Verano. Discapacidad a la vista.

Con la llegada del verano y el buen tiempo, nos enfrentamos a la época del año en la que más a la vista estamos. Y, al igual que nuestros bronceados salen a la luz, también lo hacen nuestras diferencias corporales. Sobre todo cuando hablamos de discapacidad.

Pero qué me van a contar a mí… si lo he vivido en mis propias carnes. Nada me gusta más que disfrutar de la vida, de las oportunidades y los buenos momentos que me regala, y no me la imagino sin aquello que me hace única, eso que no cambiaría por nada del mundo. Para mí, mis discapacidad es una suerte, pues a pesar de los momentos complicados me ha hecho ser la persona que soy hoy. Y es maravilloso, pero soy humana, y estaremos de acuerdo en que en la vida hay momentos para todo, y viviendo en una sociedad como en la que vivimos, es muy difícil no caer en comparaciones, prejuicios, estigmas… y de ahí las inseguridades. Las tenemos todo el mundo, en mayor o menor medida, pero las tenemos. Y si nuestro cuerpo se sale de la norma, todavía más. Cuando no es un cuerpo perfecto, cuando no está completo, cuando no es como debería, cuando no funciona como los demás, cuando no es tan válido.

Siempre hablo de que haber nacido con una condición de discapacidad me hace ver el mundo de otra forma. Es difícil de explicar pero encuentro la belleza en muchas de sus formas, más allá de un canon que busca la perfección lejos de la realidad. Sin duda, para mí lo bello se encuentra en cualquier imperfección. Luchamos con la idea del cuerpo deseado y las comparaciones que la sociedad nos deja cada día sobre la mesa: estándares de belleza irreales que nos alejan de lo verdaderamente bello, y es que todos somos seres únicos.

El problema no está en nuestros cuerpos, está en las mentes que los rechazan. Pensamientos que nos hacen sentir que no somos válidos, que no estamos bien, que no merecemos mostrar cómo somos. Esa censura a la que nos sometemos viene de una sociedad capacitista que señala las diferencias como algo negativo, pero muchas veces también viene de nosotros mismos, en primera persona, porque nos han enseñado que así es como debe ser, y podemos convertirnos en nuestro peor enemigo sin necesidad de que nadie diga nada. Por miedo a ser juzgados o rechazados nos adelantamos, cancelándonos a nosotros mismos, y nos repetimos que ciertas prendas de ropa son sólo para unos pocos, para quienes sí tienen un cuerpo de diez, para quienes no tienen nada que ocultar, que mejor no ir a ese plan en la playa porque va a haber mucha gente y tú te sientes inferior, que en lugar de arriesgar, mejor me pongo esto que me disimula… y terminamos formando parte de esta ola de sabotaje.

¿Y cómo se afronta esto? Vete a la playa, haz ese plan que te da vergüenza, ponte ese vestido que te encanta pero que piensas que no es para ti, cómprate eso que te encantaría llevar pero no te atreves, deja a la vista tus diferencias, no permitas que no se vean, enséñalas. Nada es tan efectivo como plantarle cara a los miedos. Lo fácil sería acomodarse, pero nos perderíamos la vida en el intento. Tenemos tanto que enseñar al mundo, que escondiéndonos solo favorecemos que sigamos encasillados en una celda de discriminación y exilio. Y no es un camino fácil salir de ahí, pero vale la pena intentarlo. Y tanto.

Actualmente vivimos un momento en el que cada vez se acepta más la diversidad, o eso parece. Muchas veces me pregunto si esto es válido sólo para algunas diversidades, no para todas, pues la discapacidad sigue siendo algo bastante tabú en muchas ocasiones. Pero, ¿qué hay más diverso que ir en contra de lo normativo? ¿Qué hay más bonito que abrazar tus diferencias y enseñárselas al mundo? Si como nos percibe el mundo es el reflejo de cómo nos tratamos y cómo nos aceptamos a nosotros mismos, yo no quiero un mundo que no me acepte, que no me trate con dignidad, que no me valore, que me haga sentir inferior. Yo quiero un mundo que si señala mi discapacidad sea para destacar todo lo bueno que hay en ella. Ese debería ser el propósito.

Si de mí dependiera, cambiaría todas las miradas que nos hagan pensar que no somos merecedores de amor hacia nuestros cuerpos, pero como (todavía) no puedo con eso, sí puedo lanzar un mensaje de motivación y un empujón hacia esa nueva versión de cada uno, la más auténtica. Sería una pena desperdiciar el verano pensando que algo tan especial como es nuestra discapacidad condiciona nuestro estado de ánimo y nuestra salud mental en unos meses de mostrarse todavía más. Y nada es tan importante como el bienestar de vivir en paz, con el mundo y con uno mismo, así que este verano disfrutemos de nuestros cuerpos, de nuestras condiciones y de nuestras diferencias, sin importar lo que piensen o lo que puedan pensar. No hay nada más bello que permitirse brillar.

Regina Martínez Álvarez
Creadora de «Ni más ni mano»

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