Al final, todos al Maset

Llega Tos Santos y la ciudad de los muertos se llena de vivos. Como bien dice el título, todos acabaremos allí y nuestros descendientes (algunos) acudirán a su cita para honrar a sus muertos. El Maset se llenará de flores, lágrimas y recuerdos.

Como comentaba en mi artículo sobre turismo de cementerios, asociamos cementerio a dolor y pérdida, nos resulta difícil abstraernos de esos sentimientos y verlo como una construcción humana más que refleja la naturaleza, características y creencias de la sociedad que lo crea, como una forma más de conocer la historia de nuestra sociedad y sus cambios.

Como dice la canción de Mecano (leer tarareando): 

«colgado del cielo/ por doce cipreses/ doce apóstoles de verde/ velan 12 meses

nuestro cementerio/ no es cualquiera cosa/ pues las lápidas del fondo/ son de mármol rosa….»

Por eso os recomiendo que lo visitéis, pues esconde pequeños tesoros y curiosidades que os gustará conocer. Así que elegid un día que no suela haber mucha gente (entre semana lo ideal) y, tras el preceptivo homenaje a vuestros antepasados, pasead sin prisa por él, fijándoos detenidamente en lápidas y epitafios. Seguro que os gustará.

Ya hablé en otro artículo de lo más conocido y más llamativo del cementerio, que es la simbología masónica y política. Hoy toca hablar de pequeñas joyas escondidas y de cosas del cementerio que quizá no sabéis, ¿o sí?

 

LOS GUARDIANES DEL CEMENTERIO

Seguro que si pensáis u os acercáis a un cementerio, rápidamente os vendrán a la cabeza o a los ojos los cipreses. Pero, ¿por qué cipreses y no otro árbol? El ciprés se utiliza en el mundo funerario desde época romana, pues lo relacionaban con la inmortalidad (por su longevidad) y con el ascenso al más allá (el inframundo en época romana, el cielo en el caso cristiano) por su estilizada silueta, que parece estar marcando el camino correcto.

Como todo en la sociedad en la que vivimos, el mundo funerario también tiene sus modas. Os voy a contar algunas poco conocidas en el cementerio de Buñol.

 

LA HORA FATAL 

¿No os habéis preguntado qué quiere decir la aparición de relojes en algunas lápidas de la zona antigua del cementerio civil? Pues es una moda de principios del siglo XX que marca la hora de la muerte del enterrado, la hora fatal. 

 

LAS TUMBAS ALTAR DEL CEMENTERIO RELIGIOSO ANTIGUO

Si os acercáis a la parte más antigua del cementerio religioso, donde están los enterramientos en el suelo y os fijais en la pared del fondo, veréis como pequeñas hornacinas decoradas de distintas formas y que carecen de lápidas. Bueno, mejor dicho, normalmente el epitafio está sobre cruces de mármol. Son enterramientos de suelo, pero que, aprovechando su situación junto al muro, lo utilizan como soporte de esas hornacinas. Han desaparecido bastantes, como demuestran sus huellas en el muro. 

Entre las conservadas encontramos sencillas hornacinas donde está situada la cruz epitafio, bastantes de ellas colocadas perpendicularmente a la hornacina. Quizás sólo les permitían usar un espacio limitado y no cabían puestas al hilo de la hornacina. Además, hay dos que su sistema decorativo es más elaborado, imitando a pequeños altares. Es una moda de principios del siglo XX y no es especifico de un grupo de edad, hay niños, adolescentes y adultos.

 

NICHOS SIN OKUPAS

Hay personas que se estiman muchísimo los cuerpos hasta después de muertos. Mirad lo que pone en la lápida de una vecina nuestra: «Por la voluntad de la dueña del nicho, los restos que tiene serán respetados, no se sacarán para ocuparlo otro cadáver». No queda claro si es un deseo de la difunta o de una familiar suya (¿quizá su madre?), lo que está claro es que el lugar del último descanso de la difunta no quiere que desaparezca y así permanezca su recuerdo.

 

LA TUMBA SIN DIFUNTO DE CAYETANO BORSO DI CARMINATI 

Si entramos al cementerio y giramos a la derecha, escondido en un lugar no muy digno, descubriremos la lápida de Cayetano Borso di Carminati, el difunto más célebre de nuestro camposanto, general liberal que luchó en la Primera Carlista (1833-1839) y que fue nombrado mariscal de campo por participar en la victoria en la batalla de Chiva contra el ejército expedicionario de D. Carlos María Isidro, pretendiente al trono de España que ostentaba Isabel II. Si queréis ampliar información, leed el árticulo de José Luís Carrascosa «Cubitas» en esta misma revista.

