Héroes «casi» anónimos del Buñol decimonónico
Es habitual descubrir en la prensa local a personajes ilustres e históricos de los que pueden orgullecerse sus paisanos y, aunque lo debería, este no es exactamente el caso. Estos personajes son casi anónimos, arropados sólo por su inquebrantable ideal republicano. Por casualidad –serendipia lo llaman–, encontré sus voces en los escritos de un conocido político que «en malas horas para la causa de la libertad» durante la dictadura de Primo de Rivera, y desde las páginas de «El Pueblo», mostró con «vigor proselitista» la ejemplar memoria de algunos veteranos de la causa, y entre ellos: «los de Buñol».
«Los de Buñol dicen con orgullo: Somos hijos de Buñol, gente libre, avanzada, rebelde… Con frecuencia van al campo con el legón al hombro y el libro bajo el brazo…». En estos términos, hablaba el político y periodista valenciano Julio Just* sobre el carácter de aquellos pioneros «de a pie» del Buñol republicano. [No es mi intención ignorar a los «ilustres» republicanos que lideraron las revoluciones y los ayuntamientos finiseculares tras el fracaso de la I República de la que se cumplen 150 años. Todo ello aparece en la trabajada historiografía sobre el republicanismo, el obrerismo o la masonería en Buñol (Castillo, Verdet, Archilés, Cervera, Sampedro…) o en el interesante blog de nuestro añorado Claudio García, bunyul.com]. No obstante, reconociendo su heterogeneidad social, y aunque fuera liderada por la burguesía laica, la causa republicana fue impulsada desde la lucha y «el modo cívico de vivir fraternal» de la ciudadanía trabajadora. Por ello, para reconstruir esta imagen antigua de un pueblo singular, se ha recurrido a los testimonios de gente «de casta humilde», educada en la lectura y su propio esfuerzo para poder pensar libremente, o como diría uno de ellos, para «tener un juicio propio del mundo».
«Veteranos de la República» (1932) de Julio Just recoge artículos publicados en el periódico blasquista «El Pueblo» entre 1928 y 1930, «cuando ya olía a República». Los testimonios rastreados al modo periodístico o del historiador «oral» de hoy, conforman semblanzas de los republicanos valencianos menos conocidos. En estas «estampas», el republicanismo de Buñol está más que presente, tanto en los testimonios de los personajes como en la misma admiración de Just por el carácter de un pueblo apegado a «la luminosa moral» de los librepensadores. Aunque el autor explica la importancia de su ejemplo, los entrevistados se muestran perplejos: ¿para qué va a contar usted mi vida si no soy nadie?, aunque destacan su «amor a la verdad y la justicia» y su austero proceder en la vida como «buenos republicanos».
En ese sentido se expresa un veterano buñolero bajo el revelador título «Sin nombre». El anónimo republicano es un octogenario que no ve significativo desvelar su nombre: «¿Para qué?, dice él» y como encontrando la palabra exacta agrega: «diga usted que soy un ciudadano libre: uno de Buñol». Este hombre viste «a lo labriego, con un gorro de lana (al estilo frigio) calado hasta las orejas». Sus palabras expresan con orgullo el carácter del pueblo: «¿Ve aquella casa?… pues allí hay una sociedad obrera, la Primero de Mayo, y el Casino Republicano se llama El Avance. ¿Nombres bonitos verdad?». El hombre es un labrador y, aunque fue «arrancado de la escuela» para trabajar desde niño, aflora en su discurso una educación forjada quitándole horas al sueño para leer y «ensanchar la visión intelectual del mundo». Siguiendo el paseo, el anfitrión pregunta: «qué le parece la Iglesia» viendo su estado ruinoso, y destaca las costumbres laicas: «me casé civilmente y mis hijos y nietos han sido inscritos así (sin bautizar)… la mitad de mi familia está en el cementerio civil y allí iré yo también». Su recorrido termina en el río donde «hay pequeñas fábricas de papel…y por una cuesta trepan las cabras», contrastando la doble condición industrial y rural del pueblo. Otro de los octogenarios buñoleros sí «tiene nombre»: Francisco Carrascosa Pérez y al igual que aquel «sin nombre» fue un jornalero que «trabajó desde mozo en una fábrica de papel». Del molino fue despedido por el cacique de turno, «hijo de un buen republicano», por no aceptar el chantaje de conservar su mísero «jornal a cambio del voto» según funcionaba el corrupto sistema de la Restauración, respondiendo indignado:.. «a esto no, yo te jodo!». De pequeño iba a misa hasta que durante la revolución en 1868, cayó en sus manos «Las Ruinas de Palmira» de Volney, lo que inició su insaciable afición a la lectura. Su «voluntad de saber» moldeó, no sin sacrificios, un espíritu libre y crítico de convencido republicano. Como costumbre los domingos ocupaba su descanso para cultivar la huerta acompañado de un libro, como haría después ya de anciano. Con todo, Paco se consideraba «en su pobreza», un hombre feliz y optimista con el progreso, pues mientras «de aprendiz se cobraba una peseta semanal…hoy se trabajan menos horas… hay más instrucción y cultura y las costumbres son más suaves». Desvela que en 1855, Buñol era un sitio «sin ley» donde «las gentes se mataban como moscas» y donde el mismo alcalde, «el Bartolo», cometía «en las foscuras de la noche toda clase de desmanes» [el alumbrado llegó a Buñol en 1893 (Verdet, 2006)]. Se declaraba anticlerical y «puso el nombre de Giordano a su hijo por el mártir del fanatismo religioso», como era costumbre en Buñol para homenajear a los «héroes del pensamiento libre».
En opinión de Just a la altura de 1930, «Buñol es una República, un cantón libre» y laico. En su Iglesia «el agua bendita se corrompe en las pilas…», y sus gentes se definen con orgullo como «buñoleros» como los suizos se jactan de su nacionalidad republicana rodeados de monarquías. La intención del autor de estas entrevistas fue ilustrar con el ejemplo de los veteranos a los adolescentes republicanos. La República estaba cerca y estos ancianos no querían morir sin verla materializada, aunque muchos de ellos tendrían la suerte de no ver su final. Con todo, a pesar de tratarse de escuetas estampas de la experiencia de estos hombres, aquellos «monumentos que andan» ilustran un Buñol lejano e incluso irreconocible, pero que alberga en sus entrañas el espíritu de los pioneros, fieles a un ideal humilde y compacto… Recuperando así la última imagen de la entrevista-paseo al «anónimo republicano»: Junto al río en un bancal trabaja un hombre agarrado al legón. Un libro abierto le espera a la sombra de una higuera.
* Julio Just Gimeno (Alboraya, 1894-París, 1976) fue un político republicano y masón, escritor y periodista vinculado al blasquismo, «de la mano de Azzati», el director de «El Pueblo» en el que este colaboraba. Proclamó la II República desde el balcón del Ayuntamiento de València en 1931 y fue diputado en las legislaturas republicanas; en la de 1936 por la Esquerra Valenciana dentro del Frente Popular. En guerra fue ministro de Obras Públicas llevando a cabo las fortificaciones de Madrid y València. En 1939 se exilió a Francia pasando por el campo de concentración de Vernet d’Ariege hasta 1941. Fue traductor en la ONU y desde 1947 dirigió diferentes ministerios del gobierno republicano en el exilio hasta su muerte en 1976.
Domingo Martínez García
Graduado en Historia
Instituto de Estudios
Comarcales de La Hoya de Buñol-Chiva