Juan Goytisolo

Es verdad que Juan Goytisolo, el maestro, podríamos decir, el autor imprescindible, podríamos decir, el escritor sin más, podemos decir, tuvo una despedida del mundo moderadamente afable. No le falto el pan, ni el techo, ni el afecto de sus próximos, de forma que sin grandes tribulaciones y con una vida creativa, rica, plena de consciencia y literatura, en su ciudad de adopción, Marraquech, vino, hace ya unos años, la muerte a llamar a su puerta. 

Aún siendo esto así, no tubo mas remedio (para equilibrar sus cuentas) en el 2014 que aceptar, él, que difícilmente aceptaba prebendas, honores, distinciones ni comidas (algo tan común para el común de escritores y escritoras que tanta afición tienen a estos asuntos y a las almendras saladas), aceptar el premio Cervantes y darle la mano al rey y llegar allí con su traje ajado y su carpetita roja y mezclarse con el reverso de lo que para él era la verdadera hibridación, mezcla o mestizaje, el sentier de París, Andalucía en los 50, el gálata de Istambul, la plaza Yamaa el Fna, Larache o Tanger, la vida misma sin más, las gentes mismas sin más, la calle misma sin más, fuente y venero de su obra, que junto a la historia, la tradición literaria, la vivisección y desenmascaramiento de la guerra y peor, las garras sucias de las guerras, forman los mimbres de su trabajo. 

 ¿Y por qué sale ahora a palo seco, como si dijésemos, en
asíesbuñol una historia lejana que a ustedes en pleno zambombeo o prezambombeo, en pleno sorteo o presorteo, les importará un pito, si es que han llegado leyendo a la palabra pito? 

Y sí. ¿Por qué? En primer lugar por las guerras y las garras de la guerra y su omnipresencia –sin peligro inminente de momento para nosotros los festejantes–. 

En segundo, porque Juan Goytisolo en su hacer relató, analizó, hizo literatura más que periodismo sobre casi todos los desastres violentos que le contempló durante los 87 años de vida que le tocaron, empezando por la Guerra Civil donde, siendo él un niño, su madre, Julia, murió durante un bombardeo a Barcelona. Después, ya hombre, conoció en primera línea y escribió sobre Praga en el 68, Argelia, Bosnia, Palestina, Rusia, Sarajevo, Chechenia… Goytisolo maneja virtuosamente la literatura para exponer la brutalidad humana, el daño infinito del odio. Lo hace en Cuaderno de Sarajevo,  El sitio de los sitios La cuarentena,  Argelia en el vendaval,  Ni guerra ni paz o  Paisajes de guerra con Chechenia de fondo, entre muchas otras de sus obras. Vean si no la metafórica fotografía del Juan Goytisolo entre las ruinas de la Biblioteca de Sarajevo.

Y en tercer lugar –si el asunto de los lugares fuera lugar– porque no podemos dejar de pensar donde estaría, que habría escrito, vivido o contado frente a la ignominia absoluta, frente a la vergüenza avergonzante de aquello que estamos viendo casi en directo desde nuestras casas: el abuso, la violencia extrema, el daño, el odio bíblico que el estado espúreo de Israel con un ejercito hiperarmado y desalmado ajeno a cualquier parámetro de humanidad esta descargando sobre la franja de Gaza, un inmenso gueto que dejaría en menor la tragedia del histórico gueto de Varsovia que, ¡ay!, sufrieron quienes fueron los antecesores culturales de los actuales verdugos que, sin duda, –de ser posible que los muertos vieran– quedarían perplejos, espantados y en shock viendo a éstos sus «herederos» realizando acciones difíciles de distinguir de las que ellos sufrieron y tantos, gracias a la historia, recordamos.

¿Qué habría hecho, qué habría escrito, cuál sería su perspectiva humana, actual, histórica y literaria del desastre? ¿Qué habría dicho sobre las aciagas circunstancias que están sumiendo en el dolor indescriptible a millones de personas y en la vergüenza infinita, por asesinato y vesania, a los ejecutantes? 

Leer a Goytisolo es emprender un viaje, no de ida y vuelta, lineal y seguro, sino ese otro tipo de viaje que nos transforma y nos redefine como individuos.

«Solo la verdad de la ficción puede oponerse a la mentira oficial».

 Nos presenta un mundo de ficción en el sentido de que escapa de los criterios habituales de verdad o falsedad, pero el caso es que esto, que nos cuente, desvele o relate, en cierta medida, no puede ser, pues él tranquilamente descansa, a pesar del Cervantes y la mano del rey, a pesar de las guerras y vergüenzas sempiternas, en el cementerio marino de Larache, en una tumba ordinaria que cubre la bruma en invierno y el polvo en las ventoleras de marzo. 

«La brevedad del camino en nada mengua el radio infinito de la injusticia». 

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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