“No cualquiera se vuelve loco, esas cosas hay que merecerlas.” Julio Cortázar
A los críticos de bar, a los políticos de mesa y cocina, a los huelguistas de la masa, a los seguidores de ningún ideal, a los influencers, haters, instagramers, retuiteros, y demás demagogos de recibidor, en conclusión a todos nosotros, sociedad vacía, amantes de la libre opinión y de la libertad de expresión sin límites, a los no pensantes, al movimiento anti filosofía, a los amantes del nihilismo sin esfuerzo. Voy a darme permiso para opinar sobre un tema: ¿Es la enfermedad mental una pandemia? ¿Cuál es la diferencia entre el “loco del pueblo” y nosotros mismos? ¿Quién nos permite ser habitantes “libres”, dueños de nuestras propias decisiones, tutores de nuestros pensamientos y actos? ¿Cuál es la delgada línea que nos separa de ser “uno más”, a ser un miembro distinguido en un centro específico de enfermedad mental (en el pasado llamados psiquiátricos)?
Tras los diferentes acontecimientos ocurridos en nuestro pueblo con el centro de menores, en el que la mismísima vicepresidenta nos reunió para comunicarnos que iba a perseguir un ideal para convertir todos los centros de menores en públicos y demás conversaciones idílicas para convencernos de que echarnos a la calle sin motivo era una buena decisión, me gustaría aclarar que, por muy bonito que quede y ayude a la recolección de votos, es inviable, solo es un discurso de venta al público, principalmente porque el gasto económico y de recursos que supone es tal que no estaríamos dispuestos a abarcarlo. El que dude, que piense en su involucración con el tema “refugiados”. Dentro de este idílico también incluimos el convertir todos los centros de enfermedad mental en pisos tutelados, donde se les proporcione una educación integrada en la sociedad a los enfermos más peligrosos, exhibicionistas, raros o simplemente señaladores de nuestros errores. Me sorprende ver el discurso político comercial, diseñado para el engaño, y la realidad que funciona por detrás.
Pues bien, una vez consigamos superar el que ciertas empresas privadas funcionan además de como negocio, para conseguir la recuperación de los menores, de los diagnosticados por enfermedad mental grave y de cuidar a nuestros ancianos, y no son usurpadores de nuestro bolsillo y vidas, quizás logremos entender y podamos colaborar en la desmitificación del tema.
En mi experiencia profesional he pasado por diferentes centros, ONGS y residencias, y puedo garantizar que el primer objetivo de todas ellas es conseguir una estabilidad en los usuarios o pacientes y dotarles de una vida digna. Por supuesto, el trabajo con personas es difícil, es inevitable equivocarse (como en cualquier otro trabajo), sabiendo que el error puede causar daño directo a otra persona, y requiere de gran esfuerzo poder discernir el trabajo de la vida personal de cada uno. Pero tal dificultad conlleva una gran implicación por parte de cada trabajador y eso es digno de reconocer. Los tiempos han cambiado y no podemos seguir pensando que la reclusión en un centro implica el castigo físico y mental y el abandono, sino el intento de educación, el aumento de los cuidados y la profesionalidad de sus trabajadores dedicada a los usuarios (médicos, psicólogos, fisioterapeutas, enfermeros, monitores, educadores, auxiliares, etc.).
Como he dicho antes, la delgada línea que nos separa de estar en un centro la marcan nuestros actos y nunca sabemos cuan cerca estamos de cruzarla. Porque la “locura”o “enfermedad mental” es más común de lo que creemos. La sociedad no está preparada para la integración del esquizofrénico o del que tiene su propia realidad. Aquel que sale del camino de baldosas amarillas será castigado, recluido o medicalizado, pero jamás entendido o escuchado. Ojalá estos idílicos que venden los políticos lleguen a convertirse en reales, pero no confundamos y critiquemos lo desconocido, porque la realidad es que en los centros los pacientes o usuarios consiguen una estabilidad y una tranquilidad que la sociedad actual no está dispuesta a darles, por el hecho de ser diferentes. El tiempo en los centros es un paréntesis enriquecedor en unas vidas sin límites ni control. La palabra enfermedad mental la pone la psiquiatría, yo prefiero llamarlo solamente psicosis, que es un estado mental que hace a las personas vivir dentro de su propia realidad y que no implica estar enfermo. Para ser “normal” es necesario compartir un mismo imaginario social, una realidad común. No importa lo ridícula que sea, si se comparte, entonces somos “normales”. Y, si no, pensad en política, religión, prensa sensacionalista, fútbol, comida basura…, así resulta más comprensible entender el absurdo.
Por tanto, esta es la distinción que se plantea: “normal o enfermo”. Quizá si tuviéramos un conocimiento mínimo al respecto, nuestras gafas de prejuicio hacia los demás estarían un poco más limpias y podríamos convivir mejor.
Francisco Hernández Pallás
Psicólogo y Psicoanalista. CV-13012