Viajeros del siglo (I)

Este breve artículo fue publicado hace años en la que fue edición comarcal del periódico LEVANTE-EMV tristemente desaparecida. He pensado recuperarlo por su interés retocando algunos aspectos.

«Al volver las últimas páginas del siglo XIX, un buen número de eruditos valencianos se sintieron atraídos por un extraño impulso que les arrastraba a seguir las sendas de Cavanilles; recorrían el País Valenciano anotando observaciones y curiosidades; recopilaron datos históricos y describieron aspectos diversos de las localidades y comarcas valencianas. Las mejoras en las comunicaciones animaban a penetrar incluso por caminos que en la centuria anterior habían sido evitados por el botánico. Las recopilaciones estadísticas y descripciones geográficas tenían además en Pascual Madoz un imponente precedente en el ecuador del diecinueve. Se trata de una verdadera moda extendida por toda Europa y nuestra comarca cuenta con algunas aportaciones singulares.

De un gran interés resulta la obra de Modesto Castillo «Ecos de mi lugar», repetida en buena medida por Octavio Castillo en «Atava». Entre los escritores autóctonos es imprescindible el libro de Facundo Tomás que además incluye, aunque con errores, documentación original. Una de las más conocidas es, sin duda, la obra de Constantí Llombart escrita a propósito de la inauguración del ferrocarril que desde València se encargaría de articular el nuevo espacio económico vitivinícola que se configuraba tras la reciente incorporación de la comarca castellana de Requena y Utiel al País Valenciano. En «La Suiza Valenciana», como en la obra que ahora comentaremos, la sombra del romanticismo historicista aporta la inevitable «reseña histórica» muy en boga. La nada disimulada copia, de una literalidad asombrosa, respecto al resumen histórico de Madoz, no consigue ensombrecer el indudable interés de las descripciones de Llombart sobre la economía, el paisaje, el callejero urbano, etc. Es preciso recordar también la publicación del trabajo de fin de carrera de Vicente Pérez Soler titulado «La Hoya de Buñol: La tierra y el hombre» inscrito en plena moda etnográfica.

Por aquellos años, en la esquina del cambio de siglo, un curioso personaje poco conocido, Sucías Aparicio1, recopila unas observaciones sobre el territorio valenciano que se conservan manuscritas y que he podido conocer gracias a un buen amigo2. Se advierte rápidamente que se trata de un aprendiz de erudito con evidentes dificultades expresivas. Conoce, disimulando a veces, las aportaciones de P. Madoz, de C. Llombart y de M. Castillo repitiendo fatalmente algunos de sus errores más curiosos. Omitimos, por tratarse de una pobre repetición, su nada particular «reseña histórica» y con paciencia, nos acercaremos a las frases más curiosas e interesantes.

No podemos precisar el año del redactado, aunque debió comenzar después de 1884 ya que repite pasajes de Llombart, pero se extendería hasta 1911 porque aún tuvo ocasión de recoger varios recortes de prensa alusivos al trágico derrumbe de parte de la fortaleza de Buñol. Señala nuestro curioso reportero que en Buñol «últimamente» había «4.626 almas» como gustaban recontar los demógrafos píos y por el censo de 1900 sabemos que el número de espíritus sobrepasaba los 4.800, por lo que cabe suponer que su recuento sea de los alrededores de 1890.

Hablando de las gentes, dice Sucías que los de Buñol «son poco creyentes en asuntos religiosos» circunstancia que, obviamente, requiere aclaración y hace al curato responsable tanto por su intransigencia como porque «pasaron la religión por el dinero». En todo caso, la descreída, aunque excusada, feligresía «son altamente honrados y… los que menos que hacer dan en los juzgados por causas ni asesinatos». «De instrucción saben tres partes de los habitantes leer y escribir; son muy amigos a la lectura de periódicos y de grandes ideas modernas… el carácter de los vecinos de Buñol es honrado y muy amigos al forastero, a los adelantos del siglo…r ecibe más números de periódicos que otras (localidades)».

Sorprende, nuestro erudito, al explicar que «el lenguaje que se habla es el puro valenciano». La precaución debida en la lectura de estos textos no nos impide intuir que el uso del valenciano, en medida difícil de precisar, tal vez no resultara tan extraño como ahora puede suponerse. Realiza, por lo demás, la consabida descripción de un paisaje idealizado, repujando las apasionadas frases de Llombart, y que se pueden escuchar en las rimas de cualquier himno local. 

