La resistencia de las bombillas

Aquellos tiempos no eran de libros, ni están en los libros, ni fundamento, digo, aunque podrían estar en los libros quizás. Había pocas bombillas y, en consecuencia, también por otros motivos, era fácil ver las estrellas. 

En aquellos tiempos oscuros, digo, entre otras muchas cosas por la escasez de bombillas con filamentos de wolframio, subíamos una noche por la cuesta del Castillo, siendo muchachos.Por la escasez de bombillas, digo,  se podían ver las estrellas, el carrico menor, el carrico mayor… Solamente había una luz en la entrada de la calle la Talega y otra en la curva del puente. Íbamos Quino y yo, y arriba, antes del puente, en la curva, la pareja de la Guardia Civil. Cambíamos de lado para no resultarles molestos y, claro, porque, más que otra cosa, daban miedo, y cuando íbamos rebasarlos…

–¡Eh! ¿Dónde van ustedes? 

–Pues, vamos a casa, que vivimos ahí arriba –dice Quino.

–¿Y no saben ustedes que cuando se cruzan con una pareja de la Guardia Civil de servicio se les saluda y, si hace falta, se les indica a dónde van y quiénes son? 

–Pues… pues no sé, pues no sé… –digo. 

–¡Puesnosé puesnosé ni leches! A ver, acérquense, que no mordemos.

 Y así, sin más, nos dieron una hostia a mí y dos al Quino. Efectivamente, no mordían, y nos fuimos tan ligeros y tan calientes a casa. 

Otra noche subíamos, de nuevo, tiempos oscuros por medio, semanas después, estrellas brillantes, digo, y antes de la calle la Talega, en la barandica, allí que estaba la pareja. Quino  dice:  –Ahora los saludamos, eh –y al rebasarlos:

–Buenas noches señores guardias civiles –decimos. 

–¿Pero qué coño es eso de buenas noches señores guardias civiles? Vengan aquí. ¿Ustedes no saben que cuando una pareja de la Guardia Civil está de servicio no se les saluda, ni se les distrae y menos se les da jabón? Acérquense, leches, que no mordemos… 

 Y al Quino una hostia y ahora dos a mí. Efectivamente, no mordían, y de nuevo subimos calenticos a casa. 

Visto lo visto, otra noche, semanas después, por cambiar y por si acaso, subíamos del pueblo y pasamos en vez de por la cuesta del Castillo, por el Oscurico, y al pasar por la Sartén unos bultos y refulgiendo los cocuyos de sus cigarros, la pareja.

–Eh, eh, eh, pajaritos, se aproximen poco a poco y sin menear mucho las manos. 

Y nos aproximamos. 

–¿Qué llevas bajo el sobaco, hostia? –me dice. 

–Unos libros. 

–¿Cómo que unos libros?

–Sí, dos novelicas del oeste y otro. 

–Así que del oeste. A ver, a ver si llevan algo subversivo estos pimpollos. 

–No, no, son «Duelo de villanos», «Bandidos justicieros» y otro de aritmética comercial.

–Esto de los bandidos y del duelo se incauta y América comercial… ¿qué coño es?

–No es América, es aritmética comercial,  es que venimos de la escuela del tío Pepe Manuela y…

–Hombre, otro maestrito y rojo de mierda enredando a los muchachos. Ale, ale, arreando pa´rriba si no queréis encontraros con lo que no buscáis, que más os valdría menos perder el tiempo con libritos y más trabajar. 

Aquellos tiempos no eran de libros, ni están en los libros, ni fundamento, ni hace falta que estén, aunque quizás podrían. Había pocas bombillas y, en consecuencia, también por otros motivos, era fácil ver las estrellas. Digo.

Y como esto sí que va de libros, digo, lean por seguir con las escasas bombillas y el temor a subir por la cuesta del Castillo: «Miedo y progreso, los españoles de a pie bajo el franquismo», del historiador Antonio Cazorla, por ejemplo, digo. O la novela última de Alfons Cervera «El boxeador». Entre los muchos. Digo.

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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