El viaje a Estella. Capítulo 2. Estella-Lizarra

Este artículo lo escribí en el año 2012 en la página de la Sociedad Musical La Artística, con motivo del 50 aniversario que ese año se conmemoraba de la primera visita de la Banda y de la Sociedad a la ciudad navarra de Estella. Quise poner de manifiesto por escrito unos días que para mí serían inolvidables, unos días alucinantes. Yo, como digo más adelante, no había pasado de Valencia, era un niño, tenía 12 años.

Algunas dianas los más pequeños nos quedábamos durmiendo, rendidos del día anterior. Una mañana (la segunda o la tercera sería) alguien viene al “hotel” diciendo: “que a Coté le ha pisado una vaca en el encierro”. “¿Le ha hecho algo?”, preguntamos. “No, a él no, un poco magullado pero nada grave, aunque el saxo (saxo tenor tocaba), está hecho polvo, así que cuando lleguemos a San Sebastián habrá que llevarlo a la casa (era un Selmer, y en San Sebastián por lo visto había una casa de instrumentos de esa marca)”.Total que el pobre Coté ya no dio ni una nota en todo el viaje.

Ensayos. Don Mariano preparaba los conciertos en la Alameda, a la orilla del río Ega (afluente del Ebro), que es el que pasa por el pueblo. Los preparaba a conciencia, como si del Certamen de Valencia se tratase. Era incansable, con algo de mal genio, pero muy buena persona. “La Tempranica”, ”Agua, Azucarillos y Aguardiente”, “Poeta y Aldeano”, “Lo Cant del Valencià”, “Bohemios”, “Sotos Redondo”, “Luchando”, “Churumbelerías”, “Pepita Graus”, entre otras muchas (Ricardo Wagner era un compositor que por esos años la Banda interpretaba muy asiduamente), eran las piezas que en aquellos días ensayaba la Banda para los actos programados.

Manolo “Patata” nos dio un conciertazo en una sala de baile al aire libre que se llamaba Oasis, tocando el pasodoble “En er mundo”. Recuerdo que lo hizo desde el escenario de la sala, que estaba, por lo menos para mí, muy elevado, y que hizo las delicias de todos.

En uno de los cines del pueblo recuerdo que estrenaban la película “El Cid”, que se había rodado en Peñíscola.

Otra de las cosas que me llamó poderosamente la atención era que en el río Ega había playa. Yo pensaba que las playas únicamente estaban en el mar. Pues no, en ese río también había una. Se cruzaba el río de lado a lado, por un puentecito de madera, desde el cual los mayores se tiraban de cabeza al agua. Al pasar de una orilla a otra, te encontrabas con una pequeña balsa que se llenaba, no con el agua del río, sino con la que salía de la montaña, y al ser la balsa poco profunda, allí nos metíamos los más pequeños, con la sorpresa de que el agua estaba salada (más tarde nos hemos dado cuenta que no es una cosa muy extraña el que exista agua salada fuera del mar, pero cuando uno no había salido del Castillo, todo le era sorpresivo, extraño y casi siempre maravilloso).

Fueron unos días extraordinarios, estupendos, las Peñas de jóvenes, “La Merkatondoa”, “La Lizarrokoa”, sus charangas, sus himnos que no dejaban de tocar y cantar y que enseguida entraron a formar parte del repertorio de nuestra banda.

Un personaje muy peculiar, singular donde los haya, era un señor al que llamaban “Barato”, con su espectacular boina vasca (tipo Manolo el del Bombo), posiblemente más grande que la de este.

De grato recuerdo es la supermerienda-cena que nos ofrecieron en plena calle y que creo asistió todo el pueblo, con un bacalao a la vizcaína que hizo historia, por lo menos para mí, que nunca lo había comido.

En las fotos que acompañan a estos recuerdos podemos observar la imagen de algunos músicos que están merendando en la calle, la familia Cotolí al completo, Paco Bomba, Felipe Carrascosa, El rojo Iniesta, Julito, Pelocho, Fite (el abanderao), Vicente “el Siego”, Roberto Martinez y los más pequeños (siempre estábamos juntos), Paco Badía y yo. También aparece el que antes he nombrado (Barato) con su espectacular boina. 

