Vamos a cantar

La música. ¿A quién no le gusta la música? Nos pasamos la vida escuchándola a todas horas (unos más que otros), ya bien sea en el coche, haciendo deporte, estudiando… Y es que este pueblo nuestro puede alardear de tener una población muy vinculada con este arte. Este vínculo se ha forjado durante generaciones, en la mayoría de los casos, desde la más tierna infancia. Así trató de reflejarlo mi abuelo en su recordada sección «Cuando éramos chiquillos», dedicándole una edición entera a esos cantos populares que antes llenaban de vida las calles de nuestro querido Buñol. Con el permiso de la revista, he decidido que sería buena idea dejaros el citado artículo por aquí, para que podamos recordar todos esta parte de nuestra historia. Un saludo.

Miguel Galán Merino
Buñolense adoptivo

Miguel Galán Sánchez.
Marzo de 1972.

Gracias, queridas madres jóvenes de nuestro muy querido Buñol, que me habéis hablado confirmando mi teoría de que se pierden ternuras… incluso con los propios y delicados hijos. Tomo nota para dar cuenta del motivo sentimental que, aún minoría, seguís manteniendo la antorcha de la auténtica maternidad, que no termina con el acto del alumbramiento, necesario y sencillamente animal. (Sí, que nadie se escandalice, pues al reino animal pertenecemos, con alma, intelecto, raciocinio y todo lo que queráis, pero quien no haya olvidado la descripción que se nos hacía en la escuela, tendrá presente aquello de que «el hombre es un animal bípedo, mamífero y vertebrado…»).

Aunque muchos se comportan de manera tal que eso del raciocinio queda lejos, muy lejos. Mas, es motivo de satisfacción el comprobar que aún se hacen «misinetes», y me reprocharon el que olvidase lo de «tita pon un coco»… y queda dicho.

¿Puedo ahora decir, cariñosamente, que me lo advirtió alguien que venía «como anillo al dedo»? Sí, porque era «tita» consorte… Perdón.

También quedó fuera aquello de «arre caballito, vamos a Belén, que mañana es fiesta y al otro también» y lo de «mañana es domingo de pipirigallo…». Las más de veces, estos dos últimos cantares corrían a cargo del padre, con el pequeñín sentado en la rodilla (¿aún lo hacéis hoy?) y movimiento de arriba y abajo, como cabalgando, claro. Ea de mucho efecto y la risa es segura.

Los chiquillos teníamos pasión por el «parau», las «rulanchas», los chavos, las «aujicas» y los «asericos» para guardarlas, la trompa, la taba, el arranca «sebolla», el setón, chámaga los pilares, la «rayeta», las cajas, el retruene (¿se ve «lus»?), el «cañuto» para los huesos de los «lidones», la pelota a pared, el fútbol callejero y aquella especie de hockey, pues jugábamos la pelota con varas, los «hoícos» el ajo, los «tiraores», la honda, los carretones, los patines, las bicicletas de tres ruedas, el rancho, el sambori, el tres en raya, el coger nidos, «lidones», cacahuetes y «tramusos», chufas (nada de pipas, ¿qué era eso?), «regalisia», puros dulces, puros de brea y aquella imitación de cigarrillos con boquilla, mentolados, que nos vendían en las farmacias de Ernesto y el tío Juanaso, barajicas, sorpresas, «torrat», alajú, los «guiaores» para las «rulanchas», el abejorro, a mi Rey, al «empruño», faba (monta y calla), las espadas (paz con paz, guerra con guerra, saca las tripas afuera), los machetes, aquéllas y éstos de madera, claro, tengo un arbolico de 7 maneras… y creo que me habré olvidado de alguno. Vosotros los pondréis.

Pero quienes disponían de más diversiones a mano eran las chiquillas, pues, aparte de poder jugar con muchos de los juegos nuestros, ellas tenían sus canciones, para jugar al corro, variadas, distintas, bellas, que no podíamos cantar nosotros, ni alternar con aquello de corro, porque «estaba mal visto»… No era cosa de hombres (!!).

Voy a dar cuenta de muchas de ellas. Si no están todas ya me las recordaréis ya, como acostumbráis, cosa, por otra parte, que no me sabe mal, sino al contrario, los agradezco de veras, palabra.

Daré la entrada. Más adelante o en artículos sucesivos, al final de ellos, no estaría mal dar la letra completa. Lástima de no poder dejar aquí la música…

«Yo soy la viudita, del Conde Laurel»…

«Dónde vas, Alfonso XII, dónde vas, triste de ti»…

«Mingué, mingué mingué, trolá, trolá, trolero, mingué, mingué, mingué, trolá, trolá, trolé. Un dos tres»… (y vuelta a empezar).

«Esa linda enredadera, que tienes en tu balcón»…

«La abuela está mala, con qué la curaremos»…

«Quisiera ser tan alta como la luna, ¡ay! ¡ay!»…

«El cocherito leré, me dijo anoche, leré, que si quería, leré,  subir al coche, leré»…

«Soy la Reina de los mares, ustedes lo van a ver, tiro mi pañuelo al suelo y lo vuelvo a recoger»… 

«El paseíto de oro, es muy bonito, por donde se pasean los señoritos»…

«El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás»…

«Dime niña, ¿por qué lloras, retirada y sola ahí? Porque vivo sin cariño, tuve madre y la perdí»…

«Antón, Antón, Antón pirulero»…

«Al pasar por el puente de Santa Clara, ¡ay ¡ay!, de Santa Clara, se me cayó el anillo dentro del agua…

«Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú»…

«Al pasar la barca, me dijo el barquero, que las niñas guapas, no pagan dinero»…

«Anda que te den, que te den, me han dicho que te dieran, agua con limón, con limón, azúcar y canela»…

«Mambrú se fue a la guerra, que dolor que dolor, que pena. Mambrú se fue a la guerra»…

«En el jardín del Prado, tres maravillas hay, y la que está en el medio»…

«En el mar hay un «pescado», que tiene la cola verde, desengáñate»…

Si se ha dicho, repetidas veces, que la música amansa a las fieras, no era raro que a nosotros, los chiquillos «pregonaus» todos, o casi todos, por aquello de los pocos años y porque siempre estábamos fuera de casa (en las horas libres), por calles, huertas y paseos, criándonos relativamente salvajes, algo así como si fuéramos a la dula (hato de ganado perteneciente a varios particulares), nos encanta escuchar las canciones de las chiquillas, y formáramos grupos de cerca de los «corros» de ellas, observándolas, mirándolas fija y calladamente. Aunque más de una vez aquello terminaba como «el truque Turís», pues arrancábamos hacia ellas y «arrempujando» deshacíamos el infantil «corro», por lo que alguna de las madres, que podían vivir cerca de donde jugaban las chiquillas, salía al escuchar el natural alboroto y a «escobasos» nos hiciera huir, gritando aquello de ¡Y qué señoriticos! ¡Gandules!»…

Sí, nos daba rabia ver lo bien que cantaban ellas y nosotros nada, o bien porque aún podíamos «consolarnos» metiéndonos con algún chiquillo rival, cantándole lo de «Toni manera, chuán de la fó»… 

Hasta pronto. Un saludo.

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