Josefa Cusí Carrascosa, un viaje de coraje, pasión y familia

En el siguiente artículo hemos querido aunar la historia de una mujer inspiradora para la localidad de Buñol, con el recuerdo de los comercios de ayer y hoy, ya que «Savina» –tienda de ropa infantil y propiedad de nuestra protagonista– marcó un antes y un después en el pueblo. Además, con las Pascuas recién terminadas, ¿qué niña o niño de mi época no iba a comprarse «el hato» para estos días? Así que, vamos con el relato sobre Josefa Blasco Cusí, más conocida popularmente en el municipio, como «Pepica María», aunque a ella este nombre no le ha gustado nunca, ahora contaremos la razón.

Pepa nació en Buñol el 29 de octubre de 1945.  Es una mujer que ha vivido su vida con una fuerza impresionante, guiada por la pasión por su trabajo y la dedicación a su familia. A los 79 años su historia refleja, no solo los cambios de una época, sino también su tenacidad para seguir adelante a pesar de los desafíos personales y las adversidades.

Desde joven Pepa mostró una especial conexión con los niños. Tras finalizar el bachillerato elemental, decidió quedarse en el colegio donde estudió, en la Inmaculada Concepción, un centro regido por las monjas, donde pasó desde los 15 hasta los 22 años. Fue allí donde comenzó a formar su vocación por trabajar con niños, algo que marcaría su vida de manera crucial. Sin embargo, sus aspiraciones no terminaron en el ámbito educativo, sino que se extendieron a un ámbito más personal, como lo fue su incipiente vida familiar.

A los 23 años Pepa se casó con Vicente Agustina Zanón, un hombre de Buñol que trabajaba de ordinario y con quien comenzó una nueva etapa. Tras el matrimonio, se mudaron a un piso en «La Violeta» y, más tarde, se trasladaron a la Casa Antigua de los Ordinarios, en la Plaza del Pueblo, donde vivieron durante siete años. En el piso de arriba la joven Conchín Cusí Guerrero tenía una pequeña guardería, en la que estuvo la hija de Pepa, Sara. Recuerda cómo su hija, aún siendo una niña, lloraba y se aferraba a los barrotes de la guardería llamando a su madre porque quería ir con ella. Mientras, Pepa, con firmeza, resistía y mostraba la paciencia necesaria para criarla.

La vida de Pepa estuvo marcada también por los recuerdos de su familia, especialmente los de sus padres –Pepe «Zorra», porque era de Alborache, y Amparico «María Dengue»–, quienes tuvieron una tienda de ultramarinos. Pepa, siendo consciente de la tradición familiar, decidió seguir el ejemplo de sus padres y poner en marcha un negocio propio. A pesar de la delicada situación de su marido, Pepa nunca se detuvo. Alquiló el local de la tienda de ultramarinos y decidió abrir su propia boutique, un sueño que se materializó con el nombre de «Savina», en honor a las iniciales de su hija Sara, su marido Vicente y la terminación que hacía referencia a su segunda hija, Josefina, y a ella misma. La boutique, especializada en ropa de niños, abrió sus puertas el 14 de febrero de 1977 y rápidamente se convirtió en un referente en Buñol. Las marcas más exclusivas, como Pili Carrera, Chus, Mayoral, Llongueras y FIBAC, adornaban las estanterías, y Pepa se ganó la confianza de sus clientes, a quienes consideraba su familia.

Durante más de 35 años Pepa dirigió su negocio con una dedicación imparable. Cada cliente era una parte de su vida, y su atención y cariño hacia ellos era inquebrantable. Recuerda con cariño a las clientas que venían desde otros lugares, como los pueblos cercanos, solo para comprar en su tienda. Ella misma, como buena empresaria, tenía la costumbre de cerrar los lunes para poder reabastecerse de mercancía, una estrategia que no solo ayudó a su negocio, sino que también marcó una tendencia en el comercio local. 

La tienda «Savina» no era solo un lugar de compras; era un espacio de conexión y afecto, donde cada niño que entraba se sentía especial, como si estuviera en casa. Y siempre, cuando llegaban las Pascuas, Pepa adornaba su escaparate con el «hato pascuero» oficial: suéter, pantalón vaquero o mono, zapatillas y gorra. Cuando llegaba esta época y como el domingo de Pascua se estrenaba «hato», todos las niñas y los niños de mi época íbamos a la «Pepica María» con nuestras madres a probarnos y comprarnos lo necesario para esos días de fiesta. Entrar allí era entrar en otro mundo. Al fondo, una «mesica» camilla donde el padre de Pepa no perdía «ripio» y no se le escapaba una. En esa misma pared, las fotos de sus dos hijas, que parecían sacadas de algún catálogo. En medio, varias mesas con lo último que había traído. Y detrás de ese mostrador de cristal, estanterías llenas de cajas con todo el género de la tienda. 

Y aquí hacemos un paréntesis para explicar el origen del nombre por el que la conocía todo el mundo: «Pepica María». Ella me cuenta que esto –que no le gusta nada– viene dado por una combinación de los nombres de sus dos abuelas. La paterna se llamaba Pepa y la materna María –más conocida como María «Dengue»–. Lo más lógico, nos dice, hubiese sido «Maripepa», pero finalmente se quedó en «Pepica María», muy a su pesar, porque ella prefiere que la llamen como lo hacen sus nietos: Pepi.

Una vez hecho el inciso y dejado atrás el episodio de la tienda, continuamos con el relato de la vida de Pepa. 

A lo largo de los años, su vida siguió su curso, pero ella nunca dejó de soñar. A los 69 años, cuando ya había alcanzado la jubilación, decidió que no era tarde para cumplir uno de sus sueños más grandes: estudiar Derecho –quería ser abogada penalista–. A pesar de las dificultades y las responsabilidades familiares, se matriculó en la Universidad de Valencia, en el programa Nau Gran, diseñado para personas mayores de 55 años. Estudió con la misma pasión que había puesto en su negocio, disfrutando de las clases con los mismos profesores que los estudiantes jóvenes y completando su formación con un diploma que le otorgaron tras varios años de esfuerzo. Tras finalizar su curso de Derecho, también decidió seguir su pasión por la literatura y comenzó a estudiar Lengua y Literatura, publicando incluso un artículo en un libro titulado «La Nau Gran», donde relató su experiencia universitaria. A pesar de la pandemia, Pepa completó estos últimos estudios y recibió su diploma, un testamento a su tenacidad y amor por el aprendizaje. Para ella, la universidad representó la realización de un sueño de toda la vida, un logro que pudo compartir con su familia, especialmente con sus nietos, a quienes considera su mayor alegría. De hecho, para ellos, siempre será «la Pepi», dejando atrás el nombre de «Pepica María», como hemos comentado.

A lo largo de su vida, Pepa ha sido una mujer de lucha, pasión y amor por su familia y su comunidad. Ha sido madre, esposa, empresaria, estudiante, amiga y, sobre todo, una mujer que nunca dejó de soñar. A sus 79 años, su historia sigue viva, y su legado perdura en todos los que la conocen y la quieren. Su vida es testimonio de que nunca es tarde para seguir aprendiendo, seguir soñando y, lo más importante, seguir queriendo.

Luis Vallés Cusí
Periodista

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