Escondido entre una frondosa arboleda encontramos el cementerio de Buñol. Su planta rectangular se encuentra rodeada por un alto muro que impide ver el interior. En su portada principal se sitúa el portón que da acceso al recinto. Esta también cuenta con una considerable altura y es totalmente ciega; su único elemento de ornato es el año en el que este bello cementerio comenzó su andadura: 1886.
Las agrupaciones de nichos también se van distribuyendo de manera ordenada por el cementerio de Buñol. Algunas de las lápidas más antiguas están fechadas en el siglo XIX, son exquisitos trabajos realizados en mármol y se pueden ver alegorías y símbolos como antorchas humeantes y motivos florales.
Pero lo que más llama la atención de este cementerio es su cementerio masónico. Se puede ver un monumento erigido entre los años 1991 y 1995, un obelisco con magníficos símbolos masónicos.
De las 435 tumbas dispuestas en este segmento del cementerio de Buñol al menos cuarenta pertenecen a maestros masones. Por ello, podremos contemplar variados símbolos, como la columna rota, la escuadra, el compás, el gorro frigio, la rama de acacia, el triángulo delta, la plomada, la amapola, la mariposa, el pentáculo y algunos más. Sin duda, un recinto ejemplar en España donde conviven con respeto las creencias de un pueblo laborioso y leal, así como toda su gente.
Pero hoy nos vamos a centrar en un elemento muy significativo. Nada más entrar por la puerta principal, a mano izquierda, dándole grandiosidad, elegancia y singularidad al mismo.
EL ÁNGEL DEL SILENCIO
Fundadores: Lucio López y Vicenta González. Tuvieron ocho hijos. De entre ellos, un arquitecto y un médico, el Dr. Juan López, calle que dominaba esta familia, y que lleva el nombre de uno de sus hijos. En ella, se desarrolló gran parte de mi vida, precisamente, en la carpintería del Tío “Perico El Santo”, año 1.885, y que siguieron con su trabajo mi abuelo y mi padre, Pedro Vallés Guaita.
ESCULTURA: El Mausoleo de esta familia que, desde la entrada, baja casi en vertical hasta unos 5 metros de profundidad, con tres hileras de nichos a ambos lados. Y entre ellos destaca, nada más bajar a la derecha, un busto en mármol blanco, de quien fuera alcalde de nuestra localidad, D. Arsenio Galán, que propició la construcción de nuestro Puente Nuevo, actualmente, Puente de la República.
Volviendo a la talla principal, y que le da nombre, El Ángel del Silencio, fue tallada por uno de los nietos, Francisco López Criado, padre de Pepa López Moscardó, la Tía Pepica la de las Velas, y/o la de la Jarra, (vecina de casa de mis padres durante muchos años). Este segundo sobrenombre le venía dado porque regentaban nuestro balneario de La Jarra, junto al Río de Buñol. A él venían personas de toda condición y de todos los lugares del pueblo valenciano y del resto del país, pero muchos de ellos de escasos recursos económicos, por lo que se les solía, llamar, “de pat i conill” –pat=ànec= pato, y conill=conejo–, porque el pollo, por aquel tiempo, era escaso y caro.
Retomando de nuevo “El Ángel”, podemos decir que a Francisco López, por su trabajo, solamente recibió, como prebenda, la preferencia de elegir nicho, como si después de fenecido, le importase demasiado. Bueno, pero eligió el segundo lugar de la tramada central, mirando al altar.
La piedra elegida para la citada escultura se extrajo de una cantera situada en la parte superior de La Jarra, en dirección al Monte De la Cruz, y toda ella pertenece a un solo bloque (incluídas las alas).
Un inciso curioso. De esta misma cantera también se extrajo toda la piedra que a día de hoy representan los fundamentos, tanto de la Estación del Norte, como la del Banco de Valencia, de nuestra capital. Edificios emblemáticos de nuestro “Cap i Casal”. Esta piedra era transportada a la ciudad, en grandes carros, tirados por bueyes, y uno de los carreteros, debido a cómo acometía su trabajo, y para espolear a los animales, recibió el sobrenombre de su voz de arriero, “Güeyarre”, porque les gritaba: “Arre, güey arre”.
Podemos decir que a Francisco López, se le ocurrió hacer esta magnífica obra porque su familia se dedicaba a la construcción de caminos y carreteras, queriendo de esta manera darle continuidad o permanencia al oficio de su vida para siempre, y de esta manera, darle ornato a nuestro cementerio, que le llevó algunos años, entre finales del siglo XIX y principios del XX. A base de cincel y martillo, mucho sacrificio, y sabiduría natural, le dio la sencillez, grandiosidad, magnificencia y expresividad que la hacen tan singular. Como he dicho anteriormente, la figura está extraída, alas incluidas, de un solo bloque, lo cual la hace más esplendorosa y espectacular, basada en las medidas aproximadas, entre 1,50 ó 2 m., sobre una base esférica, representando nuestro planeta, o, más bien, simbolizando a toda la humanidad en su conjunto, sin distinción de culto.
La figura, este Ángel del Silencio, porta en su brazo izquierdo una cruz que recae sobre el pecho, mientras con el índice de su mano derecha lo aproxima a sus labios, solicitando respeto y generosidad hacia el lugar y todas las personas que reposan y descansan en paz, en todo el jardín de nuestro último destino.
Fuentes consultadas:
Mª Mercedes Morató Moscardó.
Blog Cementerio Buñol.
Ferran Vallés Morán
Maestro jubilado