Salvador Aparisi González

Nació en Valencia y veraneaba en Buñol, en la calle Pelayo, frente al Molino Galán. Eran 10 hermanos, quedándose huérfanos muy jóvenes y mandándoles los tutores cada uno a un colegio diferente.

Estudió farmacia en Santiago, donde participó en una huelga (para que los medicamentos no se pudieran vender en las droguerías), en la que se escribió la letra de triste y sola se queda Fonseca (si se iban de huelga, triste y sola se quedaba la facultad, que era Fonseca), con música distinta claro, con música de marcha fúnebre.

Recuerdo una anécdota muy buena. Él tenía una subvención bastante importante hasta que terminara la carrera. Le quedaba una asignatura y no se presentó al examen, pero el catedrático le aprobó por asistencia. Fue a hablar con el profesor para que le suspendiese la asignatura o lo llevaba a juicio, puesto que esperaba estar algún año más allí aprovechando la asignación que tenía y estudiar en algunos departamentos, hasta que terminara la carrera.

Después vino la guerra y, por lo tanto, no pudo terminar. Fue en 1940 cuando le aprueban esa asignatura y compra la farmacia a don Ernesto Carrascosa, en la calle el Cid nº5, de Buñol, y ejerce de farmacéutico en dicha farmacia hasta su muerte.

En el aspecto económico, estaban en una posguerra, no había seguridad social, la gente necesitaba medicamentos y no había dinero. Él hizo una gran labor, pues hipotecó parte de su patrimonio. Era duro que una persona no pudiera comprar un medicamento porque no tenía dinero. “Ale, llévatelo y ya me lo pagarás”. Por ello la gente lo quería tanto.

Pero no solo es eso, sino que fue un hombre por delante de su tiempo. Primero, con la infancia. Si no había dinero para comer, imagínate golosinas para los niños. La salida de los colegios era un hervidero, con la farmacia llena de niños pidiéndole el puromoro (regaliz) o las pastillicas de goma, posteriormente llamadas gominolas, pero era tan cachondo, que se anunciaba en los programas de fiesta, o Fallas: “Farmacia Aparisi, especialidad en puromoro y pastillicas de goma”.

Además, era el confesor laico, intermediario entre el pueblo, los políticos o la iglesia.

De la senectud –como le decía él a la tercera edad– también se preocupab. Una vez al año, el día de la Merced, patrona de la senectud, cogía a todos los jubilados y los llevaba de excursión y comida. La primera fue una paella en su huerto, después ya era en el Hajo Jilton y los últimos año el dinero de la báscula de la farmacia lo administraban los jubilaos, aunque al final siempre le tocaba poner más.

La farmacia era el sitio de reunión de la juventud. La gente sacaba las sillas a la calle, como si fuera un bar. También el huerto era prácticamente el recreo de la academia, ya que cuando no había academia la gente estaba allí. De hecho, los estudiantes de la Hoya comían con nosotros en casa la comida que traían en fiambreras y que les habían preparado sus madres.

Creó alrededor de diez productos y fundó el laboratorio Salapagon (Salvador Aparisi González). Los principales productos eran:

  • UNGÜENTO LA SEÑORA: un ungüento rubefaciente para los granos.
  • PINGROSIA: un licor de leche.
  • PINGROSIL: un líquido rubefaciente para los saballones.
  • HORMIGUINA: Un jarabe simple emulsionado con un veneno. Al ser azúcar, acudían y se morían.
  • MATRATÓN: Era un trigo macerado con jarabe simple y un veneno. Después le hacía un grajeado con azúcar y un teñido rojo para distinguirlo del trigo normal. El anagrama era un esqueleto con sombrero cordobés y tocando la guitarra, de la que caía Matratón y las ratas lo comían.
  • MONI: era como si fuera una levadura artificial, era el sulfato amónico y se utilizaba para esas galletas o rollos que sabían un poco a amoniaco. El anagrama un mono vestido de cocinero y la publicidad Moni es inaudito.
  • LA TOMATINA: Era el ácido salicílico, un antiséptico, que se utilizaba para la conserva del tomate. Se hacían papelinas que llevaban el anagrama de un tomate. En esa época se hacía mucha conserva de tomate y era un engorro hacerlo al baño María, por lo que mejor era añadir una papelina por kilo de tomate. Se patentó este nombre en 1942 y venía como polvo blanco para la conserva del tomate, pero al dejar de usarlo durante 12 años caducó.

Fue un enamorado de la fiesta del tomate. La mayor parte del Entierro del Tomate se organizó en la farmacia y parte de las pancartas y coronas se hicieron en el piso de arriba.

La Guardia Civil recibió la orden de que bajo ningún motivo se tirara tomate, por lo ocurrido el año anterior con un delegado de Valencia. El comandante del puesto se lo comentó a la gente más metida dentro de este ambiente festivo. Entonces buscaron una solución para evitar que algún exaltado tirara algún tomate y ocurriera algo gordo. Después de estar horas y horas en la farmacia y el bar de Carrascosa en la plaza, llegaron a la conclusión de que, “si nos matan el tomate, pues ya está, lo enterramos”.
Se colocaron carteles en los lugares de costumbre, donde decía que todo el mundo que tuviera un traje negro acudiera a las 11 al chalet de los Hernani, actual la finca de los Conguitos. La verdad es que nadie lo esperaba, la gente se vistió de negro y acudieron en masa. Era el día de El litro, que lo hacían miércoles, y estaban de pasacalle y también se unieron, colocando las gorras para atrás en señal de luto.

Hasta mitad de los años 60 se llamaba El Tomate o la Fiesta del Tomate. A final de los 60 y, dado las gamberradas que se hacían, comentaban: “le vamos a tener que poner tomatina para que se conserve”, y así, como sucede en las cosas populares, no se sabe porqué, pasó a llamarse La Tomatina.

Cuando se emitió el reportaje de Informe Semanal, presentado por Javier Basilio, Aparisi tenía 73 años y aún regentaba la farmacia, estaba perfecto –con su enfisema pulmonar de toda la vida–. Todo el mundo sabía que el nombre de La Tomatina era suyo, que había estado metido en la fiesta a tope y que la mitad del entierro del tomate se coció en la farmacia. Sin embargo, el programa no cuenta con él, ni siquiera le entrevista.

El Ayuntamiento de Buñol le puso nombre a una calle en su honor, pero con lo que él se sentía más orgulloso era con “su curva”. La gente del pueblo nombró a una curva camino a la Condesa, “la curva de Aparisi”, porque se cayó en ella tres veces. Él decía: “cuando cambie el político, la quitarán, pero con la curva, como es popular, ya no la toca nadie”.

Lo importante es que la gente lo ha reconocido y que está en el recuerdo de todos.

Juan Manuel Aparisi Ortiz
Farmacéutico, abogado y pintor escayolista

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