A nadar…

Con el verano llega el calor, y con el calor, las ganas de bañarse… 

Aquellos que nos conozcan (y recuerden) en el pueblo sabrán que, nuestra familia, acostumbrada a acercarse en el mes de agosto, con total seguridad podría ser avistada a primera hora en la piscina municipal de Buñol; sobre todo cuando ya «picaba Lorenzo» de buena mañana. Y es que, en nuestro querido pueblo, si uno no se previene de estas cosas puede acabar bien achicharrado. 

Ahora son todo facilidades gracias a las tecnologías, sin irnos más lejos del aire acondicionado (alabado sea); pero los más veteranos recordarán una experiencia bien distinta. Yo, con permiso de la redacción, os comparto la de una persona a la que me hubiese gustado conocer, pero que por suerte tiene mucho que contar: mi abuelo.

Miguel Galán Merino
Buñolense adoptivo

23 de octubre de 1960

También nuestro río se ha quedado desierto. Y nuestras balsas. La vida actual de nuestro amado pueblo, de constante progreso, afortunadamente, ha sido la causa de ello. Ya se dispone de varias piscinas que, aunque particulares, por la simpatía y liberalidad de sus propietarios, cualidad esta tan destacada entre nuestros queridos paisanos, hace que puedan ser usadas por gran cantidad de bañistas de ambos sexos, (en nuestros tiempos las chiquillas no podían disfrutar… en traje de baño, con nosotros los chiquillos; estaba mal visto) con lo que se ve mermada la asistencia a charcos y balsas, que en otro tiempo fueron famosos. 

Tampoco hay que olvidar que hoy muchísimas casas disponen de cuarto de baño o simplemente cuarto de aseo con ducha, que mitiga los rigores del verano y que, asimismo,  resta “visitantes” al río, pero es que entonces no solamente íbamos a refrescarnos. Aparte de otros juegos y entretenimientos, como el de pescar ranas y algún que otro “bicho raro”, chiquillo había que pretextando ir a nadar… ni siquiera se desnudaba, pero ¡anda, que sí que tomaba parte activa del asunto! Con sus malas faenas y bromas, que teníamos que aguantar todos por aquello de que cada vez le tocaba a uno… recibirlas y darlas. ¿Recordáis las clásicas “maletas”? En cualquier manga de camisa (y entonces las de manga corta) de la ropa que aquí y allá íbamos todos dejando, se hacía un nudo, pero nudo, nudo, nada de tontería. Hasta había quien lo “adornaba” con… bueno,  con el maloliente residuo de nuestras digestiones. Eran de ver los esfuerzos del “agraciado” del día para deshacer el nudito y es que allí no se podía usar la célebre resolución gordiana, solucionándolo de un tajo. Durante dichos afanes por liberar la manga, el corro de chiquillería cantábamos insistentemente y machaconamente, aquello de: -Estira “maleta” – que está bien “dureta”. Con esto, además de la burla, se conseguía poner nerviosismo a nuestro “paciente”, que, en ocasiones, tenía que marcharse a su casa, con la camisa en la mano, para tener que aguantar, allí también, los gritos y algo más de la indignada madre.

Todo esto podía ocurrir en los célebres charcos Carbonera, del Río Juanes y ya en el Río de Buñol, Carcalín, La Jarrica, Los Peñones, La Canal, Limonero, La Peña, Caliente (preferido de la gente menuda, por su poco fondo y perfecta forma, de tranquilas aguas que se calentaban constantemente al sol), Umbría, Molino, Caballo. También los más pequeños, dentro de lo que llamábamos el Río de la “Bajoca”, vete a saber por qué, y que comprendía el trozo de río que va desde el molino de Guarro, hasta el puente del Ciprés, el charco del “Esportin” que tenía orillas de abundante y tupido césped, donde nos “expansionábamos” a nuestras anchas.

Recuerdo que los que había muy perezosos, quienes luego de desnudarse empezaban a dar vueltas por los charcos, sin decidirse a echarse de una vez, y si se nos ocurría tirarles una “sarpaica” de agua… cogían su ropa debajo del brazo, salían corriendo y… hasta otro día.

Así estábamos en el río horas y horas. Los más embusteros decían que sabían nadar mejor que nadie, y no era extraño que nadasen donde había poco fondo… con un pie en el suelo.

Ya una vez cansados, se iniciaba la desbandada general, pero no sin antes terminar con el pintoresco pareado del caso, siempre en uso y muy popular. Era aquello de “La “despedía”, Cristo que me visto”, y con la zambullida final se terminaban aquellos añorados baños. Aquí termino yo, también.

Hasta Pronto. Un saludo.

Miguel Galán Sánchez

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