Buñol. Volver al origen.

«Volver al origen nos interpela a retomar el vínculo con la naturaleza, con ese equilibrio a veces quebrado por nuestras prácticas diarias» ZORAIDA SANCHÉS

Nací en Caracas, una ciudad en donde habitan casi 3 millones de habitantes incluyendo los barrios suburbanos. Tengo 51 años y he vivido prácticamente toda mi vida en ciudades más bien grandes: Dublín, Madrid, Valencia…, por lo que me podría calificar como «una urbanita». Sin embargo, el año pasado mi marido Toni y yo decidimos mudarnos a Buñol.

Fue una decisión súbita, probablemente fruto de la pandemia y de otras circunstancias personales. En enero de 2020 acabábamos de vender un piso en Valencia y en marzo el Covid llegó de forma drástica e inesperada, dando un vuelco a nuestras vidas. No sé porqué, presentimos que esto no era pasajero y que indirectamente nos empujaba a un cambio. 

Y así, sin darnos cuenta y en pleno confinamiento, un día nos planteamos la idea de mudarnos a un pueblo para buscar más calidad de vida, lejos de lo absurdo e inhóspito en que se estaban convirtiendo las ciudades. Queríamos un lugar cerca de Valencia y con «personalidad». Recuerdo que un día de agosto de 2020 en la playa Toni sugirió Buñol. Me dijo: –Buñol está muy bien, te va a gustar. Él había pasado un verano en este pueblo en 1991 y lo recordaba con mucho cariño, como un lugar de gente acogedora y con una energía especial. «la fuerza buñolera», la llama Toni.

Vinimos un fin de semana, recorrimos el pueblo con tranquilidad y el sábado por la noche salimos a tomar unas cervezas con nuestra amiga Pepa. Al día siguiente le dije a Toni: –»Si, ¡me gusta!» A partir de ese día empezó la búsqueda de vivienda, hasta que encontramos un piso con muy buenas vistas en la zona de San Luis. Nos mudamos oficialmente en marzo de 2021, es decir, hace sólo 5 meses, pero siento que es aquí donde, por fin, quiero echar raíces.

Para mi Buñol está siendo un Re-Encuentro. Un reencuentro con la belleza, la espiritualidad y, en cierto modo, con los orígenes de la vida. Cuando me preguntan si me gusta Buñol lo primero que digo es que me recuerda a Venezuela. A esa Venezuela exuberante, de naturaleza salvaje, con ríos y cascadas impetuosas. Cuando digo esto la gente me mira con ojos de plato, pero es verdad, Buñol tiene esa belleza especial. Personalmente, siento que he vuelto a casa. Llevo más de 20 años fuera de Venezuela y 7 sin volver a pisar esos paisajes de mi niñez y adolescencia. Esos que siempre dan morriña en el corazón. Durante mucho tiempo he echado de menos su naturaleza y ese vínculo tan especial con la tierra, esa sensación de paz y profunda espiritualidad al admirar ciertos paisajes. Creo que ese contacto fue lo que más eché de menos cuando viví en Madrid, no ver el horizonte ni el verde de la naturaleza. Aún en Valencia, que tiene un entorno precioso con su Albufera y huerta Norte, es difícil encontrar momentos diarios para el contacto con «esos paisajes especiales». Sin embargo, desde que vivo en Buñol, ese sentimiento de morriña que me ha acompañado por 20 años se ha ido, me vuelvo a sentir conectada.

Cuando paseo por tramos de La Jarra siento que estoy en una selva tropical de Venezuela, y después ves esa montaña tan majestuosa y el río… La Jarra es especial. Recuerdo la primera vez que fui. Estábamos solos Toni y yo con nuestras perras, Mafalda y Lusi. Estábamos en una poza y le dije a Toni: «Me siento como una diosa». De repente, me vinieron a la cabeza imágenes de mujeres mulatas bañándose en el río, cantando y lavando ropa. En ese momento me sentí tan transportada a nuestros orígenes. Y muchas veces esa sensación me persigue cuando paseo por Buñol. Incluso por el Castillo, me pregunto cuántas personas habrán pasado por allí y qué vida habrán tenido.

Pero de Buñol no me gusta solamente su naturaleza, me gusta ¡su gente!, y hay que decirlo en alto: ¡ME GUSTA SU GENTE! 

Si me preguntan cómo son las buñoleras, o los buñolenses, yo diría en primer lugar que son gente cálida, alegre, acogedora y tienen una sabiduría muy particular, quizás la que da el contacto con la naturaleza, no lo sé. Parte de este carácter se refleja en los grafitis que desde que llegamos nos han llamado la atención: «Eres la casualidad que estaba esperando», «Solo te quiere para follar pero al menos te quiere…», «Justicia, igualdad y libertad no son sólo palabras, son metas». Cuando los leo no puedo evitar pensar que en Buñol hay humor e inteligencia.

El refrán dice «pueblo chico, infierno grande» pero yo he percibido todo lo contrario. Hay un sentimiento general de comunidad que me gusta mucho, se respira respeto, colaboración y cercanía, además de alegría y serenidad. Me imagino que nosotros lo vivimos como alguien de fuera y en su «edad madura», que está planificando las últimas etapas de su vida. La verdad, el anonimato de las ciudades está muy bien por un tiempo, pero como lado negativo se pierde ese sentimiento de comunidad que es tan importante para el ser humano y que, particularmente yo, tenía tantas ganas de re-encontrar.

A todos los buñoler@s que he conocido en estos meses os quiero dar las gracias por vuestra acogida y por compartir este lugar tan especial que es una mezcla de paz y bucolismo. Así es Buñol… un lugar que te conecta con el origen y te hace sentir como en casa. Muchas gracias, Buñol.

Andrea Luchsinger Castellón
Una venezolana en Buñol

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