Los toros… En las tardes de toros, la Banda hacía de banda de la Plaza. La trompeta (el Morro) hacía de cornetín, tres pases seguidos del maestro y el público como locos, la banda metía un pasodoble (casi siempre el Gato Montés). Estuve en la primera corrida. Al ver tanta sangre, ya no fui a ninguna más y jamás he vuelto a ver otra.

Fin de las fiestas, despedidas, abrazos, algún que otro lloro de las chicas estellicas, al haber conocido a algún chico de los valencianos que se marchaban, pero que seguramente al año siguiente allí estarían de nuevo.

Rumbo a Pamplona, ciudad húmeda, muy húmeda, las calles de adoquines. Aquí se veía de esa forma (con adoquines) alguna carretera (La Cuesta Roya), pero no las calles. Visitamos el edificio del Ayuntamiento, precioso. Recuerdo la belleza de sus techos de madera tallada. Por las calles (las que más tarde veríamos todos los años por Televisión en los encierros de San Fermín) muchísima gente, y entre toda esa gente me llamó poderosamente la atención un señor mayor, anciano diría yo, vestido de uniforme, con muchas medallas colgadas en el pecho, boina roja, con papeles en la mano, que iba repartiendo entre la gente que pasaba a su lado. Por su boca lanzaba proclamas a favor de la monarquía (de una monarquía que años más tarde supe que no era la borbónica), poniendo como un trapo a Franco y a su régimen, y yo, asustado sólo de oírle, me preguntaba como él no podía tener miedo de decir lo que decía, si en Buñol para oír Radio España Independiente-Estación Pirenaica se tenía que hacer con volúmenes mínimos del viejo Philips que mi padre había comprado años antes, en habitaciones lo más alejadas de la calle y los comentarios de las noticias que se decían hacerlos y discutirlos con personas de la máxima confianza, dado que el mero hecho de oír ese medio de comunicación era motivo de pena de cárcel. Cómo pues aquel señor podía repartir panfletos, hablar contra el régimen, y llamar traidor a Franco. También he de decir que nunca supe si lo detuvieron o no.

Pamplona-San Sebastián. Casi me muero del mareo que cogí, el pobre Roberto ya no sabía qué hacer conmigo. Me puso delante, a su lado, iba despacio, paró nosecuantas veces, yo creo que la biodramina no se había inventado, o por lo menos yo no la conocía.

Nos detuvimos en el Santuario de Loyola, cuna de la Orden de los Jesuitas. Foto en la escalinata del templo (Popeye, Eduardo, Anguiano y yo). Dejé la foto para unas memorias de la Sociedad y al que se la dejé desgraciadamente no me la puede devolver. 

San Sebastián, la Directiva, el tío Paco a la cabeza, a ultimar los detalles del concierto que la Banda iba a dar en la explanada de la puerta principal del Ayuntamiento. Otros, sin falta, llevar el saxo tenor pisoteado por la vaca a la casa Selmer para su reparación. Los músicos, de paseo, al Aquarium, cientos de peces que sólo se veían en los libros. Lo que más me impactó fueron las morenas, y sobre todo un esqueleto de ballena que había en el centro del Aquarium y que daba idea de lo grande que había sido el animal.

El Cantábrico (si al principio decía que el río Ebro me fascinó, no podéis imaginar lo que supuso ver el mar Cantábrico), el monte Igueldo, la playa de la Concha. Nos bañamos en un mar distinto, de grandes olas, un mar bravo.

El Concierto, un éxito de público (olía a la Semana Grande) en un marco precioso, una interpretación espléndida. Don Mariano, un mago. Regreso a Buñol rápido, pocos recuerdos, seguramente me quedaría dormido.

–Amelia, aquí tienes a tu chico.

–Gracias, Paco. 

En recuerdo y agradecimiento a todos aquellos que en aquel agosto del año 1962 hicieron posible la primera visita de los Feos a la muy noble y leal ciudad de Estella-Lizarra, en especial al tío Paco Pallás.

Estos eran mis recuerdos en el año 2012. Todavía son los mismos. Como he dicho siempre, estaré agradecido a la gente que hizo posible aquello que se prolongaría en los años siguientes para otros músicos, otros directivos, otros directores, pero aquella primera vez fue mágica, las brujas del País Vasco estaban muy cerca.

Manuel Roca Vallés
Recordando otras cosas del 68

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