Ocupar el trono

Cuatro años atrás comenzaba mi camino como activista y divulgadora sin saber dónde me terminaría llevando. Pero, de todas las cosas que he vivido en este tiempo, prometo que lo que nunca imaginé es que acabaría en el Palacio Real, dándole mi muñón al Rey. 

La lucha por la inclusión de las personas con discapacidad va mucho más allá de la palabra «inclusión», e incluso de la palabra «discapacidad». Hablamos de personas. Personas que, por una condición con la que nos hemos encontrado, todavía hoy en día vivimos en una sociedad repleta de estigmas, de desigualdades, de discriminación. Vivimos en un sociedad en la que nuestros derechos, aquellos que, como personas, nos corresponden, no se nos dan. Creo que esto es suficiente como para seguir luchando, ¿no? 

No se nos puede incluir si quienes tienen que hacerlo no piensan que tengamos que estar. Tenemos que hacer que el mundo recuerde que sí, estamos aquí. Y no solo lo queremos, sino que lo merecemos. Siempre digo que no hay mayor activismo que dejarse ver. En lo más cotidiano y en lo más excepcional, simplemente mostrándote tal y como eres. No hace falta más. Pero no podemos obviar que la lucha tiene que llegar hasta el final, y es en esos espacios «inalcanzables» donde también necesitamos estar para hacer ruido. Cuando se abre un espacio a la discapacidad, es una oportunidad inigualable para representar, desde nuestra individualidad, a toda una comunidad. Así lo sentí el pasado 12 de octubre. 

Hace un año se anunció que era una de las ganadoras del Premio Nacional de Juventud 2024 en la categoría de Compromiso Social, algo que tampoco imaginaba que ocurriría. Esta es la razón por la que fui invitada a la recepción por la Fiesta Nacional. Hablar de la Casa Real me parece demasiado, pero como bien dice su nombre, es totalmente real. Sí, allí estaba yo, sin miedo a ser vista y con toda la naturalidad del mundo, estrechando mi muñón con el Rey. Asistir a este encuentro ha sido mi acción más reivindicativa hasta al fecha. No podía ser menos, no podía no hacerlo. Podría haber saludado con la mano izquierda pero, ¿qué sentido tendría eso? Esta era la ocasión perfecta para que, en un lugar en el que normalmente no se nos ve, se nos vea. Y tanto que se nos vio. La imagen de el momento mano-muñón es algo que jamás voy a olvidar. 

Pero no fui sola. Primero, porque me acompañaba mi padre, lo que hizo que todavía fuese más emocionante. Pero quien me seguía era toda una comunidad. De la mano y muy presentes llevaba conmigo a todas las personas con discapacidad. Prometo que el gesto del saludo no es únicamente mío, en ese momento no podía evitar pensar en todas las personas que somos. Fue un momento individual que suponía un gran paso colectivo. Si alguna vez tengo dudas de la importancia de dar voz, solo tengo que pensar en todas las personas que no pueden alzarla. Mi cara de orgullo es porque en ese momento sentí que todas, juntas, estábamos gritando bien alto. 

No es cosa de coronas ni de banderas, quien reina es la diversidad. Si de representar a nuestro país se trata, que sea así, mostrando que las personas con discapacidad estamos. Y recordando que España no es si no es con nosotros y nosotras, con todo lo que eso conlleva. Darle el muñón al Rey es para mí un acto de equidad, de identidad, de representación colectiva. Es acercar la lucha por la discapacidad al mundo, allí donde no estamos. Y siempre que esté en mi mano, o en mi muñón, lo seguiré haciendo. 

El 12 de octubre no solo ocupamos un espacio, ocupamos el trono.

Regina Martínez Álvarez
Creadora de «Ni más ni mano»

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