Con la llegada del verano llegan también las vacaciones escolares, y con estas, las preocupaciones a muchas familias. Empiezan las dudas sobre a qué actividades extraescolares, campamentos, campus de diversas cosas, etc. apuntar a las criaturas de la casa. Es evidente que el verano es largo, y que algo habrán de hacer “esos locos bajitos”, como canta Serrat.
A mí todas esas preocupaciones, que ya viví en su época, me hacen revivir aquellas otras preocupaciones o despreocupaciones que podía sentir la parte infantil, cuando yo era un niño junto con mis amigos del Barrio Gila. Como si fuera la crónica de un día cualquiera, voy a contar cómo eran aquellas largas e intensas vacaciones.
Hace ya bastantes años, unos cuarenta, cincuenta… las vacaciones escolares eran otra cosa. A finales de junio se acababa el curso escolar, y tras recoger las notas (con alguna probable calabaza que otra), ante nuestros ojos se presentaban casi tres meses de vacaciones. ¿Qué podíamos hacer con tanto tiempo libre?
LA MAÑANA
Los días tenían varios espacios temporales. El primero era el de “las mañanas”. Pasadas las nueve de la mañana ya se oía algo de bullicio infantil por la calle. Era como la señal, aunque también la señal podía ser que algún amigo se pasara por casa de otro para llamarlo, y ver si salía ya a la calle. La cosa era que, con llamada previa o sin ella, todos nos encontrábamos en algún lugar del Barrio Gila, y a partir de ese momento empezábamos a elucubrar ideas y juegos para pasar la mañana.
De entre varias ideas había una que triunfaba por repetitiva. Tres de los amigos tenían bicicletas, y esto se aprovechaba por todos (los que sabían montar) para hacer ciclismo por el Barrio Gila, dando la vuelta a todo el perímetro. A veces alguno hacía como que se despistaba y se largaba más lejos, con las consiguientes protestas del dueño de la bici y de los demás amigos. También se solían jugar partidos de fútbol, bien colándonos en el campo de fútbol, o bien en la calle, ya que los coches todavía no las habían invadido.
Las canicas y las “Perras juaoras” formaban parte a veces de nuestros juegos, en ese gran tablero que era la calle. Pero como el calor apretaba y se acercaba el mediodía, cambiábamos de escenario. Guardadas las bicis y el balón, y finiquitados los juegos, era la hora del baño. A veces nuestras madres nos acompañaban al “Balsón”, en donde nos dábamos algún chapuzón, sin tener que aguardar a las dos horas de la digestión, por la hora que era. El Balsón era lo que más cerca nos caía, y no tenía peligro, como podían tener las balsas del Samorano, el Cañico, el Roquillo, la Espinaca (en la foto de la página siguiente), etc. He de remarcar que, aunque la piscina ya estaba en funcionamiento, la economía familiar no daba como para ir todos los días, máxime teniendo La Jarra, la Cueva Turche, y muchas balsas donde bañarse, y gratis.
LA TARDE
El final del baño abría un paréntesis que incluía la hora de comer, y la obligada siesta, que solía durar hasta las cinco. Pasada esa hora, volvíamos a juntarnos de nuevo en un punto del Barrio Gila. La tarde se presentaba larga ante nosotros y había que hacer algo para divertirnos. Dependiendo del grado de emociones que quisiéramos vivir, nos decantábamos por algunas opciones u otras.
Podía ocurrírsenos ir a coger lidones, para tirar con un canuto que nos hacíamos con una caña, o podía ser otra opción. Una que solíamos repetir bastante era irnos a hacer una excursión, y había sitios para elegir, así que, igual podíamos irnos a la Jarra, al Barranco de Carcalín, a las Minas de Valero, al Puente Natural, al Roquillo, a la Espinaca, a cualquier balsa a bañarnos (el que sabía nadar), etc. Eso sí, siempre con las preceptivas dos horas para hacer la digestión. La cuestión era ir a algún sitio.
Un motivo de emociones fuertes era cuando a alguien se le ocurría proponer lo de ir a robar fruta a las huertas, y no era por hambre, sino por gamberrismo, pero con el peligro añadido de que nos pillara el guarda rural más famoso de todo el condado: el temido “Ojo Tiro”, que más de una multa llevó a las casas para que los padres se enteraran (y de paso pagaran) de los desmanes de sus retoños.
