La vuelta a nuestro cole: el San Luis

Tengo que empezar confesando la ilusión que sentí cuando mi amiga Elisa, profesora del San Luis, me planteó volver al cole para participar en los actos de su 50º aniversario. Lo prometo: se me puso la piel de gallina. Me apetecía mucho volver a pisar mi colegio para, tal como me pidió Elisa, dirigirme a los niños y niñas de quinto y sexto de Primaria y contestar a todas las preguntas que se les ocurrieran. O lo que es lo mismo, hacer como aquellos que venían a contarnos cosas interesantes a un grupo de niños que asistíamos expectantes hace casi 30 años. 

Y la ilusión fue mayor si cabe al acudir a la cita con mi amigo Maxi. Amigo y colega, Máximo Huerta fue tan rotundo como yo cuando le plantearon volver a su colegio: SÍ. Sin pestañear y con una sonrisa de ilusión dibujada en nuestro rostro, decidimos poner fecha y acudir juntos a esta cita tan especial.

Para mí, un lujo, porque lo primero que hice fue pensar en los alumnos y alumnas, ponerme en sus cabezas, en sus ojos, imaginar qué querrían saber. Y pensé en las personas que me habría gustado «entrevistar» en una charla cuando yo tenía su edad. Y uno de los primeros nombres que me salió a plomo fue el de mi admirado Maxi. Por tanto, a nivel personal, con esta experiencia cerraba mi particular círculo de ilusión: volver al cole para contarles a los niños y niñas cómo ha sido el camino hasta alcanzar el sueño que empecé a perseguir cuando tenía su edad. El niño que quería ser periodista deportivo mientras escuchaba el Carrusel Deportivo y El Larguero de la Cadena SER volvía al cole con el sueño cumplido. Y, además, en compañía de uno de sus mentores y amigo que, con una mochila cargada de exitosos libros y experiencias periodísticas, iba a complacer a los niños de hoy… y al que lo fue en 1994, cuando Maxi despertó en él su interés por el periodismo y le permitió hacer crónicas, precisamente, del Colegio San Luis para el semanario comarcal que dirigía: La Red Pública.

Desde que llegamos al cole notamos el cariño de todas las profesoras que nos recibieron: Mari Carmen (directora), Lucía (jefa de Estudios), Águeda, Jezabel, Eva, Paqui, Elisa, Nieves, Sante, Silvino… Nos sentimos como en casa. No en vano, estábamos en nuestra casa. Porque después vinieron el instituto en Las Ventas, la universidad en Moncada y el trabajo en Valencia, pero la vuelta a casa, a los primeros recuerdos, las primeras experiencias y tantas vivencias es la vuelta al colegio. La misma sensación que tienes cuando vuelves a la casa de tus padres, el refugio tras tantas primeras veces. Además, en este caso, la proximidad de mi casa es literal, pues la separan apenas 100 metros del colegio. Por esto, siempre he tenido presente el San Luis, nunca ha salido de mi vida. Lo llevo viendo toda la vida. Pero tengo que reconocer que volver a entrar esta vez fue especial.

Fue especial ya desde antes de entrar al colegio, porque en la puerta me estaba esperando para verme entrar mi padre, mientras mi madre me saludaba desde la ventana de casa a lo lejos. La escena tenía una gran carga simbólica para mí: volvía a ser el niño que cada día se despedía de sus padres con un beso cuando se iba al cole. Después, él cogía el R5 para subir al taller (con qué orgullo ponía yo lo de «mecánico ajustador» cuando me preguntaban por su profesión) y ella cogía el capazo para comprar en «los Papeleros» y cubrir los mil frentes que abarcaban esa tarea de «ama de casa» que respondía, con el mismo orgullo, cuando me cuestionaban por su oficio. Primer viaje mental al pasado.

Una vez ya dentro del cole, acompañado de la directora, pude recorrer algunos espacios que llevaba sin pisar desde que me gradué en EGB en 1995. Mari Carmen me mostraba los avances que han convertido el San Luis en un colegio de vanguardia, por sus sofisticadas instalaciones y por su preparadísimo claustro. Objetivamente, todo está muy cambiado casi 30 años después. Pero, a nivel emocional, para mí todo estaba igual porque, gracias a la buena memoria que tengo, logré hacer el recorrido con la mente puesta en los primeros años 90.

Mari Carmen me enseñaba una innovadora aula funcional donde yo volví a ver la sala de profesores con un claustro reunido bajo una nube de humo provocado por los Ducados, Fortuna, Winston e incluso el Bisonte que fumaba alguna vez Don José Badía (¡cuántas lecciones magistrales de Lengua me dio que hoy sigo poniendo en práctica!). Allí vi también a Don Manuel Gómez, la Señorita Teresa Cervera, la Señorita Ángela, la Señorita Isabel, la Señorita Fina Herruzo, Don Fernando Giraldós, la Señorita Teresa Lisarde, la Señorita Chelo…

En lo que hoy es el comedor y su preparada cocina, yo vi una de mis aulas de EGB y la mesa de ping-pong en la que entrenábamos el equipo de San Luis bajo la supervisión de Don Elías, que venía de aparcar el Talbot azul con el que subíamos a jugar contra Cervantes y Atalaya. Elisa me enseñó los proyectores electrónicos y me habló de Ipads gigantes ante lo que se ha convertido en un objeto de decoración: las pizarras de tiza que empezamos a utilizar con la Señorita Paquita, Don Isidoro y Don Antonio.

