Por qué sus alas tan cruel quemó la vida
Por qué esa mueca siniestra de la suerte
Quise abrigarla y más pudo la muerte
Cómo me duele y se ahonda esa herida
Andrés Calamaro
En este mes de noviembre celebramos el Día de Todos Los Santos, fecha señalada para aquellos que, por ciclo vital o por azares de la vida, han perdido a un ser querido.
El proceso de duelo, así como el ritual de la muerte, van cargados de simbolismo y eso es, de alguna manera, lo que refleja este día.
El ser humano desde siempre ha necesitado de un simbólico (lenguaje) para comprender y para dar sentido a la propia existencia. Los símbolos forman parte de este lenguaje simbólico y son una forma de representación figurada de una idea.
Hay símbolos religiosos, políticos, comerciales, patrios y otras tipologías que describen y abrochan nuestra singularidad en un mundo social marcado por las costumbres culturales.
La historia refleja que desde la edad de piedra comienzan los rituales funerarios, lo que nos lleva a pensar que el ser humano en sus fases más primitivas daba un sentido abstracto a la muerte.
La muerte va acompañada de rituales prácticamente en todas las culturas. No importa si se utiliza un ataúd, se realiza la cremación, el entierro o se le lanza al mar. Tampoco importa si uno se abraza a una religión o decide avanzar sin credo, la simbología de la muerte es tan cultural como necesaria. Y es necesaria precisamente porque forma parte del proceso de duelo. El duelo es algo más que superar el dolor de la pérdida, implica asumir que nosotros mismos somos vulnerables.
El concepto de duelo, como el de la muerte, es universal y está íntimamente ligado al sufrimiento psíquico. Los sentimientos del duelo a veces no son expresados ni reconocidos como tales; sin embargo, el duelo es necesario para poder continuar viviendo, para lograr separarse del ser perdido o amado y recobrar la libertad de funcionamiento mental.
Estar en duelo supone entender la ausencia, aceptar la pérdida y no rechazarla. Este proceso conlleva consecuencias personales y sociales. La intensidad, duración y sus implicaciones serán proporcionales al significado de la pérdida y a las capacidades cognitivas de cada persona.
Desde una perspectiva psicológica se habla de 3 fases fundamentales del proceso de duelo:
Etapa cognitiva: que comprende la negación (hacer como si no hubiera ocurrido) y la racionalización (entender lo sucedido).
Etapa emocional: con la rabia (enfado contra la persona fallecida), el miedo (sensación de soledad, de un futuro incierto sin la persona querida), la tristeza (llanto o desasosiego ocasionado por los recuerdos) y la aceptación (saber decir adiós habiendo expresado las emociones de la pérdida).
Etapa de cierre: con el perdón (renunciar a la rabia y la respuesta agresiva), la gratitud (dar las gracias al difunto por todo lo que aportó en nuestras vidas, lo que enseñó y permitió aprender) y los nuevos apegos (la persona queda libre de la relación que se acabó y se permite establecer nuevas relaciones).
Atravesar cada una de estas etapas es necesario en el proceso de superación del duelo, y quedarse estancado en alguna de ellas supone un bloqueo con consecuencias de diversa categoría. Si uno siente que necesita ayuda hay que hacer lo posible por encontrarla. Hay situaciones que son demasiado grandes para uno solo e incluso necesitan de la ayuda de un especialista para su afrontamiento. Es importante comprender que la valentía no consiste en enfrentar un problema en solitario; eso se llama arrogancia, impulsividad y desesperación. La valentía consiste en comprender cuando es necesario parar, pensar y pedir ayuda, porque realmente queremos afrontar una situación complicada, y que los daños que puedan ocasionar, tanto para uno mismo como para el resto de los seres queridos, sean los mínimos imprescindibles.
No importa, pues, en qué etapa del duelo nos encontremos, el día de los difuntos es un día de recuerdo, un día en que la persona querida ocupa un lugar. Por ello es importante realizar nuestro símbolo. No importa de qué manera: un ramo de flores, un salmo, una visita o un beso al cielo, donde, en forma de estrella o pegado a Dios, muchos de nosotros ubicamos a los que queremos y ya se fueron, con la esperanza de algún día reencontrarnos en el infinito.
Francisco Hernández Pallás
Psicólogo. CV-13012