Y el recuerdo me volvió al pasado… Parecía ayer; sin embargo, habían transcurrido más de 40 años. La casita de mis padres estaba allí, quieta, esperando ser reabierta y, como otras, sabedora de tradiciones e historia.
Fue en la década de los cincuenta del siglo pasado cuando nacería la «Horchatería Emilieta», uno más de los comercios familiares que se encontraban en la calle Cid de aquella época. Desde la Cuesta de Soriano, lindante con el comienzo de Los Escaleretes y a lo largo de la calle, incluyendo sus bocacalles adyacentes hasta el Puente, proliferaban esos negocios familiares. Para aquellos años suponía un gran entramado comercial, no faltaba de nada: charcutería, tintorería, hornos, bares (en algunos se echaban las quinielas), cantinas, carnicerías, zapaterías, zapatero, pescadería, taller de reparación de electrodomésticos, carbonerías, tienda de tejidos, sastrería, peluquerías, estancos –en uno de ellos se vendía aceite por litros–, vaquerías –en las que se vendía leche–, jugueterías, tienda de artículos de caza y pesca, ordinarios, electrodomésticos –con la estrella de la radio–, farmacias, pollerías, kioscos, verdulerías-fruterías, corseterías y lencerías, ferreterías, recreativos, muebles, relojerías, joyerías, pastelerías e incluso un lugar donde se arreglaban las herraduras a los caballos. Sin olvidar las dos Sociedades Musicales y el Teatro Penella, junto a los edificios oficiales de la época. Allí también se encontraba la ubicación –en las «Cuatro Esquinas»– de la casa, la horchatería a la que me refería y que luego llegaría a ser lo que se conoció como el «Kiosco de Juanjo». Todos estos negocios familiares suponían un gran centro comercial para Buñol, que era entonces un referente social-comercial.
Corría el año 1.957 cuando nacería la primera singladura de la emisora Radio Buñol, incipiente primero en la tienda de Radio Castell, más tarde emplazada en el edificio de muebles Cuenca (Cumar), y que significó un gran empuje para la sociedad buñolense. Aquella casa (Cid, 43) para mí significaba una gran referencia, sí, como una reliquia. Mi corazón deambulaba por ella. Allá por los 80 decidí reiniciar lo que había sido la horchatería de mis padres. Comencé restaurando paredes, pintura, mobiliario para el local…
Para pintar la fachada –claro, había que ponerla a punto–, al ir descamándola apareció un letrero anunciante de cuando allí hubo un ultramarinos. ¡Qué alegría! Parecía que la casa, con el intermediario de la pared, quería comunicarse con el mundo nuevo.
Las horchateras de corcho había que ponerlas al día. Las forré por dentro con pez (especie de alquitrán), como hacíamos cada año antes de empezar la temporada. Arreglé el desvencijado carretón de madera que mi padre construyó para traer el hielo desde la fábrica de gaseosas. Sí, el carretón era un auténtico utilitario. Recuperé el mostrador y todo lo demás, así que la sensación del local era muy tradicional.
La horchatería funcionó como tal hasta mediados de los 90, en que se convirtió en comercio variado, kiosco, donde reinaba la diversidad: dulces, revistas, tebeos-cómics, novelitas del Oeste…
En cada época, lo que tocaba. En Pascua, cometas; helados en verano; tracas en Fallas y, en Navidades, gorritos y bromas. Y, cómo no, los «suplefaltas». También había productos típicos, como regaliz, cebolletas, chufas, caña de azúcar, «tramusos»… Incorporé el aliciente que podría suponer un Belén dentro de una caja de regalos y que se podía ver a través de una pequeña ventanita (se acordarán los niños de aquel entonces).
A partir de 2.010 la casita antigua se convirtió en escombros, construyéndose un pequeño edificio familiar, siguiendo el kiosco en la planta baja. Pero el espíritu de la antigua, acogedora y protectora casita quedó para siempre en el aire.
Termino este relato en la confianza de que haya gustado. Bueno, me despido. Hasta luego… Adiós.
Juanjo Ortiz Alís
Ex-kiosquero
Qué gusto leer algo tan bien escrito, tan introspectivo y que despierte tanta nostalgia.
Independientemente del contenido, que me ha hecho estar allí rememorando las mil y una visitas a comprar de todo, todos los findes, me ha sorprendido cómo el texto se me ha «deshecho en la boca» como me ocurre siempre que leo algo que aúna la nostalgia con toques de realismo mágico.
Podría ser el comienzo de un libro que me apetecería leer.
Me ha encantado, Juanjo.
Felicidades.
Pd: el Kiosko de Juanjo ha sido un imprescindible para el ocio púber de algunas generaciones, y tod@s tenemos un buen recuerdo. Gracias.