¿Cómo eran los parques de barrio a los que íbamos a jugar en EGB?

El bocadillo de chocolate preparado (con mantequilla si ese día había suerte), los ejercicios de clase hechos y Barrio Sésamo recién terminado. De un momento a otro va a sonar el portero automático y será alguno de éstos: –¿Bajas? Ese momento en que sabes lo que toca; preparar el taco de cromos, coger el bocata e ir al parque. Si no ha llovido igual hasta se puede echar un partido.

En nuestra juventud los parques de barrio eran esos lugares donde nos pasábamos tardes enteras, fuera de la vista de los mayores (aunque no muy lejos de ellos, la verdad), aquellos lugares donde mirábamos de reojo a la persona que nos gustaba, donde jugábamos, esos lugares donde nos hacíamos mil y una heridas y a los que acudíamos sin móvil. En cambio no había problemas para encontrarnos. Hoy vamos a recordar cómo eran los parques de barrio de nuestra EGB.

Los parques no eran esos lugares asépticos de hoy en día, sino unos centros de reunión con arena o piedras como suelo donde caernos de rodillas una y otra vez (pantalones con sietes y rodillas peladas). Lugares que, cuando llovía, se convertían en auténticos lodazales donde era imposible estar. Aún así seguíamos estando y jugando.

Las atracciones por lo general estaban desconchadas y oxidadas, y tornillos, hierritos y trozos de pintura descascarillada y dura era lo que tocaban nuestras manitas manchadas de chocolate o rojas del chorizo Pamplona. Todo podía parecer peligroso; hierro, altura, seguridad dudosa… en cambio eran lugares mágicos donde jugábamos, nos peleábamos, hacíamos las paces, cambiábamos cromos…

¿Y nuestros mayores nos dejaban jugar solos en semejantes lugares? Por supuesto, y no por dejadez ni porque no les importásemos, sino porque no existía esa conciencia del peligro que puede haber ahora. Es cierto que no resulta un razonamiento muy defendible, pero nunca hubo en mi barrio un accidente grave. ¡Y mira que los hubo! Brechas, cortes, pies agujereados por jugar al hinque… La mayoría de accidentes con sangre se curaban bajo el chorro de la fuente, la misma que nos surtía de agua fresca para las batallas de globos.

¡Joé, déjame ya subir ahí! ¡Bájate ya del columpio!¡Ya no te ajunto! Niños y niñas enfadándose y haciéndose amigos casi a diario, discutiendo por las cosas más importantes del mundo que al día siguiente son la mayor de las tonterías. Niños y niñas quedando a la misma hora para ver a qué jugaban esa tarde (no siempre estaba tan claro).

A veces venían los del otro barrio (enemigos acérrimos) y las batallas eran más cruentas. Enfrentamientos que acababan con algún diente menos o algún jirón en la camisa (ya verás cuando me vean en casa…). Y ese bocadillo que medio acababas si no era de lo que querías. (No lo acabé porque se me cayó al suelo y se llenó de arena…)

Aquellos parques han ido poco a poco desapareciendo bajo la seguridad de baldosas de goma, que amortiguan bien las caídas pero que duele igual. Hoy todo está revestido de plástico duro, no sobresalen tornillos, ni se ven restos de óxido por ningún lado. Todo es más limpio y más seguro, pero… ¿es más divertido?

Nota: Este post no trata de hacer apología de los parques de antaño, ni de desacreditarlos por sus carencias. Quiere ser un homenaje merecido a esos lugares donde pasábamos tanto tiempo y donde fuimos creciendo sin necesidad de twittear cada cosa que hacíamos.

Por Javier Ikaz
yofuiaegb.com

Share This Post

Post Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.