Otra de las modas intelectuales, la toponimia como fuente histórica, produce extrañas propuestas explicativas dispuestas a apuntalar la historiografía de la época y obviando las reglas de la lingüística y la comprobación documental. Atribuye nuestro canónigo a un tal Méndez una increíble Benaturulon (o Benatalaron) que significaba, en no se sabe qué lengua, «lugar que se cosecha mucho trigo». La semántica cerealística era compartida por C. Llombart que recogía, sin declararlo, de Escolano las extrañas e igualmente imposibles Betula o Benatulorum y que ahora, en no sabemos qué lengua, significaba «lugar de arroz».

Sucías no pasa por alto las propiedades benéficas de las aguas y reseña un proyecto fracasado para su aprovechamiento: «se trató de edificar una casa de baños… contra las enfermedades epidérmicas». Cabe recordar que pocos años después, Sanchis i Sivera reseña en su Nomenclator tres balnearios: el de «La Perla» de aguas diuréticas, el denominado «La Jarra» y otro en el Río Juanes, ambos de aguas sulfúricas. A este último, regentado por D. Vicente Máñez, atribuía C. Llombart propiedades casi milagrosas. En los años treinta, F. Tomás reseña dos establecimientos: uno en La Jarra y otro en El Hortelano y Octavio Castillo da cuenta de los prodigios de las aguas de La Jarra y añade las de Tabarla, en el valle del Magro: ¡ai, qui ho diria…! (Serrat dixit). Probablemente las bendiciones del agua, más allá de la imposible Betula, que fue confundido con el nombre latino de la actual Badalona, o de sus variantes, dieron lugar al nombre «de pila» del actual Buñol: Balneolum, es decir un diminutivo entre afectivo y graduado de la profana, sensual y saludable costumbre del «baño».

«Buñol es de la categoría de villa. Pertenece al partido judicial de Chiva… y dista (de València) cinco leguas», es decir que para nuestro peculiar cronista, Sucías, hay dos menos de las que contaba Madoz y repetía Llombart. Al referirse al antiguo condado olvida Siete Aguas y señala la ubicación de Buñol junto al río aclarando que su clima es «templado en todos los tiempos y muy sano». En sus tierras se «produce un trigo que sus espigas son más grandes que las de otros sitios… sus viñas…una especie de granos que tienen la piel más resistencia»3. «Los secanos… resisten mucho la falta de lluvias» y enumera: Mondi (por Monedi), Paulillos (?), Caña larga (Cañada Larga) y Rambla Bona (por Bosna). Repite los elogios y descripciones del río, las fuentes y las cuevas que podemos leer en Llombart (Turche, Carcalín…). Explica que la Cueva de las Palomas se llama así «porque en los agujeros más altos siempre se oían arrullar las golondrinas y las tórtolas silvestres e infinidad de aves». En sus montes se «crían muchas leñas y mucha caza menor; los pinos escasean en gran manera por los bárbaros incendios… y los que existen los aprovechan para hacer carbón». Nos relata, informado por un pastor de la zona, que hay más de 350 fuentes que vierten hacia el río formando bellas cascadas. El panorama económico de Buñol recoge aspectos de la industria que «da mucha riqueza a la población» se trata del «gran número de fábricas de papel, basto y fino» que deben su éxito a la «buena clase de material que en ellas tienen». 

Cosas del pasado, sin duda.

1 Pedro Sucías Aparicio (Énguera;1844-1917), canónigo de la Seu de València. Vid. Gran Enciclopedia de la Región Valenciana. Su obra manuscrita se puede consultar en el Arxiu Municipal de València en el Palau de Cervelló de la ciudad. También se puede consultar en https://ca.wikipedia.org/wiki/Pedro_Sucías_Aparicio.

2 Agradezco a Joan D. Bell-lloch la noticia sobre el manuscrito.

3 Lógicamente el entrecomillado es literal por lo que refleja las “habilidades” del redactor.

Manel Pastor i Madalena
Doctor en Historia Medieval

Instituto de Estudios
Comarcales de La Hoya de Buñol-Chiva

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