Hace algunos años, en un contexto de crisis del que, por cierto, no parece que podamos desprendernos, dedicamos un número de nuestra Revista de Estudios Comarcales (REC, para los amigos) al tema de ‘Crisis, epidemias y conflictos’. Salíamos de un terrible episodio de pandemia y por mi parte dediqué un artículo a nuestra comarca en el pasado medieval; el título era «Catástrofes climáticas en las baronías de Chiva y Buñol a principios del siglo XIV»1. Un breve estudio que vamos a aprovechar aquí en lo que se refiere estrictamente a nuestra localidad.
Si hemos tenido la desgracia de comprobar con tristeza y rabia la enorme y trágica afectación que las características climatológicas de nuestro territorio han tenido en esta sociedad pretendidamente avanzada, imaginemos por un momento las terribles consecuencias que estos desmanes del clima producían en las sociedades preindustriales concentradas en las actividades del sector primario como la agricultura, ganadería, apicultura y otras extractivas como la obtención madera, cal, piedra, esparto… Y no digamos si el responsable de dar la alarma se encuentra en la taberna echando unos tragos.
Ya demostramos en su día que el potencial económico de nuestro territorio en el periodo medieval tuvo mucho que ver precisamente con la ganadería, la apicultura, la obtención de la grana y otros. Pudimos entender así la razón del vínculo de esta zona con grandes y poderosos linajes de los invasores catalanes y aragoneses. Un territorio que produjo mucha riqueza para sus «señores» aunque mucha menos y envuelta en mucho sufrimiento para los habitantes. Siempre dependiendo de las condiciones del clima, eso sí. Es por ello que cantaba Raimon «Al meu País la pluja no sap ploure» y es que al clima, tan maltratado por los humanos, se une una geomorfología y unos malos usos del suelo que convierten los eventos extraordinarios, las lluvias torrenciales, en catástrofes, y esta condición es más adecuado atribuirla a las actuaciones humanas que al suceso climático. Dicho de otro modo: somos los humanos los que convertimos un evento extraordinario en una catástrofe. Y en la edad media, en ese contexto de dependencia absoluta de la agricultura y ganadería respecto del clima, los sucesos de este calibre suponían verdaderas crisis de subsistencia.
Pues bien, en Buñol, corriendo el otoño del año 1328 se produjeron enormes destrozos por las inundaciones de un terrible episodio de fuertes lluvias que ha sido bastante estudiado y conocido en sus efectos en la capital de reino, aunque mucho menos conocido en otras zonas como la nuestra. Las autoridades locales informaron al señor de Buñol, entonces el propio rey Alfons el Benigne, de que muchos buñoleros habían perdido sus hogares por unas lluvias que calificaban de diluvio («propter aquarum diluvium» > a causa del diluvio de aguas). La destrucción tuvo que ser muy importante y, además de destruir y arruinar muchas casas, produjo un efecto colateral. En efecto, este interesante documento que incluye el relato del suceso informa de un intento de reforzar el poblamiento de Buñol que tuvo que interrumpirse ahora. Un grupo de campesinos recién llegados estaban necesitados de viviendas y aguardaban ser asignados a unas parcelas y casas que ahora estaban destruidas también, lo que encendió las alarmas de la señoría. El peligro de pérdida de vasallos y rentas era una amenaza insoportable y el señor tuvo que adoptar medidas urgentes para evitar la huida de los autóctonos arruinados y de los recién llegados que esperaban ser ubicados («quídam alii sarraceni qui ad dictum locum venerant populatum» > otros sarracenos que habían llegado a dicho lugar para poblarlo).
La alarma disparó la administración baronial y las órdenes a los oficiales fueron varias. Por un lado, poner a disposición tanto de los habitantes afectados como de los recién llegados una parte del propio patrimonio señorial: parcelas, solares y huertos. De uno de los huertos, que pertenecía al señor, se indica que se encontraba junto a la acequia Mayor (¿actual Acequia de San Luis?). También hubo que poner a disposición de los sin techo algunos huertos particulares a cuyos propietarios, lógicamente, había que indemnizar. Para ello se hace intervenir a la autoridad local, el consejo de ancianos (jurats o vells), para que proceda a estimar las valoraciones correspondientes y así determinar un justiprecio que será cargado a las rentas señoriales. Siempre será de acuerdo con los criterios de aquellos representantes de la comunidad campesina de Buñol, eso sí, conjuntamente con el alcaide o jefe militar de la fortaleza y el alamín, un oficial de la comunidad local pero elegido al gusto del señor que también extenderán los correspondientes documentos i títulos de propiedad. Finalmente, los oficiales señoriales cumplirán una última instrucción del monarca que ordena disponer asimismo de un grupo de casas arruinadas y algunos solares que confrontan con el taller del herrero del lugar, Muhammad Bendumex («quasdam domos dirutas seu pacium ipsarum domorum quae seu quod confrontatur cum operatoris platea dicti loci Mahomat Bendumex, ferrario loci iamdicti modo similis concedatis»).
Las adversidades climatológicas también inciden en el sentido opuesto al de las lluvias torrenciales y, así, algunos episodios de sequías resultan igualmente graves y producen efectos devastadores entre las frágiles economías medievales de los buñoleros y las buñoleras. Sólo unos años después de los sucesos relatados, en 1332, encontramos una amarga queja de las gentes del lugar acudiendo al señor en busca de socorro ante la ruina derivada de la pérdida de cosechas por la repetición de sequías persistentes que han hecho acrecentar la deuda a que se han visto obligados a recurrir los campesinos para conseguir el alimento y la simiente que no han podido producir. Como allí dijimos «El distrito («castri») de Buñol y la Hoya sufría así un cóctel explosivo de malas cosechas y sequías contumaces trágicamente agravadas por una espiral de endeudamiento». Ante la amargura de las quejas, el señor redujo a la mitad el pago del impuesto que gravaba la producción establecido en 1500 sous. Esas mismas terribles sequías afectaban también muy seriamente al principal artefacto relacionado con las necesidades alimentarias básicas: el molino. Aquí encontraremos perjudicados diversos intereses, aunque lo trataremos en otra ocasión.
1.- REC, 14, 2021, pp.33-38. Disponible en línea: https://www.ieclahoya.org/publicaciones-rec-revista-de-estudios-comarcales/ y en https://dialnet.unirioja.es/ejemplar/642920
Manel Pastor i Madalena
Doctor en Historia Medieval
Instituto de Estudios
Comarcales de La Hoya de Buñol-Chiva