Ya de regreso al Barrio Gila, y con un poco menos de calor, la calle volvía a ser escenario de nuestros juegos, ya fuera un partido de fútbol, unas partidas de canicas, o de “perras jugaoras”, o de jugar a “torico coger o esconder”, “churro va”, etc. Todas estas actividades lúdicas se alargaban hasta que las madres iban voceando nuestros nombres para que acudiéramos a cenar, coincidiendo con la caída de la noche. En muchas ocasiones se cenaba a la fresca, por lo que la visita a nuestras casas era para coger el bocadillo y volver a la calle, donde se compartía el momento de la cena, allí sentados en un “rogle”, entre comentarios, chistes y anécdotas contadas por las personas mayores.
LAS CHICAS
Tal vez pueda parecer que en el Barrio Gila solo hubiera chicos, pero nada más lejos de la realidad, también había bastantes chicas de edades parejas a las nuestras, y tenían sus juegos. La “educación” de aquella época no fomentaba mucho la mezcla chicos-chicas, por lo que parecía que cada cual fuera por su lado. Una característica innegable es que los “críos éramos bastante más bruticos que las crías”. Así que mientras “ellos” gastaban más la fuerza, “ellas” fomentaban la habilidad, ya fuera con un “saltaor”, o con una cuerda larga, para saltar a la comba. Si alguna vez alguno se ponía en la cola para saltar, no saltaba ni dos veces, mientras que ellas saltaban y saltaban incansablemente. A otro juego que dedicaban mucho tiempo, era a unas gomas que se ponían en las pantorrillas, y que las otras jugadoras debían pisar, y hacer alguna figura. Con el tiempo fuimos compartiendo juegos, como “el del pañuelo”, “el teléfono enredao”, “balón tiro”, etc.
LA NOCHE
Bien tras cenar en casa, o habiéndolo hecho “a la fresca”, comenzaba el “último espacio temporal“, y había que aprovecharlo bien. La escena habitual era ver a los críos y las crías reclutando más personal infantil, a su paso por los diversos corros de gente sentada tomando la fresca en las diferentes calles. Cuando ya éramos un número considerable, empezaba el rito: “rosa con rosa florida y hermosa, bla, bla, pim pam fuera”. Esta era la señal de que te habías librado, y así hasta que quedaban tres, que eran los que iban a hacer de toro, en el “torico a coger”.
Pero más divertido todavía era cuando jugábamos a “torico a esconder”, ya que en el Barrio Gila había catorce escaleras, más los sitios clásicos y calles, para esconderse y pasárselo bomba con estos juegos. Además, siempre jugábamos crías y críos juntos, lo que con el paso del tiempo a más de uno hizo que se le subiera la autoestima, tras liberar de la “madre” a una cría que le gustaba, y viceversa. Al final del día, o mejor dicho, de la noche, acabábamos rendidos, pero recargando de nuevo las pilas mediante el sueño, para el día siguiente y sucesivos. Aquello era un no parar.
El verano iba avanzando y la llegada de la Feria y las Fiestas suponía un acicate más en un pueblo como Buñol. ¿Qué traería este año la Feria? ¿Qué artistas vendrían a cantar a Buñol? ¿Qué “potentes equipos” vendrían a jugar contra el Buñol? Y así iban transcurriendo los días, hasta llegar a la Feria, en donde más de una vez nos “feriaban”. Y aún quedaban quince días más para empezar la escuela, solo por las mañanas, hasta octubre.
DUDAS RAZONABLES
¿Serían capaces de quedar hoy muchos niños y niñas prescindiendo del teléfono móvil? ¿Y sabrían jugar a algún juego sin él? Nosotros no teníamos todos teléfonos fijos, y los móviles ni nos los imaginábamos. ¿Las casicas de monte, en donde algunos se iban a pasar unos días con sus tíos, primos, etc. no son el equivalente a los actuales “Campus” de infinidad de cosas, o las “Escuelas de Verano”? Ya había televisión (en blanco y negro), pero la escasa programación no nos robaba tanto tiempo, como hoy sucede.
No he pretendido en ningún momento calificar una determinada época, simplemente he transcrito ideas, sensaciones, emociones, que se vivían en aquellos tiempos. Para quien no los vivió, espero que le sirva de breve apunte de historia local (de ir por casa), y para quienes sí lo vivimos, espero que os haya hecho pensar, sobre entonces y sobre ahora.
Venanci Ferrer Tarín
Ex-quiosquero del barrio Gila