El Profesor Manuel Beltrán Báguena es toda una institución en el mundo de la ciencia. Valenciano de nacimiento y buñolero por vocación y adopción, este ilustre personaje se buñolerizó –valga la expresión– cuando desde jovencito pasaba temporadas con la familia Galarza de Borrunes.
Su padre era un comerciante de Valencia, que tenía una relojería en una de las calles más comerciales y exclusivas de la época, la Bajada de San Francisco –hoy Plaza del Ayuntamiento–, negocio que le venía de su suegro, Francisco Báguena.
El currículum científico y personal de Manuel lo definen como un triunfador en ambas parcelas. Veamos: El joven Manuel opta por los estudios, dejando a un lado la tradición del negocio familiar. Así, en 1918 se licencia en medicina y cirugía por la Universidad de Valencia. Dos años más tarde participa en los Primeros Juegos Florales del Centro Buñolense de Cultura titulado «Amor son besos». El jurado le otorga el premio de la Flor Natural, que él ofrece a la Reina de las Fiestas, Julieta Carrascosa, «Alifonso» con la que –cosas del destino– se casaría pasado un tiempo. Obviamente, este hecho potenció la vinculación y el amor de Manuel por Buñol, que no dejó de crecer hasta el fin de sus días. Tras la boda, el joven matrimonio se instala en una casa, propiedad de los padres de Julieta, en la Calle Colón «Calle Nueva» y algún tiempo después montaron casa de recreo en el monte, en la partida de La Condesa. Esta última era para Manuel como su sanatorio de reposo, en el que se relajaba y revitalizaba, aislado del mundanal ruido de la capital, donde trabajaba y ejercía su magisterio en jornadas agotadoras. Manuel y Julieta tuvieron tres hijos: Julieta, Consuelo y Manuel. Este último siguió la estela del padre, llegando a ser un prestigioso cardiólogo, actualmente jubilado.
Como fruto del trabajo esforzado y su dedicación a la ciencia, el currículum de Manuel crece sin cesar. En 1930 gana la Cátedra de Patología General de la Facultad de Medicina de Sevilla y en 1931 la de Valencia. En 1933, por decisión unánime del Claustro de la Facultad de Medicina de Valencia, es designado decano de la misma.
En 1946 el claustro lo designa Catedrático de Geriatría, especialidad en la que estaba investigando desde hacía algún tiempo. Entre 1950 y 1956 escribe varios libros sobre las disfunciones seniles. Su gran inquietud y conocimientos sobre las enfermedades de los mayores, le impulsan a crear la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, de la que fue Presidente vitalicio. Por esa misma época es nombrado Académico Numerario de la Real Academia de Medicina de Valencia y, dos años después, vicepresidente de la misma.
En 1954 le conceden la Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad y ese mismo año, el Ayuntamiento de Buñol acuerda nombrarle Hijo Adoptivo. En 1957, en el Congreso de la Sociedad Internacional de Geriatría, en Venecia, le conceden la Medalla Internacional al mérito Geriátrico. A partir de 1959 recibe varios honores y nombramientos en Buenos Aires, entre otros, Miembro de Honor de la Sociedad Argentina de Arteriosclerosis y Presidente de Honor de la misma.
En 1960 es nombrado Presidente de la Real Academia de Medicina de Valencia. El hecho es recogido por el semanario La Voz de Buñol, que lo felicita en un artículo editorial. La respuesta de Manuel al director de dicho medio es una entrañable carta de la que entresacamos algunos fragmentos: «Mi querido amigo: Mi densa vida contra reloj, saturada de obligaciones y deberes urgentes, no deja resquicio a lo que el impulso afectivo trata de hacerme realizar […] Comprenderá por ello que mi deseo de escribirle haya tenido que diferirse […] bien puedo asegurarle que si la gran cantidad de felicitaciones que recibí me colmaron de satisfacción, las que llegaron de Buñol se metieron corazón adentro […] Yo sé cuánto me quiere Buñol y cuán grande es mi pasión por el pueblo que me adoptó […] es la mayor de mis ilusiones tener ahí, en Buñol, mi refugio de paz […] Vea si tengo fe en el cariño de mi pueblo que sin menosprecio para mi Valencia nativa, prefiero para atenuar el frío de mi vejez, el calor de mi Buñol adoptivo. Gracias amigos».
Son muchos los frentes que atiende Manuel, incluido el de brillante conferenciante por toda España y medio mundo, pero no desaprovecha hueco para venir a Buñol, a su casa de La Condesa, donde descansa entre pinos y escribe. Sí, la escritura era uno de sus hobbies preferidos y, de haberse dedicado a ello, habría triunfado como en la investigación médica. Su estilo, sencillo y culto a la vez, cala en las fibras más sensibles del lector, que queda prendido en su lectura e identificado con sus reflexiones y postulados. Escribió un extenso artículo en el semanario La Voz de Buñol, titulado «Reflexiones desde la altura» –aquí la altura es su casa de La Condesa– del que a continuación, transcribimos unos fragmentos: «Hay pues en las alturas de la sierra, unas condiciones óptimas de clima que tonifican nuestro cuerpo y acarician nuestro espíritu […] Por eso amo yo la montaña. Por eso me entrego plenamente a ella […] Aquí el estrépito habitual de eso que hemos dado en llamar civilización, se trueca en rumor cadencioso, en plegaria que reza el aire al atravesar las densas copas de los pinos. El olor de gasolina, de drogas, de perfumes sintéticos, es sustituido por suaves aromas de resina vegetal, de espliego, de leña ardiendo, de blanca hogaza de pan caliente recién salido del horno campesino […] Aquí en la montaña, a través de la transparencia de esta atmósfera purísima, no hay problema cuya solución me parezca difícil… Perdida la mirada en el horizonte ilimitado, en las lejanas perspectivas, en el manto infinitamente estrellado de la noche, solo soy capaz de vibrar bajo el impulso de grandes ideales. Las inquietudes, las pasiones humanas, vistas desde esta altura, se empequeñecen, se desdibujan y evaporan cual materia deleznable y ruin […]»
En 1966 le conceden la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio. Fue esta la más alta y última distinción de su vida, ya que ese mismo año fallece en Valencia, sin haber podido disfrutar de «mi refugio de paz […] para atenuar el frío de mi vejez, en el calor de mi Buñol adoptivo». Esta última distinción, no hace más que oficializar lo que Manuel ya era desde siempre: Un Excelentísimo Señor. Descanse en paz. Valencia le dedicó una calle y Buñol una avenida. También lleva su nombre el campo de fútbol del C.D. Buñol.
Fuente de imágenes:
– Dr. Manuel Beltrán Carrascosa, hijo del personaje.
– Miguel Sierra Galarza (la del grupo de amigos en Borrunes).
Del libro «La Villa de Buñol en el tiempo» (2ª edición – 2022) (Con permiso de su autor)
Juan Simón Lahuerta
Buñolerómano