras veía las nubes formar mi silueta en el ocaso, o quizás eran imaginaciones mías. Qué importaba, si era especial, terrible y poderoso, y reí a carcajada limpia casi al son de la muerte.

LOS DEMÁS: 2, 3 Y 4.  

Los demás. Los demás fue coser y cantar, pues eran tan cobardes que decidieron ir siempre juntos y así acabaron, fue su perdición. Al enterarse de lo ocurrido al primero, su atención se disparó. Por eso, nada más conocer la noticia del 1, decidieron poner pies en polvorosa, mas eso no fue impedimento para mí. 

El Hombre de Cera sabía sus intenciones, cogerían el auto para esconderse en la casa de monte de aquel que me abandonó en Valencia, en el río, y no obedeció a las órdenes de los cuatro de despeñarme en una sima cercana a la casa.

No fue difícil imaginar la carretera que cogerían, la misma en la que estaba la Central, por el Monte la Cruz.  Allí les esperaría. La noche era lluviosa y oscura, por ello, cuando me vieron en medio de la carretera, con el sombrero negro y capa al viento, y mi altura grotesca, por llamarla de alguna forma, su terror fue mayúsculo, se salieron de la calzada y su coche, no sé, salió como un obús, rozándome la rueda mi apreciado sombrero de ala ancha. Después, se incrustó en el monte, ardiendo como una tea en la oscuridad nocturna.

Así acabaron los que quisieron hacer desaparecer a alguien, herido y quemado, y lograron crear un hombre especial, por llamarlo de alguna forma.

Ahora vago por las calles del pueblo en las noches de abril y cada año preparo el famoso desfile que ellos llaman El Forastero. Este año, después de las muertes, será un desfile muy especial, único, no lo olvidarán, de verdad, no importa la soledad a una persona como yo. 

Al principio elegí el Castillo de ustedes, en alguna casa deshabitada, mas una visita inesperada en una tarde noche de enero me quitó la idea y las ganas. Cuando escuché sus pasos en la empedrada cuesta, sabía quien era. No había que huir, pensé, pero quizás hubiese sido lo más apropiado. 

Un trueque de historias y leyendas pasaron por mi chamuscado cerebro, que mejor relataré en otra ocasión, pues su realidad supera con creces la imaginación, y me he enterado que un escritor local se hace cargo de tan recóndita leyenda, un tal Rafael Ferrús ha escrito sobre este terrible ser, su origen y todavía desconocido final. Sí, la Monstrua, la Bruja, tocó a mi puerta.

Aquel ser infernal me heló la sangre. Frente a mí tenía a la mujer más cruel de este contorno, ágil como una ardilla, blanca como la luna, calva y sin apenas facciones, desnuda, apenas tenía pechos, sus piernas casi transparentes y largas como a punto siempre para saltar….

Quiso decirme algo, pero sus labios no se movieron. El Hombre de Cera sintió miedo. ¿Que por qué no me enfrenté a ella? Lean su leyenda si se atreven y lo entenderán. 

Salí de la casa y del recinto del Castillo lo más rápido que pude. Ella me observaba desafiante desde la Torre. Desde entonces habito en esta iglesia fortaleza del Castillo de Garci Muñoz, donde espero no volver a encontrar a esa terrible bruja o lo que sea. Por esto y porque es el final de este relato, les anticipo como acaba esta historia. 

Se preguntarán qué será del famoso desfile por el cual me dí a conocer. Pues bien, esta vez, como todos los años el primer jueves de abril, será un desfile inolvidable. Diríamos que yo ya me he retirado, y, en mi lugar, como en aquella tarde en el Castillo, en aquella visita oscura y mortal, me lo dijo sin hablar: este es mi territorio, olvídate y vete, soy la Bruja, y este año verán un Desfile diferente, te lo aseguro, con más colorido y un solo actor, yo, la Monstrua. 

El fuego de la tarde me consume, desterrado y arruinado de por vida, ante un demonio tal como la Monstrua, la Bruja, poderosa y ancestral, que querrá destruir la villa, la Ciudad del Viento.

Los cristales de mi ventana, en la torre de este viejo castillo, crujen sin cesar. La noche cae y es primer jueves de abril, ya  se abren las puertas de la Iglesia, los fieles van a rezar el rosario. ¿Sabrán qué día es hoy?   

EL HOMBRE DE CERA.
Castillo fortaleza de Garci Muñoz
Primer jueves de abril.

Rafael Ferrús Iranzo
Buñol es misterio. La ciudad del viento.

Share This Post

Post Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.