Yo fui cartero en Buñol

Cuando paso por delante de la antigua oficina de Correos, en la calle del Molino, mi mente se traslada (aunque sea fugazmente) a aquellos días en que empecé a trabajar como cartero contratado allí mismo. Fueron unos meses en los que descubrí mi vocación, así que tiempo después me preparé las oposiciones, las superé y a trabajar de cartero. Allí fue el inicio de una larga carrera profesional de la que estoy más que satisfecho. 

Después de casi cuarenta años repartiendo el correo me jubilé y quise dejar por escrito unas memorias laborales y de la sociedad, anécdotas e historias, y muchas más cosas relacionadas con esta profesión. Me puse manos a la obra y después me autoedité el libro «Memorias a la carta». Pero como no quiero  caer en aquello de «oiga, que yo he venido aquí a hablar de mi libro» (frase de Francisco Umbral, en la tele), lo que voy a hacer es compartir algunas de las anécdotas del libro. Espero que las disfrutéis.

UN  MALENTENDIDO CURIOSO

Cuando empecé a trabajar de cartero lo hice en mi pueblo, Buñol, durante un verano, para hacer las sustituciones de los otros carteros a medida que se iban yendo de vacaciones. Yo llevaba ya todo el mes repartiendo un barrio por la zona del Castillo y cuando Manolo, que era el cartero titular, volvió de vacaciones, se decidió que yo siguiera repartiendo su barrio, y él se pasaría a otro barrio de quien se fuera de vacaciones. Hasta aquí todo normal, pero al mes y medio de repartir ese barrio, unas personas de etnia gitana a quienes llevaba el correo, un día me preguntaron por Manolo, que era su cartero de toda la vida. Yo les comenté que había pasado a otro barrio, y seguí con el reparto. Al día siguiente, a la vuelta del reparto a la oficina, Manolo me preguntó qué les había dicho yo a los gitanos de la calle tal, que lo habían visto y casi se habían echado a llorar, ya que lo habían dado por muerto, y estaba vivo. La culpa de este malentendido la tuve yo al no saber que en el argot de los gitanos, «pasar al otro barrio» es que te has muerto. Al final, con cuatro risas y comentarios jocosos acabamos esa jornada.

MANTE ¿TÚ DE QUIÉN ERES?

Repartir en Buñol suponía llevarles las cartas (que era lo que predominaba en aquellos tiempos), a un montón de gente, entre los que había amigos, familiares, vecinos, y un sinfín de conocidos, ya que en un pueblo como Buñol en aquella época (1979) «nos conosíamos tos». 

Puede parecer arcaico esto que voy a decir. En los primeros días de cada mes entraban los giros postales, con los que se les pagaban las pensiones a quienes las recibían, sobre todo a gente mayor. No ocurría como en la actualidad, que hay que tener una cuenta abierta en un banco para cobrar la pensión. Este incremento de faena lo solucionaban los otros carteros yendo a repartir esos giros, en dos o tres tardes, aparte de los que se pagaban por las mañanas. Yo me hacía una lista con los que tenía que repartir y con mi Vespa iba a los domicilios señalados.

Este reparto vespertino se alargaba bastante, ya que no eran pocas las personas mayores, igual de mujeres que de hombres, que me preguntaban en un buñolero puro: «Mante, ¿tú de quién eres?». Mi respuesta/aclaración les evocaba recuerdos, ya que conocían a mis abuelos, a mis padres, a mis tíos, y tías, etc., con lo que la conversación se alargaba, a la vez que me permitía comprobar las muestras de afecto y amistad de la gente con mi familia. 

EL CARTERO MAYOR 

Voy a hablaros de diferentes carteros según algunas características especiales de cada uno. Entre las cosas curiosas que tenía Correos había una que era la figura del «cartero mayor», título que solía ostentar uno de los carteros de más edad o más veterano de los que trabajaba en esa cartería u oficina. Cuando yo ingresé en Correos esta figura ya no existía, pero parece ser que en su momento tuvo su importancia, aunque nadie con exactitud sabía explicar de qué iba esa categoría. 

CARTEROS HONORARIOS

Seguiremos por nombrar al «cartero honorario», título otorgado por Correos, que lo ostenta alguien que ni ha repartido carta alguna, ni cargado con la cartera, ni empujado un carro, ni trabajado en ninguna oficina de Correos. Poseedores de este rimbombante título hay personajes cuyos méritos vienen por diversos hechos (relacionados más o menos con el entorno postal), como es el caso de Ramón Carande, Camilo José Cela, Mingote, y la Reina Emérita, Sofía, que están entre los siete únicos poseedores de este título. Las ventajas de poseer este título son que te puedes vestir de cartero (pero sin sueldo), y que dispones de «franquicia» para enviar correo sin pagar, ya que Correos te concede un cuño en donde figura el título otorgado.                                   

CARTEROS DE FICCIÓN

También hay carteros que no ostentan ningún título, ni son reales, pero que son quienes han interpretado algún papel relevante en alguna película o serie de televisión. En el caso de la pequeña pantalla, quienes tengan más edad se acordarán de Braulio, el cartero que salía con su bicicleta de Correos en «Crónicas de un pueblo», la serie de televisión española de principios de los setenta. Su papel lo interpretaba magníficamente el actor Jesús Guzmán. Refiriéndome a la  gran pantalla he de citar a Benito Pocino, cartero que trabajaba en Barcelona, y que interpretó a Mortadelo en la película de Guillermo Fésser, «Mortadelo y Filemón», por cierto, rodada en el Barrio del Carmen, en Valencia. 

CARTEROS FAMOSOS

Un caso de cartero que sí trabajó en Correos y luego alcanzó la fama es el de Manolo Escobar, quien junto con algunos de sus hermanos, estuvo repartiendo el correo en Badalona. Desconozco cuántos años, pero no debieron ser muchos, ya que pronto se pasó al mundo de la canción (llevándose a sus hermanos), en donde triunfó durante muchos años. 

LOS CARTEROS SABIOS Y LAS CARTAS JEROGLÍFICAS

En la década de los años treinta del pasado siglo comenzaron a aparecer por Correos unas cartas en cuyo sobre unos muy artísticos dibujos daban cuenta del destinatario y sus señas, pero antes había que resolver su carácter jeroglífico.  La dificultad en la resolución hizo que Correos creara un «Comité de sabios», que eran quienes resolvían a quién iba dirigida dicha carta. Ya eran dos términos nuevos: las Cartas Jeroglíficas y los Carteros Sabios. Aunque en la década de los sesenta se prohibió su circulación, estas cartas estuvieron pasando durante algunas décadas a manos de los Carteros Sabios. Éstos, que solían ser los más veteranos y sagaces, eran especialistas en descifrar dichos jeroglíficos para que las cartas llegaran a su destino, al parecer con resultados muy satisfactorios. Se daba el caso de remitentes asiduos que probaban la sagacidad de los  carteros. Estos tenían un permiso especial para, en caso de no descifrarlas, abrir el sobre para ver si la carta ofrecía más pistas para localizar a su destinatario. Bastantes de estas cartas están hoy expuestas en el Museo Postal, en Madrid, que es quien me ha permitido publicar las fotos de dos sobres. Pongo uno. ¿Seréis capaces de descifrar las señas?

Venanci Ferrer Tarín
Ex-quiosquero del barrio Gila

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