Pasen y lean. Pausen y lean.

Solos y conectados. Solas e hiper conectadas, fibra óptica y aislamiento personal, 5G y amplia desconexión emocional, pornografía y profunda alienación sexual. Dice el filósofo Daniel M. Hausman que «la sociedad virtual, este contexto en el que ya todos vivimos, es una sociedad narcotizada» y… no es necesario ser un teórico o un neurólogo especializado como M. Desmurget (lean su libro «La fábrica de cretinos digitales»)para tomar el pulso a esta realidad «narcotizada», incluso «acebada»: no más hay que asistir a una comida familiar donde los/as muchachos/as, ausentes, están con sus pantallas, o fijarnos en nosotras mismas.

¿Cuánto tiempo tardamos en ojear el móvil? O subir por los Escaleretes y cruzarte con ciudadanos ordinarios que no solamente no te saludan sino que van con la mirada amorrada a un ¡ay!phone, o ver qué lleva todo el mundo en su mano como si fuesen antiguos breviarios o rosarios o cilicios… ¿Cómo es posible que los/as niños/as entre los 2 y los 6 años pasen al día casi tres horas delante de las pantallas, los de entre 8 y 12 casi cinco y los/as adolescentes de 13 a 18 seis horas cuarenta y cinco minutos, más de lo que dedican a cualquier otra tarea, ya no diremos relacional, educacional, académica… sino incluso a veces más que a la primaria, en salud, que es la de dormir y nos parezca el asunto de la mayor modernidad, de la mayor normalidad? Los adultos… chequéense ustedes mismos.

Como señala Michel Desmurget en «La fábrica de cretinos digitales», esto no puede proporcionar salubridad sicológica o social alguna. La imposición digital que «libremente» abrazamos está quebrantado valores substanciales de la capacidad crítica y cognitiva de las personas, a la vez que sucumbimos al aislamiento y moramos en la ficción continua de una vida hiper conectada. ¿Hiper conectada a qué? Josep Burgaya en su libro «La manada digital» señala que debería inquietarnos el que nunca haya existido un medio como internet tan potente y propagado para distraer nuestra atención de manera exhaustiva, insistente e interesada, donde la centralidad de lo humano queda relegada en favor de lo tecnológico: la distopía ya está en la calle, en las almohadas, en los días mismos superando casi a las literarias distopías de corte clásico (lean o relean «Nosotros» de Y. Zamiatin, «1984» de G. Orwell o «Un mundo feliz» de A. Huxley).

Realmente parte de la crítica que está surgiendo a trancas y barrancas a esta sigilosa inundación de la tecnocracia no es un cuestionamiento fundamental a las ventajosas herramientas de información y comunicación sino a como la industria de la red nos atrapa en muchos aspectos de nuestra realidad personal y colectiva (lean «La civilización de la memoria de pez» de Bruno Patino) pero lo más alarmante de todo este asunto casi infinito (amén de tener ya las personas la capacidad de atención inmediata similar a la de un pez de acuario) es que el 80% de nuestro tiempo entregado a la red consiste en una huida de una realidad tangible para instalarnos en un mundo paralelo que no nos satisface, que nos crea más necesidades, pero que nos distrae y ocupa… inútilmente y que además es el resultado de una imposición dirigida a un modelo de negocio, un modelo de control, un sistema de manipulación por el cual hubiesen suspirado todas las estructuras políticas autoritarias del pasado (lean «El dorado. Una historia crítica de internet» de Enric Puig).

Si no somos críticas, si no somos críticos, si no cuestionamos el «todo gratis» de la red, si no evaluamos aquello que nos aporta o aquello que nos resta, si no cuidamos los ecosistemas sociales y personales que nos construyen como seres soberanos, estamos entregándonos a una perversa ilusión de continuas lucecitas, creyéndonos que estamos en algún lugar interesante de la Historia cuando todo es una tramoya inexistente al servicio de «Un mundo feliz».

Pausen las pantallas y entren en la realidad cognitiva más extraordinaria que puede realizar el cerebro humano: leer. 

Pasen y lean.

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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