La huella racionalista

La impronta de la Segunda República en el patrimonio de Buñol (II)

Como se apuntaba en un anterior artículo, el legado republicano en Buñol nos sigue recordando que su obra tendió puentes –no solo metafóricos–, para abrirse camino al progreso. Entre ese patrimonio material, puesto en valor, destaca la arquitectura racionalista o «estilo internacional», que dotó a la fisionomía del pueblo de un aire vanguardista acorde a los tiempos de cambio y modernidad que auguraba el régimen republicano en los años treinta del pasado siglo.

Uno de esos edificios, relacionado con la apertura que supuso el acceso al núcleo de la población por el puente «nuevo», es el que daba acceso a la antigua Avenida de la República (hoy del País valenciano), conocido como el «Cocherón» por albergar en su planta baja las cocheras de la línea de autobuses Buñol-València «de Francisco Lerma». La construcción presenta una factura similar a algunas obras de la corriente racionalista valenciana nacida en los años treinta siguiendo la herencia del eclecticismo y el art decó que representaron Javier Goerlich, J. L. Téstor, Borso di Carminati o Lluis Albert, entre otros. En concreto, la obra guarda mucha relación con el edificio Roig Vives diseñado por Goerlich* en la calle Xàtiva de Valencia, donde también  se ubicaba una estación de autobuses de la compañía Hispano-Suiza que conectaba la capital con los pueblos de la provincia. En el Cocherón de Buñol los pisos superiores presentan también una función residencial y en sus formas exteriores se refleja la huella racionalista: ventanaje amplio con formas rectangulares, balconadas con cantos redondeados semicirculares y, como en el de València, un entrepaño central divide simétricamente la fachada, culminado en un cuerpo en forma de torre con ventanales art decó, lo que dota a la obra de una verticalidad característica en su estilo. 

Otro de los edificios racionalistas que presiden la antigua avenida de la República es el edificio de «Vías y obras públicas» de la Diputación. Este presenta quizás un estilo más vanguardista que abandona los elementos art decó y adopta el más puro «movimiento moderno» con un aire funcionalista lecorbusiano. Aunque su factura pudo ser posterior (tras la guerra), su inspiración y proyecto se asimila a los modelos arquitectónicos de finales de los años treinta en Valencia, como el colegio mayor Luis Vives (1934) y el chalet Dinnbier de Rocafort (1938), las dos obras de Goerlich; las escuelas «racionalistas» de Rocafor t(1932) diseñadas por Alfredo Baeschlin o el edificio de la Tasa de Gandía (1934) de Fungairiño Nebot. La verticalidad del anterior edificio da paso a la horizontalidad y la combinación de líneas rectas y monumentales formas curvas que dotan al edificio de un perfil aerodinámico, náutico o de «proa de barco», muy presente en los ejemplos citados y otros edificios de Valencia (Edificio Vizcaíno, Hotel Londres…) o de Madrid (Edificio Capitol, Cine Barceló…). La parquedad decorativa es compensada por la amplitud de ventanales «corridos» que procurarían una importante iluminación de los interiores. Afortunadamente, hoy en día podemos contemplar buena parte de estos edificios y procurar su conservación, aunque otros se quedaron en el camino por una extraña política de patrimonio «desarrollista». No obstante, su legado nos ofrece un testimonio material de la historia que se resiste a ser olvidado. 

Con todo, aunque el racionalismo sirvió para definir un estilo arquitectónico internacional, el término alberga una importante carga significativa. Racionalismo es, sobre todo, un sistema de valores que se define desde la filosofía, la educación (la «escuela moderna») o la cultura (las mismas vanguardias estéticas y literarias); un sistema que aboga por el abandono de la superstición y el dogmatismo fanático, por una recuperación del humanismo laicista y su apuesta por la ciencia, la tolerancia y el progreso… Todos esos valores inspiraron una República «escasa» cuyo legado estético se proyectó tras la guerra a través de los arquitectos supervivientes de la purga franquista. Por ello y, aunque solo sea como una mínima huella material, sería interesante que cuando encontremos en nuestras calles un balcón redondeado (de los que hay claros ejemplos en Buñol), pensemos que todavía quedan vestigios vivos de esa modernidad «antigua», símbolo de los valores racionalistas tan amenazados hoy en día.

*Javier Goerlich fue arquitecto municipal de València durante la II República, cuando el paisano Vicente Lambíes Grancha era su alcalde. Con todo, la relación del arquitecto con Buñol es bastante anterior pues este presentó un proyecto para la remodelación del Ayuntamiento ya en 1917.

Domingo Martínez G.
Licenciado en Historia

Instituto de Estudios
Comarcales de La Hoya de Buñol-Chiva

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