Emociones animadas. Del revés 2.

Estaba al otro lado de la mesa. Tomando un refresco. De repente empecé a sentir cómo mi corazón bombeaba con fuerza. No escuchaba a mi interlocutor porque intentaba centrarme en rebajar las pulsaciones. En lugar de conseguirlo, comencé a sentir que la respiración también se agitaba. No podía respirar con normalidad y me vi hinchando mucho los pulmones para poder abastecerlos. Iba a peor. 

Mi acompañante me miraba y me preguntó si estaba bien, porque comencé a darme palmaditas en el pecho sin ser consciente. Al final me excusé y me fui directa a la farmacia, donde me dijeron que tenía bien la tensión pero que estaba pálida y me sugirieron tomarme una tila y que me diera el aire a ver si se me pasaba. No se pasó. Cogí un taxi casi al vuelo y le pedí que me llevara a la Fe. Algo no iba bien. No conseguía oxigeno suficiente, tenía ganas de llorar pero era imposible, el corazón me apretaba el pecho a punto de estallar y sentía que la parte izquierda del cuerpo se entumecía. Una vez en urgencias me tumbaron en una cama y me preguntaron que qué me sucedía. Con mi educación, basada en el saber estar, susurré sin aspavientos: «Creo que es un infarto», pero mi mente gritaba «¡Voy a morir, ayúdenme!». Me hicieron un electro y tardaron un rato en volver. Una médico de mi edad se sentó en la cama y me cogió de la mano. Me preparé para la noticia.

«¿Has tenido hoy algún problema? ¿Te ha pasado algo durante el día? Repasé la jornada y mentí: «Todo igual que siempre». Ella entonces me habló muy lentamente: «Mira, el electro ha salido bien. No tienes nada en el corazón. Has tenido un ataque de ansiedad. Los síntomas son parecidos a los de muerte inminente así que es normal que te hayas asustado. Ahora te daremos un Diazepam y te derivaremos a salud mental para que te llamen los próximos días». ¿¿Salud mental?? ¿¿Dónde los locos?? Yo estoy cuerda. Llevo una vida equilibrada y hago lo que la sociedad me pide. No puede ser. Es el corazón, seguro, pero no lo ven. Y me puse a llorar ahí, en la sala de boxes, mientras me decía una enfermera que no pasaba nada, que eso era muy habitual hoy en día.

Ese mismo año estrenaron en los cines la película de animación Del Reves (Inside Out, 2015). Me fui a verla con mi sobrino y mi hermana. Mario tenía diez años y nos pareció una buena elección. Durante la proyección le miraba pensando si se estaba aburriendo o simplemente no le cautivaba la historia. Pese a lo bien que se muestran las cinco emociones, me preocupaba que no supiera lo que estaba pasando. Le pregunté en voz baja «¿Entiendes lo que pasa?» Él me miró y sorbió de la pajita de la Coca Cola. Pero en un momento del film, uno muy importante, noté cómo me cogía del brazo muy fuerte y apoyaba su cabeza en mi hombro mientras me decía sin mirarme: «Tía, sí que entiendo lo que está pasando». Le abracé muy fuerte con mi brazo derecho mientras me sonaba como podía con el izquierdo. Lo más curioso es que miré al otro lado y, como yo, mi hermana y cuatro adultos desconocidos más de la fila llorábamos a moco tendido. Una película animada no es siempre una película infantil.

Casi diez años han tardado en estrenar la segunda parte, Del Reves 2 (Inside Out 2, 2024). Y, con ella, incorporan nuevas emociones a la vida de Riley, la protagonista de la peli, que ya se encuentra en el umbral de la adolescencia. A las ya asentadas Tristeza, Alegría, Ira, Miedo y Asco se presentan Envidia, Pereza, Vergüenza y la líder de esta nueva camada, Ansiedad. 

La historia se centra en cómo esta emoción desea manejar la vida de la protagonista. Convence al resto de emociones nuevas de que es lo mejor para Riley, porque ella tiene la capacidad de anticipar lo que va a suceder. Así que, gracias a su presencia, se puede prever mejor un fracaso y asegurar alcanzar el éxito. En un momento de duda organiza un motín donde las emociones originales son expulsadas y toma el control absoluto. Pero, realmente, ¿es esa su función?¿Se trata de un catalizador para progresar en la vida? En definitiva, ¿es necesaria?.

La ansiedad nos viene, como el miedo, desde el mundo primitivo. Son emociones que nos salvaban haciéndonos huir cuando acechaba el peligro, nos protegían para mantenernos a salvo. Sin embargo, en la actual jungla de asfalto ya no se justifica esa reacción cuando el único león que podamos ver es el que da nombre a una línea de automóviles SEAT. Pero seguimos siendo presa de sus fauces.

