En Buñol, uno de mis centros estratégicos para escuchar historias fascinantes, es la parada del Bus enfrente del Ambulatorio. Me suelo quedar allí tiempo, esperando que lleguen nuestros mayores para tomar sol y hablar a gritos de sus cosas.
–¿Sabes quién soy? –dice a voces el que llega andando despacito.
–¿Quéeee? –contesta el abuelo sentado con su bastón.
–Soy «¡¡El tío Tierra!!».
Y se enzarzan en una disquisición antropológica y genealógica sobre quién ha muerto, quién es hijo de quién.
Yo me quedo con la idea de la tierra en este otoño luminoso, a caballo de la tierra de nuestros muertos en noviembre y el nacimiento del Dios Sol en diciembre (o Jesús, según seas religioso o más de mitologías).
Me imagino bajo la tierra, cálida, acogedora y silenciosa.
Un lugar para el viaje de regreso, al Espíritu Universal, al lugar de donde vinimos como seres trascendentes que somos.
La tierra es como nuestra madre, nos acogerá con amor y ternura cuando llegue el momento y, aunque tengamos miedo a lo desconocido, como nos sucedió al nacer, volveremos a escuchar esa voz que nos sosiega y nos canta una nana…
«A la nana, nana.
Mi niño duérmete.
Qué tu corazón es de azul manzana…»
Isolina de Anta
Escritora