El Día de la Paz

Acabamos de terminar el mes de enero, que se caracteriza por los nuevos propósitos que nos marcamos al comienzo de cada año y por la celebración el 30 de enero del Día de la No Violencia y de la Paz. 

Si unimos las dos cosas, los propósitos y este día, cabría preguntarnos: ¿Estamos educando para la paz? La educación en y para la tolerancia, la solidaridad, la concordia, el respeto a los derechos humanos, la no violencia y la paz son motivos para recordar el 30 de enero. En el Día de la Paz, los centros educativos se comprometen como defensores de la paz y entendimiento entre personas de distinta procedencia y modos de pensar. (UNICEF, 2024)

Este día coincide con la celebración del aniversario de la muerte de Mahatma Gandhi (India, 1869-1948), quien fue uno de los impulsores del movimiento de la no violencia y se convirtió en un símbolo de las revoluciones pacifistas en todo el mundo. 

Podríamos afirmar que «educar para la paz» consiste en «propiciar el desarrollo de habilidades y la adquisición de herramientas que permitan a las personas y a los pueblos convivir de forma pacífica, o lo que es lo mismo, vivir sin violencia. Este proceso lleva implícito la asimilación de valores como la justicia social, la igualdad, la cooperación, la solidaridad, el respeto y la autonomía.» (Organización Movimiento por la Paz, 2024).

Tal y como manifiesta el Dr. Francisco Muñoz- Martín en su blog, la misión principal que persigue la «Educación para la paz y la convivencia» se centra en la creación de hábitos, tanto en el ámbito cognitivo como en el conductual, que permitan mejorar la vida en sociedad, fomentando la cooperación en la construcción de un paradigma social que busque el bienestar colectivo. 

En este sentido, conviene destacar que los dos principales agentes socializadores en la vida de los niños y niñas, sobre todo a edades tempranas, lo componen, por un lado, el núcleo familiar y, por otro, la escuela. De acuerdo con ello, los valores esenciales para la convivencia se adquieren, en primer término, en ambos sistemas, de forma que nuestros hijos e hijas, alumnos o alumnas aprenderán aquello que sus modelos y figuras de apego manifiesten y que observarán directamente de las experiencias vividas en el día a día. Parafraseando de nuevo a Francisco Muñoz (2024), serán las familias desde el hogar y los maestros y maestras desde la escuela quienes se encarguen de cultivar una educación integral que permita el crecimiento y construcción de personas íntegras y comprometidas con el respeto a los derechos fundamentales de los seres humanos. 

Resulta evidente el efecto modulador que el entorno puede ejercer en el desarrollo infantil (P.M. Alonso-Geta, 2005). Como bien indica Carlos González, pediatra y escritor especializado en crianza: “aquellos padres que mirando un partido de fútbol gritan frases desafortunadas mientras sus hijos están cerca de ellos, después no pueden pretender enseñar la teoría del juego limpio y pretender tener hijos respetuosos” (Entrevista en Crianza TV, 2022). Así pues, los niños y niñas aprenden a ser respetuosos cuando les respetamos a ellos y a ellas y cuando ven que respetamos a otras personas. Por tanto, podemos afirmar que la educación para la paz resulta de un proceso de intercambio dinámico y continuo que debe fundamentarse en aspectos como la aceptación, la reflexión, la comunicación y la expresión, manteniendo una visión positiva y constructiva del conflicto. Donde existe interacción, existe conflicto, por lo que este resulta inherente a las relaciones humanas. En consecuencia, este hecho puede convertirse en un medio de transformación hacia modelos de convivencia mejores. Este parámetro es en el que se fundamenta el concepto de “paz positiva”.

En resumen, tanto familias como educadores y educadoras tenemos una gran responsabilidad con y para la sociedad, dado que disponemos de una oportunidad única para que nuestros hijos e hijas, alumnos y alumnas crezcan y se formen en un clima de libertad, caracterizado por el diálogo, por el afecto y por la comprensión. De este modo, los niños y niñas deben poder desarrollarse en un ambiente pacífico y tolerante, que no resulta incongruente con el establecimiento de ciertos límites y normas sociales que, posteriormente, encontrarán en los múltiples sistemas en los que se integren. En definitiva, nuestra actitud y nuestras prácticas serán el espejo en el que se miren los niños y niñas y, he aquí la potencial herramienta que poseemos las personas adultas, razón por la cual, la reflexión, revisión y autocrítica se erigen como puntos claves en nuestro desarrollo personal y profesional.

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