En una de las calles más tranquilas de Las Ventas, en Buñol, hay una placa discreta que reza: «Calle Compositor D. Guzmán Cárcel Pedro». Muchos pasan sin saber que detrás de esas letras humildes se esconde la historia de un hombre que puso música al alma de su pueblo. Lo hizo en una casa modesta de «La Cava», entre paredes que hoy siguen susurrando notas, allí nació el Himno a Buñol.
Corría la primavera de 1932. Una tarde cualquiera, alguien llamó a la puerta. Era Manuel Chillida, sobrino del canónigo Chillida y maestro de escuela. Alto, delgado, con un aire quijotesco y una carpeta de versos en la mano. Había buscado a otros compositores sin suerte. Y ahora, con algo de esperanza y mucho nervio, se plantaba frente a Guzmán Cárcel Pedro.
–¿Puede ponerle música a esto? –preguntó, extendiendo los papeles.
Guzmán los tomó con curiosidad, sin conocer aún la poesía de Miguel Hernández, de quien Chillida hablaba con fervor. Leyó en silencio. Luego, con una sonrisa irónica y juvenil, respondió:
–Vuelva usted mañana por la tarde. Si no está hecho… no lo haré ya nunca.
Esa noche, el joven maestro no durmió. Sentado frente a su piano, en el silencio espeso de la madrugada, las notas empezaron a brotar como si ya hubiesen estado allí, esperando. Afuera, Buñol dormía. Dentro, nacía su himno. Al día siguiente, tal como prometió, el «Himno a Buñol» estaba completo. Se estrenó el 14 de abril de 1935, durante el IV aniversario de la proclamación de la República. El Paseo de San Luis fue el escenario. Más de 400 escolares del Orfeón Escolar Buñolense cantaron al compás de La Artística, dirigida por el propio Guzmán. Fue una jornada inolvidable, no sólo por la música, sino porque Buñol descubría que su identidad tenía, desde ese momento, una banda sonora.
Pero Guzmán no era sólo el compositor del himno. Era el maestro, el referente, el amigo. Nacido en Buñol el 13 de septiembre de 1912, dedicó su vida a la música con la misma naturalidad con la que otros respiran. Fue docente, director, mentor y, sobre todo, una persona buena. En 1987 escribió una dedicatoria al timbalero Paco Badía que lo retrata mejor que cualquier biografía: «Cuando tocas en la Banda, no tocas, estás recitando fina poesía. (…) Por eso, para todos nosotros, siempre serás el indiscutible poeta de los timbales». Ese respeto por cada músico, por cada instrumento, era parte de su grandeza. También lo fue su apoyo decidido en 1974 al nacimiento de uno de los eventos que hoy definen la identidad cultural de Buñol: el «Mano a Mano».
En plena crisis económica, y con las bandas locales bajo presión, el concejal de Festejos Joaquín Carrascosa propuso algo inaudito: unir a La Artística y La Armónica en un concierto único, una tras otra, en el mismo escenario. Muchos dudaron. Guzmán no. Creía, como pocos, que la música estaba por encima de cualquier diferencia. Aquel concierto fue un éxito total. Así nació una tradición que hoy llena el Auditorio Municipal y emociona a todo el país.
En 1992, el maestro falleció en La Roda (Albacete). Tenía 80 años. Pero su música siguió viva. Y su recuerdo también. Una anécdota lo resume todo. A comienzos de 1993, apenas un mes después de su muerte, su amigo Miguel Galán llegó a La Roda. Al pasar por el chalet donde vivía Guzmán con su esposa e hija, comenzó a tararear el himno a voz en grito, como solía hacerle bromas. No sabía que su amigo había fallecido. Pero pronto, entre lágrimas y abrazos, la viuda, la hija y el amigo compartieron el dolor, unidos por la melodía que Guzmán había regalado a su pueblo. Hoy, aquella casa de «La Cava» ya no es solo un lugar. Es un símbolo. El Ayuntamiento ha instalado una placa conmemorativa en su fachada. Allí se puede leer la historia de aquella noche de 1932, contemplar el rostro sereno de Guzmán y ver el manuscrito original de la partitura. Con un gesto de modernidad y memoria, también se han colocado códigos QR que permiten escuchar el himno interpretado por las dos sociedades musicales: La Armónica y La Artística.
Porque su legado no se borra. Porque cada vez que el pueblo canta el himno, Guzmán vuelve. Vuelve en las notas, en las plazas, en los conciertos del Mano a Mano. Vuelve en la emoción de quienes saben que, aunque las personas se marchen, hay cosas –como la música sincera– que no mueren nunca. Y porque, como él mismo dijo una vez: «A la inspiración no le podemos dar órdenes». Pero Buñol, sin duda, supo inspirarle.
Datos extraídos del libro «Vida de Guzmán Cárcel» de Joaquín Pilán Cárcel.
Luis Vallés Cusí
Periodista