Bueno, y volviendo al tema, ¿qué tiene de original esta tumba? Pues precisamente que no es una tumba, no hay restos asociados a ella. Esto puede tener dos posibles explicaciones: o es un cenotafio (lápida conmemorativa) o, teniendo en cuenta que la fecha de su muerte fue 1841, su lugar original de descanso sería el cementerio viejo (el de la Violeta) y puede que sólo trasladaran la lápida al cementerio del Maset, construido como reza en su puerta, en 1886.

Pero no es lo único curioso de este enterramiento, lo más curioso es que Cayetano Borso de Carminati murió fusilado por participar en una rebelión militar contra el General Espartero, en Zaragoza. ¿Por qué lo entierran en Buñol si ni él ni su familia son de aquí? Pues para eso aún no tenemos una respuesta clara, sólo una hipótesis, que a cuenta de la victoria de Chiva se le concediera alguna propiedad en Buñol, o por algún motivo desconocido compró propiedades en Buñol. ¿Y de dónde me saco eso? Porque realmente las tiene o las tuvo. La toponimia buñolera nos lo indica. ¿O no os suena la partida y fuente del Borso en la Cabrera? Pues viene de este Cayetano Borso di Carminati y hasta no hace mucho tenían una casa de las principales de la Calle San Luís, si no me equivoco la que recientemente ha comprado y reformado la que fue secretaria del Ayuntamiento de Buñol hasta este año.

 

LAS TUMBAS PARLANTES 

Como expliqué en mi artículo de ese mismo nombre en esta revista, viene de la terminología utilizada por los amantes de los cementerios como espacios de arte, cultura y etnología, y se refiere a epitafios donde el o la difunta establece una conversación teórica con el que va a visitarla. 

De este tipo de tumbas conozco hasta ahora tres ejemplos claros. De dos de ellas (por cierto, muy curiosas, pues son las únicas del cementerio en que la lápida es una cruz cerámica con epitafio en verso de manos del hermano del poeta buñolero Francisco Morán Badía, que tiene calle en la zona del Portazgo) ya hablo en el mencionado artículo. 

La tercera, también rimada, si no tan original, sí es curiosa, pues el epitafio dice así: 

«Tu qué haces el coco
Para saber dónde estoy
Piensa que dentro de poco
Tú serás lo que yo soy» 

 

EL ALCALDE FARAÓN

Cuando entramos al cementerio, al fondo, en el lado opuesto a la puerta, encontramos la tumba del alcalde Joaquín Ballester Vallés. Bajo su mandato se construyó este cementerio. ¿Y cuál es su singularidad? Pues no es que sea el primer enterramiento del cementerio que en cierto modo es normal, reservándose un lugar privilegiado, al situarse en el eje principal del cementerio, frente a la puerta de acceso. Lo curioso es que construyó su tumba 35 años antes de morir, asegurándose así ese lugar privilegiado.

 

EVACUADOS DE MADRID

Si paseáis por la calle final del cementerio civil, por la zona final, en la parte izquierda veréis 5 tumbas que no tienen lapida. El epitafio está inciso en el cemento del tabique que cierra la tumba. Corresponden a tumbas de niños evacuados de Madrid durante los intensos bombardeos que sufrió la capital de España durante la batalla de Madrid.

No sé si sabéis algo de eso. Durante esos bombardeos, evacuaron niños de Madrid para mantenerlos a salvo. Buñol fue un centro de recepción y desde aquí los distribuían a otros pueblos, aunque algunos se quedaron ya para siempre. A alguno lo conoceréis, como a Madriles (de ahí el apodo) o a mi tío Manolo, padre de Rafa y mi consultora Consue, también de apodo «el madrileño».

Los que allí reposan, aunque son unos completos desconocidos, supongo que por las penurias de la guerra o por el alto índice de mortalidad infantil de la época, acabaron muriendo muy lejos de su hogar. Que la tierra les haya sido leve.

Como veis, creo que vale la pena darse una vueltesica por el Maset para algo más que honrar a nuestros difuntos. Eso sí, echaros repelente de mosquitos.

Pepe Medard Ruiz
Buñoleroadicto

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