Cómo nos ha cambiado la pandemia

Después de seis meses de ausencia entre nuestros lectores, hemos creído conveniente hacer una reflexión ahora que con la llegada del otoño volvemos a la calle –la revista me refiero-. Llegados a este punto creemos que es necesario preguntarnos cómo nos ha cambiado esta situación. Qué comportamientos hemos normalizado y cuáles hemos desechado. Cómo nos estamos relacionando. En definitiva, qué queda de aquella persona de mediados del mes de marzo.

Personalmente creo que nuestra esencia sigue intacta, pero ese 14 de marzo de 2020 marcó un antes y un después en nuestras vidas. El mundo que conocíamos ya no volvería a ser igual. Pero en ninguna de sus vertientes y a pesar de que dentro de unos meses podamos tener un tratamiento que acabe con este maldito virus. 

Lo de que ya nada es igual creo que es evidente. Sólo hay que ver cómo es nuestro día a día. Yo os voy a describir el mío. Antes de cada salida de casa, gel en las manos, mascarilla nueva y me calzo las zapatillas que tengo en la entrada. El panorama en la calle es el siguiente: ojos más o menos tristes –porque es lo único que ves–. Te mueves entre una marea azul –mayoritariamente–, aunque también en el lienzo se ven caras blancas y también multicolores –por esos que optan por las mascarillas customizadas–. Una vez llego al trabajo, toma de temperatura y dos mascarillas para la tarde de trabajo. Una vez en mi puesto, distancia de metro y medio con mis compañeros, que tienen cada uno su esponjilla envuelta en papel film para locutar en un lugar que siempre es el mismo y está separado de mamparas. Una vez terminas, quitas tu esponjilla, desinfectas el sitio, te echas gel en las manos y vuelves a la redacción. Cuando vuelves a casa, te quitas las zapatillas, que dejas en la entrada. Gel en las manos y te retiras la mascarilla. El outfit que has usado, directamente al biombo de la ropa sucia. Y luego a la ducha. Una vez he salido, desinfecto el móvil, las gafas de vista y la tartera que me he llevado con la cena. Y después de todo esto, ya puedo darle el beso de buenas noches a mi pareja. Este es el protocolo. Es el mío, pero me imagino que será el de cientos y miles de vosotros. Esto es solo un ejemplo de cómo nuestra vida ya no va a ser igual, aunque muchos se empeñen en normalizar lo que desgraciadamente no es normal.

Y aquí otro argumento de por qué nuestra vida no es igual, ni la realidad que conocemos, ni algunas personas que nos rodean. No sé si os habrá pasado, pero cuando terminó la desescalada y se nos permitió salir, muchos asistimos atónitos a cómo parte de nuestro grupo de amigos e incluso familiares, burlaban las medidas establecidas continuamente. Yo he llegado a mantener discusiones con amigos y familiares que no entendían la gravedad de la situación. Y cuando me decían que estaba exagerando, les acababa diciendo: “es que este virus tiene la mala costumbre de matar a la gente”. Y se quedaban con cara de circunstancias y cambiaban de tema. Y ya no era por el hecho de que se contagiaran ellos o me contagiaran a mí, es porque los que van a sufrir y a padecer la situación son las personas de nuestro alrededor. Con esto quiero poner de manifiesto que esta pandemia incluso ha sacado a relucir lo diferentes que podemos ser con nuestros más allegados. Y nos hemos tenido que dar cuenta con una situación como esta. Esa ha sido sin duda otra bofetada de nueva realidad.

Esto, unido a la ausencia de abrazos, besos y caricias, que hemos intercambiado por toques con el codo, con el pie o por la mano en el corazón, han hecho que esta nueva normalidad se nos haga más cuesta arriba.

Y si esto ya lo mezclas con la “Vuelta al Cole”, el cóctel es explosivo. Bien es verdad que a mí nunca me ha entusiasmado volver al colegio, pero si a eso le añades la situación actual, apaga y vámonos. Aulas con menos niños, separados, con mascarillas… Un entorno que debía servir como punto de encuentro, de aprendizaje, de convivencia, de alegría, se ha convertido en lo más parecido a un hospital que recuerdo. Pero las medidas están para cumplirlas. Y es eso, o que la generación del futuro crezca con unas carencias enormes. Pero para que eso no pase, menos mal que tenemos a las profesoras y profesores. Aunque no les gusta que los califiquen así, estos súper héroes sin capa son los que realmente están haciendo un esfuerzo ingente para que nuestras niñas y niños no se queden atrás. Primero lo hicieron a través de las plataformas digitales y presencialmente con las familias más desfavorecidas. Y ahora se están dejando la piel para que acudir al colegio sea seguro. Nunca les agradeceremos lo suficiente su labor.

Uno de los últimos ejemplos que quiero poner de cómo nos ha cambiado esta pandemia, lo hemos visto todas y todos los buñoleros en las últimas semanas de agosto. Nuestras casi dos semanas grandes por excelencia se han desvanecido. Paseando por el pueblo durante esos días pude palpar una tristeza entre los que me encontraba por la calle. Su mirada desprendía nostalgia por lo que no iba a ser, pero también conformismo porque “es lo que hay”. Que levante la mano quién no iba pensando a cada momento qué actos festivos tocaban ese determinado día de la semana. Yo creo que eso es lo que más desánimo nos ha generado. La verdad es que la música, ese rojo intenso del tomate, esa fragancia a hierbabuena y a espliego, esa alegría en la cara de los más pequeños en cada cabalgata y esas reuniones entre amigos y familiares que no ves desde hace tanto, es lo que más hemos echado de menos. En definitiva, nuestras fiestas, nuestra esencia como pueblo.

Aunque bien es verdad, que no sólo hemos sacado cosas malas de estos meses de pandemia. Tanto el confinamiento como la nueva realidad nos han servido para darnos cuenta de lo realmente importante: los nuestros. Antes de todo esto íbamos por la vida extremadamente acelerados, pensando en el ahora, pensando en nosotros y sin mirar alrededor. Desde el pasado mes de marzo hemos dejado de lado la fría llamada de teléfono y hemos preferido, aunque por la pantalla, vernos las caras. Y os diré una cosa, esto ha venido para quedarse. Qué bien verse cuando estás lejos. Además, una vez terminó la desescalada todos corrimos a reunirnos con los nuestros. Desde que decayó el Estado de Alarma he hecho más cosas con mis padres, hermano, sobrinas, suegros y resto de familia, de las que nunca me había imaginado. Hemos disfrutado de comidas eternas, de conversaciones interminables, de confesiones que nunca habíamos hecho… En definitiva, hemos estrechado lazos entre los nuestros. Esos nuestros que siempre hemos tenido ahí, pero a los que ahora damos el valor que realmente se merecen. Desgraciadamente nos hemos dado cuenta de que lo que realmente importa es disfrutar del máximo tiempo posible con los tuyos. Y ha tenido que venir una pandemia a recordárnoslo ¡Tiene bemoles! 

Y para finalizar me gustaría compartir una reflexión más con todos vosotros. Lamentablemente tenemos que aprender a convivir con el virus porque todavía queda mucho para que volvamos a la realidad de antes de la pandemia. Como digo, no creo que vaya a ser la misma, porque esto, queramos o no, nos ha cambiado por dentro y por fuera. Ahora, eso sí, mientras llegamos a esa supuesta nueva realidad en la que vuelvan los abrazos, los besos y volvamos a vernos la cara por completo, tengamos cabeza, seamos empáticos y pensemos en los demás. Porque, protegiéndote tú, nos proteges a todos.

Luis Vallés Cusí
Periodista

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