Maxi y yo exclamamos a la vez: «¡Aquí se votaba cuando había elecciones!». Estábamos en el aula que había junto al gimnasio, dividida ahora en varios despachos para otro uso específico. Al entrar, vi al fondo, de pie, a la Señorita Mari Carmen impartiéndonos todas las materias, desde Experiencias hasta Educación Física en cuarto y quinto de EGB. Incluso vi entrar a su hijo Edu, que iba un curso por delante, con una reluciente y moderna Mountain-Bike que nos fascinaba a todos los que aún teníamos una de cross, ya sea BMX –mi caso– o California –mi amigo Bollo–.

De camino al edificio nuevo (le llamábamos así cuando lo estrenaron los del «B» en sexto –1992–, mientras nosotros apurábamos un año más en el «chalet» que se salvó de la demolición de las «conejeras» y el viejo frontón), pisamos el cemento de la antigua pista sobre la que se construyó el nuevo edificio y el porche. Sobre esa pista jugábamos durante horas y horas en los recreos y en los entrenamientos de los equipos de «futbito» de San Luis (yo siempre en el «B» porque no me daba para el «A»), a las órdenes de nuestros entrenadores, Canario y Malea.

Al entrar al edificio nuevo volví a mis años de «segunda etapa». Vi transitando por las aulas a Don Rafael y la Señorita María Ángeles; Don Felipe caminaba tranquilo con una revista de colombicultura bajo el brazo; Don Cecilio salía del despacho de director que antes fue de la Señorita Teresa «la de Inglés»; Don Manuel Zarzo cumplía sus tareas de Jefe de Estudios; la Señorita María Dolores «la de Plástica» guardaba las témperas y las finas sierras que se rompían sólo con mirarlas; al mismo tiempo, aprovecho para charlar de la actualidad con «la» Luchy (única profesora a la que no llamábamos «seño»; ya ven, una pionera pues ahora, 30 años después, todas las maestras se hacen llamar por su nombre), que me ha puesto un 10 en un trabajo de Sociales sobre el GAL y Felipe González, escrito a máquina sobre unas maquetas preparadas con Maxi en un ordenador muy chulo que se ha comprado, cuya marca es Macintosh y tiene como logotipo una manzana mordida (30 años después seguimos dando esos mordiscos en nuestros teléfonos móviles).

Son años en los que el alumno va tejiendo una relación especial con los profesores, como ocurre con Don Fernando. El «mestre de valencià» habla conmigo de los «pronoms febles» pero también de fútbol, de música y de radio y quedamos para salir el fin de semana con las bicis a las cuevas de arcilla de Carcalín. Se empezó a fraguar entonces una amistad que dura hasta hoy, enriquecida por más de 30 años de cariño y admiración.

Un gesto muy bonito que tiene el colegio actual con su historia es lucir en los pasillos del edificio nuevo las primeras orlas que se hicieron en el colegio. Y al subir los primeros escalones, levanto la vista y, al ver esa estampa que mantengo colgada en mi habitación de casa de mis padres, vuelvo a 1995. Recién llegados del viaje a Galicia, venimos de hacernos la foto para la orla que nos entregarán en Montecarlo en la graduación. Yo llevo el flequillo recién recortado por mi peluquero Paco «Ruben» y mi camisa de rayas. Veo peinados y «arreglados» a mis amigos Bollo, Canario, Remohí, Domingo, Joaqui, Roberto, Santi, Nacho, Emilio, Murillo, Ricardo, Amancio, Arturo… Y, bien guapas y luciendo el resultado de sus primeros coqueteos con el maquillaje y el pintalabios, veo llegar a mis amigas Clarisa, Natalia, Marisa, Julia, Ana, Cristina, Virginia, Olimpia, Mayte, Esther… ¡Ay, esos primeros amoríos!

Venga, que hace sonar el pito el tío Paco como primer aviso y después Ángel toca la campana: empieza la clase. Y allí estamos Maxi y yo para seguir el viaje respondiendo a los niños y niñas que nos preguntan sobre nuestros recuerdos, recreos, amigas, amigos, asignaturas, excursiones, sueños, profesiones deseadas… Y llegan nuestras respuestas, las de dos amigos periodistas a los que nos une la pasión al hablar de cualquier cosa en general y de nuestro oficio en particular. «No tengáis prisa». ¡Pum! Abrió fuego Maxi con una de esas sabias sentencias suyas que van directas al corazón (el ejemplo más reciente es su última obra «Adiós, pequeño», con el San Luis como escenario en más de un capítulo). «Disfrutad esta etapa porque os marcará para siempre, con vuestras amigas y amigos», les trasmití yo.

Un aplauso; unas fotos; el «mi padre te conoce» y el «¿sabes quién es mi madre?» de después; un almuerzo con bollos y «rollicos» de anís (otro viaje a mi infancia); y la cariñosa despedida poniendo fin a una mañana inolvidable volviendo a nuestro cole. Al salir, Maxi y yo nos fuimos a tomar un café al Win’s, aunque nuestra mente hizo un último viaje: él cogió el camino de la izquierda de la «montañica» hacia la avenida de la Música; y yo, el de la derecha hacia Garcés Vericat. Es la magia de volver a tener la imaginación de un niño. Un niño que estudió y creció en el Colegio Público San Luis. Como pasó con mi hermana, Lydia, y conmigo. Y ahora con mi sobrina Mar. Y así, tantas y tantas generaciones que seguirán pasando por nuestro colegio. ¡Larga vida al San Luis!

Chimo Masmano Pérez
Periodista y ex-alumno del San Luis

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