Comercios en el barrio antiguo

Aunque ahora no son más que recuerdos, el barrio era un barrio vivo, lleno de familias con niños. Contaba con lo que ahora llamamos comercio local, que abastecía de todo lo necesario a sus vecinos para la vida cotidiana.

Con la inestimable ayuda de nuestras socias Celia y Rosa, hemos hecho un inventario de ellos. Disculpad si nos dejamos alguno, obviamente no todos funcionaron a la vez, algunos cambiaron de ubicación y se fueron adaptando a las necesidades y las posibilidades económicas de cada momento.

La primera noticia que tenemos de un comercio en el barrio nos la ofrece un dibujo del pintor Joaquín Sorolla de finales del S. XIX, que titula «Horno de pan en la calle Lope de Vega» (dibujo derecha). En un recorrido, de arriba abajo:

PLAZA DEL CASTILLO: estanco de Galindo, ultramarinos de Pepito y Mutilao, ferretería Araceli, luego Electrodomésticos Garrido, barbería del tío Jaime, luego zapatería, carnicerías de Tito y Agustín, el horno de la tía Carmen y, finalmente, Bodega la Marianica, luego videoclub, venta de pollos asados y kiosko.

MENDEZ NUÑEZ: Enmarcaciones.

MORATÍN: Ultramarinos Rosario la Yatovera y droguería Pirrenda.

QUEVEDO: Zapatería Cándido, droguería Pepe la de Victorino, luego Tronchoni, Estanco, peluquería Zoraida, ultramarinos Pilar la Serranera y cantina de Asunción, luego kiosko de la Tía Librada, Matadero, luego secadero de jamones, pescadería, carnicería, pollería, ultramarinos Blanca y, finalmente, Casa rural El Castillo de nuestra socia Celia.

LOPE DE VEGA: Paquetería Mercedes.

CASTAÑOS: Barbería el Barquillero, Horno de Patrón, relojería Vicente y Corantai.

GRAVINA: Horno de Masmano, carpintería y ultramarinos y peluquería Quino.

PALAFOX: Joyería Manuela.

En mis recuerdos de niño, hace ya más de 40 años, en mis habituales subidas y bajadas a reunirme con mi cuadrilla, en la zona aún quedaban algunas de estas tiendesicas que ya han desaparecido. 

Nada más salir de la plaza, la joyería Manuela; a mitad cuesta, la peluquería de la Zoraida; luego, parada a cargar gorrinerías y vinagreta (esto era más bien al bajar) en el kiosko de la tía Librada; tomábamos un respiro en una tiendesica de cuadricos –supongo que sería de enmarcaciones, pero ese es mi recuerdo de crío, una puerta de aluminio con un pequeño escaparate con cuadricos–.

Ya en la Plaza del Castillo, si me quedaba algo de dinero, una empanadillica de tomate de las de antes, cuando aún llevaban atún, huevo duro y piñones, en el horno, al que rodeaban el ultramarinos de Pepito, el estanco de Galindo, una zapatería, la ferretería Araceli, la carnicería de Agustín y ultramarinos el Mutilao –siempre me ha gustado la palabra ultramarinos, que de crío asociaba a viajes desde tierras lejanas–, todo concentrado en la placica.

Y, ya de tirón, hasta mi casa, dando pequeños bocados, para que me durara más, a mi atesorada empanadillica.

Podemos asociar el declive del comercio en el barrio con el inicio de su decadencia, iniciada a finales de los sesenta y principios de los 70. Está claro que el comercio depende de las ventas, y en esta época el barrio deja de ser atractivo por un cúmulo de factores: la mejora económica general hace que la población prefiera otras zonas del pueblo más modernas y con mejores servicios y viviendas; la imposición progresiva del coche, que choca con el intrincado urbanismo tradicional del barrio; los cambios en las formas de movilidad de los buñoleros entre la zona de las Ventas y el pueblo, abandonando el eje principal tradicional a través de la cuesta del Castillo a pie por la cuesta Roya o la carretera del Cuco en coche, más cómodas.

La despoblación del barrio y la disminución de paso de personas por él hicieron cerrar progresivamente los comercios, bien por no ser rentables, bien por jubilación de sus dueños sin relevo generacional.

Y, de aquellos barros, estos lodos. El barrio actual sigue sin inversiones, mantenimiento, ni mejoras, cada vez más despoblado, con casas cerradas, algunas en ruinas, los y las castillejas cada vez más mayores, abandonados por la desidia de los sucesivos ayuntamientos a lo largo de 40 años.

¿Debemos dar el barrio por perdido? ¿Dejar que el centro histórico de Buñol se convierta del todo en un montón de ruinas en el centro del pueblo? En AVACH pensamos que no todo está perdido, que, si se empieza a actuar ya, podemos revertir la situación. 

Intentamos con nuestras limitadas posibilidades impedirlo, ajardinando y pintando rincones con ayuda de algunos y algunas vecinas, promoviendo actos de participación lúdicos y culturales. 

Pero, por desgracia, eso no es suficiente, y luchamos exigiendo inversiones al ayuntamiento, y que busquen ayudas, que las hay, para mejorar servicios, mantener la limpieza, rehabilitar casas y calles, en resumen, adecentar el barrio y conseguir que vuelva a ser un barrio vivo.

Hay quien está comprando casas en el Castillo y rehabilitándolas. El otro día volví a ver niños jugando en el barrio después de mucho tiempo. Ayudémosles.

El comercio tradicional no va a volver, son otros tiempos, reinventémonos, algunos valientes, siguiendo la estela de nuestra socia Celia Tejedor. 

Han abierto dos casas rurales en el barrio, quizás esa sea una posible salida, servicios para los turistas que vienen cada vez más a Buñol que a la vez sirvan también a los y las castillejas.

¿Por qué no probar? El barrio no tiene nada que perder y sí mucho que ganar.

Asociación de Vecinos Amigos
del Castillo-Casco histórico

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