Caperucita y los lobos

Lila miró otra vez hacia atrás con aprensión, no se veía a nadie pero ella estaba segura de que la seguían. Maldijo por lo bajo la imprudencia que le había hecho tomar aquel camino tan alejado del núcleo urbano. Ya era muy tarde y temió que tenía que haber sido más precavida, si ahora ocurría algo violento, ella tendría la culpa.

Apretó más el paso y sus pasos sonaron fuertes sobre el pavimento desgastado.

Pensó que pese a su prisa tendría que andar con cuidado para no torcerse un pie en cualquiera de los numerosos baches y socavones de aquella carretera descuidada, menos mal que aquella luna llena alumbraba lo suficiente para ver con claridad dónde pisaba.

Oyó otros pasos que le parecieron cercanos. Miró para atrás y entonces les vio, eran tres chicos que rondaban los veinte años. Se quedó parada y ellos se miraron entre ellos sonriendo después.

Se oyó un aullido y se estremeció. Aquel era un aviso de que debía de parar aquello antes de que sucediese una desgracia.

—Mirad lo que tenemos aquí, si es Caperucita. —dijo entre risas un chico moreno que tenía el pelo rapado menos un gran flequillo que le caía hasta los ojos refiriéndose a la parka roja de la chica.

Los otros dos chicos corearon sus risas. Todos iban vestidos con vaqueros que les venían anchos, camisetas y parkas con capucha y zapatillas de deporte de marca, uno llevaba el rubio pelo largo y el otro rapado total.

Lila tembló cuando los vio acercarse con aire juguetón. Ella no tenía ganas de jugar.

—Vamos chicos, id a vuestra marcha y dejarme tranquila, ¿vale?

Los tres se echaron a reír como si ella hubiese dicho algo muy gracioso.

—Es que tenemos ganas de jugar, Caperucita —dijo el del flequillo, que al parecer era el líder del grupo.

Se acercaron más a ella, cercándola, y en sus miradas se adivinaba lo que estaban dispuestos a hacer.

—Mirad, chicos —dijo Lila alzando las manos en señal de paz—, lo mejor es que dejemos esto y que sigamos nuestro camino antes de que suceda algo de lo que podríamos arrepentirnos.

El aullido se oyó más cerca, pero los chicos estaban demasiado entretenidos para hacer caso de él. —Bueno, Caperucita, déjate de tonterías y prepárate porque te vamos a hacer pasar un buen rato.

El del flequillo se llevó la mano a sus partes en un gesto obsceno que los otros dos celebraron con el mismo gesto entre risotadas.

Y multiplica la diversión por tres, a no ser que te salve tu lobo —dijo el pelado sonriendo.

—Pues va a ser que sí. Os lo advertí —dijo Lila cortándole la garganta de un zarpazo.

Y antes de que se dieran cuenta estaban los tres inertes y destrozados en el suelo. El lobo negro miraba a su compañera, que se estaba quitando la ropa antes de cambiar del todo.

—Se lo advertí, les dije que se largaran. ¡Malditos estúpidos! Yo no quería matarles pero lo que querían hacerme me enfadó tanto que no lo pude evitar.

—Vamos —le dijo el lobo negro mirándola con triste comprensión—. Hace rato que ya te estoy llamando.

—Te oí, iba reunirme contigo cuando estos memos se interpusieron en mi camino.

Lila acabó de cambiar a una loba parda y se marchó hacia el bosque con su compañero.

Karmen Mas Cervera
Aficionada a escribir relatos

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