Empoderamiento y discapacidad también es 8M

Nos han enseñado que para ser válidas no todo vale y que, si de normal ya somos menos, si no somos exactamente como desean, valemos menos aún. El peso, la talla, las curvas, la ropa, los hombres… Todo se evalúa y pasa por el filtro social patriarcal que nos ha educado en esta gran desigualdad. 

¿Y qué pasa con la discapacidad? Ya no es que no seas válida, es que no existes. La burbuja en la que nos meten es idéntica a un calabozo en el subsuelo de la gran mansión de un rey, bien abajo, bien escondido, que no manche su reputación, que no se note que están aquí. Borrar nuestra huella social es su principal objetivo. Ni privilegios ni derechos. La vida se convierte en un «es que» constante: es que no va a poder, es que no es normal, es que no está capacitada, es que ella es así, es que pobrecita…

La realidad es que ser mujer con discapacidad no es una tarea fácil. Nos vemos obligadas a demostrar y justificar gran parte de nuestros méritos, como si nos los pudieran arrebatar. Tenemos que esforzarnos un poco más que el resto para que sepan que estamos ahí. Tenemos que dar explicaciones de por qué llevamos una vida normal y corriente cuando se preguntan cómo es posible que hayamos conseguido ese puesto de trabajo tan bueno o esa meta tan exigente –como si eso no fuera para nosotras–. Y nos tenemos que sorprender cuando nos sentimos deseadas por alguien, pues también nos ha enseñado que lo que no es normativo no atrae.

Lo que no saben es que no nos conocen. Estamos dentro de un sistema tan discriminatorio que ni siquiera, desde dentro, se han preguntado hasta dónde somos capaces de llegar o lo que somos capaces de hacer. Y es que miden nuestras capacidades con sus propias reglas, sin reparar en que somos más y más fuertes. Que cómo seamos no tiene que ver con las condiciones que nos acompañan, que son meras etiquetas, que somos mucho más que eso.

Tampoco saben que juntas hemos construido un movimiento mucho más fuerte que su odio. Que nuestros testimonios y verdades arrojan un poder mucho más grande que su desprecio. Que los derechos que hoy y siempre nos han correspondido, jamás nos los podrán arrebatar.

Y que todos los motivos que nos quedan para seguir luchando –que todavía son suficientes– no nos harán rendirnos, sino que nos empujarán a seguir el camino hacia ellos.

Este legado de poder que nos vamos pasando unas a otras, que viene desde generaciones pioneras en la lucha feminista y que seguirá trascendiendo, es la mayor promesa de amor que podremos ver jamás: una promesa que nos incluye a todas, seamos como seamos, de donde seamos, sin importar lo que nos diferencie, para que alcancemos ese futuro tan deseado, lleno de igualdad de condiciones y sin diferenciaciones.

Regina Martínez Álvarez
Creadora de «Ni más ni mano»

Share This Post

Post Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.