Historias pequeñitas

Esta pequeña anécdota ocurrió hace mucho tiempo, tanto que está al borde del olvido. Y ya que tiene cierta gracia, es por lo que me induce a relatarla. En aquel tiempo existió en Buñol un vecino llamado el tío Tiadoro. Dicho señor era célebre por sus anécdotas y hazañas, y he aquí la que da origen a este relato.

Este buen señor era propietario de una huerta, que cultivaba con mucho esmero. Pero alguna vez, cuando le tocaba el turno de riego, veía que la balsa no estaba totalmente llena, por lo que dedujo que alguien se anticipaba de mala manera a hacer uso indebido del agua que le pertenecía a él (más correcto no lo puedo escribir).

Y para averiguar por qué se producía esa merma, optó por esconderse de noche cerca de la balsa. Así pudo comprobar que, aprovechando la oscuridad de la noche, un individuo se llevaba el agua a su huerta. Y entonces, cuando vio al furtivo, que estaba manipulando la compuerta, el tío Tiadoro le dio un empujón y lo echó a la balsa. Pero resultó que el fulano no sabía nadar, y cuando se estaba ahogando, el tío Tiadoro, con gran esfuerzo, lo sacó del agua, evitando que muriera hidrológicamente, que es una muerte muy mala.

Y allí, al borde de la balsa, se dijeron lo que no está escrito. Lo que sí aseguró el furtivo muy enfadado fue que «¡esto no quedará así!». Y en efecto, llevó el caso al juzgado. Y allí, ante el juez, se expresó a su manera. Que había sido atacado con nocturnidad y alevosía, y empujado a la balsa, cuando iba por la orilla a coger caracoles, «que me gusta mucho como hace la caracolá mi mujer. Y como no sé nadar, estuve a punto de ahogarme, con lo mala que estaba el agua y el mal gusto que hacía. Allí chapoteando perdí una albarca que era casi nueva, pues no hace ni un año que las compré, y no tengo otras. Y yo, que no tengo costumbre de mojarme todo, estuve a punto de coger una pulmonía».

Y cuando le tocó el turno al tío Tiadoro el juez le dijo: –hable usted–. Y este dijo: –Que lo diga él, porque no lo ha dicho todo. Dile al señor juez quién te sacó del agua cuando estabas medio muerto de una muerte muy mala. –¡Tú!.

–O sea, que te salvo la vida, que es la única que tienes, y a cambio, en vez de darme las gracias, ¿me traes a juicio?

Amigo lector, te dejo que juzgues este caso con arreglo a tu buen saber y entender.

Arturo Sáez Perelló
De profesión persona mayor

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