Una tarde de verano paseando por un cementerio francés de la población de Saint-Lary, ubicada en los Altos pirineos franceses, pude comprobar qué pequeño es el mundo. La tarde gris, el cielo hinchado de dolor y ceniza, el cementerio desbordado de florecillas amarillas propias del fin del verano francés y, por otro lado, yo, deambulando en el santo lugar, entre las lápidas y tumbas, muy pocas por cierto. Leyendo los nombres, quedé segado por un nombre escrito en una de ellas, BUÑOL, escrita en moldes dorados sobre negro mármol; allí estaba el nombre de mi amado pueblo, Buñol; después, una fecha, 1891, al lado, 1916, y el nombre de una batalla de la primera Gran guerra, Verdún. Me quedé helado, de piedra.
Me incliné para ver la foto de aquel posible paisano mío. En blanco y negro, el rostro de un joven, con gorra militar francesa, con noble mirada me miraba, quizás también sorprendido como yo. Abajo, su nombre, Vicente F. G.
Y esta fue su historia:
“Yo, Vicente F. G., de 25 años de edad, vecino de Buñol y amante de mi tierra, soltero, de profesión soldado, me alisté en el ejército francés en 1913, quizás impresionado por esta Gran Armée.Ascendí a Oficial en breve tiempo, pues las prisas eran obvias, se avecinaba una guerra. En este breve tiempo me destinaron a Vichy, y después a la Ciuadela, Fuerte de Verdun, rodeada de un anillo de fortificaciones y un enorme saliente, y punto clave para ser plato fuerte para el Kaiser alemán y su imperio.
Empezaba la guerra del desgaste, del lodo y del barro, del gas y el lanzallamas, de las trincheras y de la muerte en ellas. Por ello, hoy, 21 de febrero de 1916 a las ocho de esta mañana, ha comenzado todo. Los alemanes han lanzado más de un millón de proyectiles, la mañana es fría y plomiza, y los soldados tienen miedo, pues esto es lo más parecido a un infierno. Los alemanes han empezado a utilizar los lanzallamas, no creo que aguantemos muchos días si esto sigue así. No es una batalla normal, siempre estamos a la espera.
12 de julio. Estoy junto a mis hombres y el octavo batallón en el rio Mosa, al margen derecho, tratando de aguantar el empuje alemán. Los cañones no paran de bramar y lanzar obuses sobre la fortificación, todo es humo y fuego.
12 horas del 21 de julio, Fort Saville. Nos han rodeado las tropas de asalto alemanas, Baviera y Alpen Korps, llevan proyectiles y artillería con gas difosgeno, nosotros no llevamos mascaras antigás, no nos han dado. Es el fin. Nos defendemos casi cuerpo a cuerpo, con granadas y bayonetas, pero el gas nos mata. A lo lejos, antes de caer, veo los tejados de Verdún y la torre de su Catedral. La mañana es fría y azul. Antes de morir, no paro de gritar “soy Buñolero, ¡soy de Buñol!”. Quiero que lo sepan los alemanes, pero muero asfixiado por el gas azulado a las puertas de Fort Saville y sus accesos.”
Me levanto mientras hago una foto a la lápida, atónito todavía por la casualidad, paso un trapo a la oxidada foto de mi paisano y héroe de Verdún.
Salgo del pequeño cementerio, desbordado de florecillas amarillas silvestres, la tarde cae en brumosas nubes oscuras del Termidor francés, y un escalofrío atraviesa mi espalda y mis ojos se llenan de lágrimas, pensando una y otra vez, qué estúpidas y absurdas son las guerras, y el porqué un buñolero estaba enterrado en este perdido pueblo de Saint-Lary.
Nota del autor: se agradece la colaboración del Ayuntamiento y archivo histórico de Saint-Lary, pues también había caidos allí enterrados por la Gran Guerra del 14.
Rafael Ferrús Iranzo
Buñol histórico