Algunos de ustedes sabrán que un día de mediados de febrero de hace ya bastantes años moría dejado de la mano de Dios, como no podía ser de otra manera, dado que como mínimo era un hombre agnóstico y además bondadosamente anticlerical, digo, que hace muchos años moría lejos de Sevilla, solo, dejado de la mano de Dios, de cualquier circunstancia protectora y alentada su ancianidad por el fascismo ibérico y la próxima ruina de Europa entera, en un lugar remoto del sur de Francia, digo, su «anticipada ancianidad», porque para los tiempos que ahora corren, tenía el hombre 63 años, 64 hubiera cumplido –de haber sido posible– en julio de ese año, en los tiempos que corren, digo, con esa edad siendo albañil, conductor, fontanero o yotuber ni siquiera sería posible jubilarse…
Pero él, en las últimas pocas fotos en que aparece, parece, más que un hombre avejentado, un anciano con todas las de la ley, a pesar de que se había dedicado a la docencia y a la literatura –actividades que aparentemente no tienen gran menoscabo físico–. El caso es que compartió su fin, salir de España con lo puesto, andando bajo la lluvia, perseguido por la bombas, sin destino ni futuro y con la muerte rondando, con miles y miles de ciudadanos y ciudadanas, y caminando, caminando, tocado de muerte, cumplió con ese designio, es decir, que en breve, tras cruzar la frontera y bien lejos de Sevilla, se murió.
Algunos de ustedes pensarán que es muy rancio rememorar asuntos tan remotos de gente tan lejana, incluso algún político regional, local o nacional con cargos en cultura pensará «qué pesadez, siempre con el mismo cuento de los muertos, por Dios», pero ese es el asunto, ese es el asunto. En primer lugar, que no están muertos. El caso concreto de este hombre es muy exacto, vive vigorosamente por fortuna en su obra literaria, y en el caso de miles de hombres y de miles de mujeres, en el recuerdo de una sociedad posible, solidaria, con propensión al conocimiento y a la cultura, abierta, democrática, universal… Por eso algunas gentes quieren, desde su máxima estulticia, ignorancia, avaricia y crueldad, que nadie sepa, que nadie recuerde, que el olvido, la tergiversación o directamente la mentira lo cubra todo para que todo sea un mundo de «libertad» para tomar cervezas, de ricos venerados, tauromaquia colorida e ignominia jaleada. En fin, un moderno veintiuno rebozado en lo peor del diecinueve hispánico.
Pero bueno, el hombre era de Sevilla y se llamaba Antonio. Cruzaron la frontera por Cervere hasta llegar atribuladamente hasta Colliure, él, su madre, su hermano y otros descamisados. Días después moría Antonio y días después moría Ana Ruiz –su madre–, que casi tuvo la fortuna de morar en cierta inconsciencia senil para no calibrar la magnitud de la tragedia global y la suya personal.
En fin, era febrero, llovía y, como ahora, los tiempos estaban revueltos y, como ahora, el fascismo total estaba armado de mentiras, poder, pistolas, capacidad de generar daño, daño inmenso, no solo a la cultura, sino a las personas que confiaban y confían en que este asunto, fundamentalmente el asunto de la Ilustración, fundamentalmente el asunto de los libros, del conocimiento, de la solidaridad y la consciencia, de las manos entrelazadas creando comunidad en lo cultural, en lo social, en lo intrínsecamente humano, personas que confiaban y confían que estos menesteres virtuosos quizás no puedan completamente salvarnos de los daños intrínsecos al hecho de vivir, pero al menos pueden alentarnos a tener una vida abierta, lúcida, con perspectivas y emoción.
«En España —no lo olvidemos— la acción política de tendencia progresiva suele ser débil porque carece de originalidad; es puro mimetismo que no pasa de simple excitante de la reacción. Se diría que solo el resorte reaccionario funciona en nuestra máquina social con alguna precisión y energía. Los políticos que pretenden gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción de fondo que sigue en España a todo avance de superficie. Nuestros políticos llamados de izquierda, un tanto frívolos —digámoslo de pasada—, rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento que el tiro».
Ojalá –recuerdo e historia vivos– estemos atentas a que los tiempos revueltos de entonces no sean doblemente enterrados por una parte y por otra –en el peor de los sentidos– restablecidos con estructuras políticas perversas, estructuras culturales decrepitas, políticos insufribles e indignos, mentiras, toreros «caralsol» y un tejido social corroído hasta el vasallaje.
Fue en febrero y era el 39.
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