Esta emoción dispara el sistema nervioso simpático y hace que segreguemos el famoso cortisol (la hormona del estrés), que desempeña un papel muy importante en los procesos fisiológicos que hacen que el cuerpo funcione correctamente. Eso no provoca la muerte pero sí muchas enfermedades derivadas, que no sólo pueden acortar la vida, sino empeorar su calidad. Y ahí es donde es importante saber cómo reducirla, y para ello hay muchos estudios que demuestran la importancia del deporte, la naturaleza, el aire libre, la buena alimentación y hablarse bien. 

Desde hace muchos años sigo a Patricia Ramírez (Licenciada en Psicología, Master y Doctorado, conferenciante, presentadora, divulgadora, escritora, en su Instagram @patri_psicologa) porque un día la escuché hablar sobre cómo nos afectaba la ansiedad. He disfrutado mucho de sus talleres. En mi opinión, traslada muy bien cómo nuestras emociones nos hacen sentir, pero no somos ellas. Su estrategia más repetida es PRACTICAR: practicar los buenos hábitos, practicar la manera que tenemos de hablarnos, practicar el humor o incluso el bloqueo de los pensamientos negativos.

En uno de sus talleres nos mandó un ejercicio: debíamos pintar una ansiedad nosotros mismos, hacer «monigote» en una cartulina para poder llevarlo encima. Cuando notásemos que su presencia empezaba a dominar nuestra mente, la guardábamos en un bolsillo al grito de «Gracias, pero ahora no te toca. ¡Te vas a estar calladita!». Era muy gracioso porque los dibujos se parecían mucho los unos a los otros: ojos saltones, pelo enmarañado, boca grande… Yo la dibujé como un Fraggel saliendo del after más siniestro tras días de descontrol. Así la veía yo. No dejaba de ser un truco, pero hacía ver cómica una sensación que, por abstracta, parecía monstruosa. Y eso es lo que se consigue con esta película: concretar lo abstracto para que nuestro cerebro lo pueda manejar mejor. 

Es necesario hacer visible que el camino del desarrollo personal debe ser de dentro a fuera. Nos enseñan a relacionarnos con los otros pero, ¿cómo nos relacionamos con nosotros mismos? ¿Por qué asumimos roles desde pequeños que tal vez no sean los mejores para nosotros? ¿Por qué por ese deseo de pertenencia a la tribu nos dejamos de escuchar para poder mentirnos con palabras que son de otros? Es ahí cuando la ansiedad llega. Y llega arrasando con todo, porque en realidad te esta queriendo advertir que no hay coherencia entre lo que eres y el personaje que estas fingiendo ser.

Escucharse, hablarse, hacerse listas de lo que te gusta o no gusta, saber qué más te gusta de ti y que quieres dejar de hacer, confirmarte o reinventarte, no es sólo cosa de la adolescencia. Es un ejercicio diario que, como personas que pasamos por etapas, tenemos que saber hacer. Lecturas como «Cuenta contigo», de Patricia Ramirez, «Hábitos atómicos», de James Clear o «La trampa de la felicidad», de Russ Harris, son opciones perfectas para dedicarse un tiempo de calidad hacia nosotros mismos y apartarnos de lo que otros dicen que son. El otro día escuché a alguien famoso decir que ya no sabemos «hacer nada» cuando estamos en tiempos muertos. Antes, en la consulta de un médico, en esa sala de espera, ojeabas una revista o simplemente te parabas a pensar en tus cosas. La ansiedad no era tan frecuente porque no había exigencia en la reacción, en la respuesta inmediata. Ahora miramos el móvil y casi casi la mayoría de las veces para ver las redes sociales. Nos vemos en comparación con los demás, en una realidad que confirmamos cuando no sabemos ni como huele, ni como sabe…. ni si es real. Y el estrés por no formar parte de ello, por no verte ahí, es tan peligroso como acabar en la selva oyendo rugidos.

Tras mi primer ataque de ansiedad decidí que la salud mental es esencial y que además depende de uno mismo. Eso me llevó a tomar decisiones que sabía que me iban a causar daño pero que eran buenas para mí. Tambien me enseñó que hay que estar en movimiento como las bicicletas, para mantener el equilibrio. Y seguir sabiendo aprender de cada emoción para poder manejarlas.

La noche del viernes, en el cine, cuando Alegría sostiene la mano de Ansiedad y muy calmadamente le dice: «no puedes ser tú la que controle su vida» no estaba mi sobrino (ya adulto) a mi lado, pero recordé su misma frase hace nueve años y repetí para mí «yo también entiendo lo que dicen». Y volví a ver toda una fila de adultos sonarse al mismo tiempo.  Y volví a llorar sólo un poquito, porque nadie me veía. Emociones, supongo.

Las gafas de Sthendal
Cinéfila y bloguera

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