No escupas al cielo… por si acaso

A veces nos suceden cosas tan insólitas que nos preguntamos si no estaremos soñando. Y si, un buen pellizco dado y recibido por nosotros mismos nos hace saber que efectivamente estamos despiertos.

Uno de estos hechos extravagantes me sucedió estando en la sección de telas y adornos para las fallas en unos grandes almacenes, que no digo el nombre por la publicidad, pero son los más importantes de la ciudad. Mi hija y yo estábamos eligiendo la tela para su traje de fallera para ese año y que luego le confeccionarían allí mismo. A nosotras nos estaba atendiendo con mucho esmero una chica pelirroja de unos treinta y tantos años, a su lado detrás del mostrador otra chica esta vez morena y bastante más joven se hallaba atareada ordenando unas cajas en una estantería.

En eso llegó una nueva clienta la cual me llamó la atención porque era una joven bellísima muy bien vestida y abrigada con un espectacular abrigo de visón luciendo en las orejas unos discretos pero valiosos diamantes. La elegante joven esperó con educación a ser atendida por la dependienta más joven, la cual siguió con sus quehaceres sin demostrar la menor intención de atender a la recién llegada. Esta última con cierto aire de turbación le pidió ser atendida a lo que la dependienta morena con un descaro que me dejó perpleja, le contestó que estaba ocupada y siguió arreglando la estantería.

La pelirroja que nos atendía a mi hija y a mí se sonrojó violentamente mientras bajaba la mirada como avergonzada.

–Si espera un momento a que acabe con estas clientas, la atiendo enseguida, señora Romero. Por cierto ¿Cómo está Carlitos? ¿ya se encuentra mejor?

–Sí Laura. Al final solo era un simple refriado. Ya ha vuelto al colegio.

–Me alegra saberlo. Si espera un momento enseguida estaré con usted. –la voz de Laura además de su amabilidad habitual tenía un punto de servilismo.

–Es que tengo un poco de prisa. Creo que tu compañera me podría atender ahora. –la mujer hablaba con dulzura, casi con timidez.

–Pues vuelve luego. ¿No ves que estoy ocupada?
–contestó la morena con desprecio. El mismo que se retrataba en su cara y que era claramente visible para el resto de los que estábamos allí.

Laura se volvió a sonrojar y su cara pálida y pecosa adquirió un subido tono rojo. Mi hija y yo compartimos una mirada de asombro entre las dos por lo que nos pareció una contestación muy brusca y fuera de lugar por parte de la dependienta morena. Recuerdo haber pensado en ese momento que de haberla podido despedir yo, lo hubiera hecho al instante por descarada e incompetente. Era indignante que tratase así a una clienta.

La chica del abrigo de visón se marchó tras un educado –Hasta luego. –dedicado a Laura, la cual le devolvió el saludo mirándola contrita.

–Has sido muy mal educada. –reprochó Laura a su compañera cuando la clienta hubo desaparecido de nuestra vista. Lo dijo en voz baja. Aún así, mi hija y yo la oímos con claridad.

–Yo no voy a atender a una gitana. –contestó con altivez la dependienta morena, con voz lo suficientemente alta para hacer volverse a una pareja que pasaba cerca de allí.

En efecto. La hermosa y bien vestida clienta del abrigo de visón era de etnia gitana, pero eso sí, una joven y bellísima gitana.

Pero más sorprendente fue la respuesta de Laura.

–¡Estúpida! ¿No me has oído decir señora Romero? No sabía cómo avisarte que se trataba de María, la queridísima esposa del director general y mayor accionista que tiene esta empresa, don Carlos Romero.

Entonces, a la dependienta morena se le desencajó el semblante y su cara empalideció hasta adquirir el color de la cera.  

–¿Cómo podía imaginar que una gitana estuviese casada con un hombre como don Carlos? Él que podía haber tenido a la mujer que quisiera. Ir a casarse con esa…

–¡Déjalo ya! –le ordenó Laura muy enfadada y ya sin hacerle el menor caso siguió dirigiendo su atención con nosotras.

Días después volvimos para la primera prueba del traje de fallera y nos volvió a atender Laura. Yo no esperaba que nos diese ninguna explicación sobre lo sucedido allí días antes, pero ella, de improviso empezó a hablar y nos contó lo que había sucedido después.

–Os tengo que pedir disculpas por el censurable comportamiento de Aitana, mi ya ex-compañera, porque la han despedido. Al final, María, la esposa del señor Romero debió de contar lo sucedido aquí a su marido. El señor Romero llamó a su despacho a Aitana y la despidió. Le dijo que lo que menos necesita esta empresa es gente como ella que no sabía tratar a las personas con el debido respeto. Aitana me lo contó llorando, esperaba que yo intercediese por ella ante el señor Romero o su esposa. Pero yo no puedo justificar el trato que le dio Aitana a la señora María, sólo porque es gitana. Eso creo que es racismo y no está bien. Me supo muy mal cómo se portó con la señora Romero, ella es muy buena persona, muy amable con todos nosotros y no se merece maltrato solo por su raza. No. Eso no está bien.

Mi hija y yo asentimos dándole la razón.

Y es que, el que escupe al cielo…

Karmen Mas Cervera
Aficionada a escribir relatos

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