Lavaderos públicos, lugar social de una época

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Confieso que siempre he sentido cierta atracción por los lavaderos. Cuando visito algún pueblo, siempre los fotografío y he de decir que siento cierta envidia al ver cómo los conservan y cuidan. Testigos de una época no tan lejana en donde las mujeres se reunía a hacer la colada, lavar los cacharros y demás enseres, edificios que se convirtieron en lugar de encuentro, de tertulia para todas ellas,  en donde compartían noticias y emociones, es ahí donde nacen expresiones hoy muy comunes como “lavar los trapos sucios”, en relación a criticar a otros/as y “hay ropa tendida”, como aviso de que no se podía hablar delante de alguien, por lo general de algún niño.

Cuando me encuentro frente a algún lavadero de esos que están repartidos por toda la geografía del país, inevitablemente me acuerdo de los de mi pueblo, Buñol. Viene a mi memoria el de la Cava junto al barrio Gila (lamentablemente desaparecido) y  el único que queda en pié, el de la Fuente La Higuera, que albergaba a todas las “venteras”.  Pero hubo otros muchos repartidos por todo el pueblo. El más grande se ubicaba en la calle Beltrán Báguena. Yo solo recuerdo la balsa del Partior. Así se llamaba también el lavadero. Este fue el más grande del pueblo, sustituyó al que había  en la esquina de la calle San Pedro con la Avda. País Valenciano,  donde se encontraba la carpintería de Romanet, hoy la oficina de Mapfre. Las mujeres cruzaban el río por un “puentesíco” que había,  (todavía quedan las estructuras), ya que el Puente Nuevo todavía no se había construido.

Al final de la calle Daoiz  y Velarde, antes de la subida a la cuesta Navarro, se encontraba el de las Nogueras, el azud junto a la fábrica de Pompeyo y al puente La Jarra. “Allí había unos juncos en donde se podía extender la ropa y ya te la traías prácticamente seca”, nos cuenta Luisa Rehues.

En la calle del Río, en el azud de la acequia que iba a la fábrica de Guarro (luego Vento), había unas losas de piedra, parece ser que no era muy grande, pero había mucha agua. Todavía puede verse allí el azud.

Otro pequeño en Borrunes, antes Borrones (por la lana de las ovejas, que  se lavaba allí).  Había otro muy pequeño  en la subida  de la calle Balmes. También cabe destacar un pequeño lavadero  en la zona del castillo ubicado en la calle Menéndez Pelayo,  en donde Sorolla pintó un cuadro titulado “La fuente”.

Seguramente  hubo  algunos otros, como por ejemplo el que se menciona en algunos escritos llamado “La rana”, que se cree estuvo bajo del Partior,  al final de la calle Beltrán Báguena.

Los lavaderos fueron un gran avance en la época. Las mujeres tenían que lavar de rodillas a la orilla del río, de las acequias o las balsas. Al construirse los lavaderos pasaron a poder lavar de pie y bajo techo. Estos se empezaron a construir a mediados del siglo XIX y fueron utilizados hasta mediados del siglo XX. Allá por los años 60 fue cuando en Buñol  comenzó a llegar el agua potable directamente a las casas.

Hablando con las buñoleras que vivieron  en mayor o menor medida la vida en el lavadero, me he dado cuenta que nos encontramos con la última generación de mujeres que en aquellos tiempos lo vivieron en primera persona, motivo de más para  aprovechar los testimonios de esta generación de mujeres fuertes, valientes y trabajadoras, que todavía mantienen en la memoria esos tiempos difíciles  donde el trabajo formaba parte de su vida social y que deberíamos reconocer y honrar como parte de nosotras/os, porque es parte de la memoria de todo un pueblo. La memoria colectiva generalmente  está representada por el Patrimonio, y en este caso solo nos queda el lavadero público de la Fuente de la Higuera, patrimonio que desde aquí reivindicamos como el “último de los lavaderos públicos de Buñol”.

Mª José Pérez Carrascosa.
Curiosa por naturaleza.

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